- Mauro Libertella
Dicen que era impactante. Que ocupaba las paredes de varios ambientes del enorme piso de la calle Posadas, de 697 metros cuadrados y dos plantas, donde Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares pasaron 45 años juntos viviendo en el corazón caliente de una biblioteca. Hoy esos libros no parecen tener destino en esta tierra. Fueron infructuosas las serias tratativas de la Biblioteca Nacional y otras entidades por comprarlos. Esta, con certeza la mayor biblioteca argentina del siglo XX, está guardada en 400 cajas.
Habría que oír con atención lo que dijo el propio Boy en 1996, cuando afrontaba un juicio penoso del segundo ex esposo de su hija Marta, ya fallecida, y su casa y sus pertenencias peligraban: “Si él gana el juicio, yo debería pagarle una suma cercana a los dos millones quinientos mil pesos. Eso para mí sería la ruina. Tendría que vender mi casa y todo lo que tengo incluida mi biblioteca, que es mi vida y que pensaba donar al país”.
Uno de quienes solía visitar la residencia en vida de la pareja era Alberto Casares, dueño de una preciosa librería de anticuario sobre la calle Suipacha. Cuenta que esa biblioteca-río se había formado a partir de caudales de diversa procedencia, familiares y propios, y que en su totalidad, era lo que se conoce como una “biblioteca de trabajo” de tres maestros, con un gran sector sólo de libros de Borges. Contenía entonces cientos de primeras ediciones de ellos y aún del cuarto y el quinto amigo, ejemplares de Bustos Domecq y Suárez Lynch, como Borges y Bioy firmaban sus obras en colaboración.
Muchos ejemplares llevan anotaciones al margen, pequeños regueros de tinta azul o negra que Borges estampó con su letra microscópica (una primera edición del Ulises de Joyce en inglés anotada por él).
Cuando Bioy murió, Fabián Bioy Demaría, su hijo y principal heredero, llamó al librero para que hiciera una valuación del acervo. Pero no pagó por un inventario serio, de modo que Casares optó por filmar los lomos en los estantes continuos, a fin de transcribir los títulos luego. Así lo cuenta: “Tuve que hacer una suerte de valuación preliminar. Cuando llegué había 16 mil libros pero ya había huecos. La familia tenía el apuro de vender el piso, de manera que la cotización fue muy rápida. Saqué el material de las estanterías y lo puse en cajas. Se guardaron en un depósito hasta que el juez ordenó que se repartieran en diez lotes equitativos en calidad y precio”. El patrimonio circuló por varios depósitos: en la Biblioteca Nacional, según un entendido estaba apilado bajo un techo de chapa en un cuarto sin ventanas; otro librero los encontró en jaulones con candado. Hoy los libros siguen deteriorándose en 400 cajas, en un depósito de alquiler en los subsuelos del edificio del Banco Central. Casares opina que los libros deben permanecer juntos: “Sería lindísimo que la comprara la Biblioteca Nacional”.
Y allí coinciden. En 2007 Carlos Bernatek y un grupo de expertos de la BN empezaron los trámites para la compra. Abrieron cajas, pero no pudieron hacer un inventario. Bernatek calcula que les habría llevado seis meses hacerlo pero los herederos no se decidían a costearlo. La Biblioteca ofreció una suma que a los herederos les pareció baja. Bernatek expresa su deseo de que los libros estén allí. Para que este feliz destino aconteciera, debería haber una tasación, un inventario sólido y consenso entre los herederos. Ojalá estos caminos se crucen más temprano que tarde.
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