Recuperar tu nombre
Alfaguara, 2024
392 páginas. 10,44 euros (e-book)
El señor fue enviado a prisión provisional y al salir recibió el desprecio de muchos de los que antes eran sus amigos. Álvarez fue testigo de la muerte civil de su padre, condenado y juzgado de antemano. Su terapia consistió entonces en asistir a todas las audiencias del caso, leer cientos de expedientes, memorizar el código civil y conocer todo acerca del fiscal que lo perseguía. Pasó noches enteras discutiendo con abogados la mejor defensa, pero las acusaciones se fundamentaban en informes equivocados y documentos estampados de los que no había manera de desembarazarse. Demostrar la inocencia resultaba imposible.
Álvarez llega a un restaurante de su ciudad casi de noche, cuando a través de los ventanales se escucha la lluvia repicar en la acera. En la oscuridad se dibuja el contorno de los cerros que contemplan la ciudad como dioses de piedra. Recuperar tu nombre(Alfaguara, 2024) se trata de su primera incursión en la no ficción. Hasta ahora había escrito cuatro novelas y un ensayo sobre el arte de la ofensa. La escritura personal, sin embargo, ha resultado ser un ejercicio de alto voltaje.
“Escribir esto ha sido volver a revivir traumas, el encierro en prisión, el dolor de entonces, y todo eso lo ha somatizado el cuerpo. Este libro me costó mi matrimonio”
Su padre fue uno poco convencional. A veces, cuando se levantaba para ir al colegio, se lo encontraba en el salón con unos amigos bailando alrededor de un tocadiscos. Hoy en día sigue siendo hipersocial y encantador, detrás de unas gafas que le dan aspecto de hombre meticuloso. El matrimonio se rompió cuando Juan era un niño y los dos, padre y madre, se volvieron a casar. La madre con su tío, el hermano mayor de su padre, una extrañeza que la familia lleva con normalidad. Álvarez se quita una de las chaquetas estampadas y coloridas que ayudan a detectarlo en cualquier evento literario y la posa sobre el espaldar de la silla: “Escribir esto me ha supuesto una combinación de dos cosas muy salvajes. Por un lado, un placer muy grande por haber descubierto que soy capaz de organizar una cantidad de información bestial y de hablar con tanta gente. Por otro, ha sido volver a revivir traumas, el encierro en prisión, el dolor de entonces, y todo eso lo ha somatizado el cuerpo. Este libro me costó mi matrimonio”.
Recuperar tu nombre está dedicado a otra escritora colombiana de la que fue pareja durante seis años (Catalina Navas), el tiempo exacto que pasó entre que su padre salió de la cárcel y el libro fue enviado a la imprenta. La menciona en algunas páginas como un apoyo fundamental en su vida y su escritura, por lo que es imposible no sentir una punzada al leer esas líneas con los ojos del presente. Álvarez dudó, pero al final optó por no eliminar esos pasajes. “Eso pasó, lo viví. No tenía ningún sentido censurarlo. Me da mucho dolor saber que mi relación siempre estuvo circunscrita a esa experiencia. Me pregunto qué hubiera pasado si el juicio hubiera fallado antes —todavía no hay sentencia—, si hubiera acabado de escribir con meses de antelación. Me muevo en esas dos temperaturas”, reflexiona mientras se acomoda las gafas.
El mérito del libro consiste en alunizar con éxito en un planeta tan extraño como el del derecho colombiano. Por más contraintuitivo que parezca, este es un país de leyes. En los años noventa, Pablo Escobar, el narcotraficante, inició una guerra con bombas y lanzacohetes contra el Estado por la interpretación de un artículo de la Constitución. La discusión jurídica es el principal hobby de la gente, por delante del ciclismo. Hay más abogados que taxistas. Álvarez puso sus ojos sobre Néstor Humberto Martínez, al que nombra NHMN, como un virus. El fiscal general de esa época ideó un programa que se llamaba Bolsillos de cristal, con el que pretendía perseguir la corrupción en la Administración pública. En esa ofensiva con toga se detuvo a decenas de servidores públicos sospechosos. Muchos con evidencias claras de que habían cometido un delito, pero otros tantos con pruebas vagas. Daba igual, lo importante era el número. Unos y otros fueron a parar a planillas de excels y se convirtieron en estadísticas de las que presumía el fiscal en público. Se vendía como un hombre de hierro, un personaje de Gotham. NHMN no aplicó el mismo celo con Odebrecht, el mayor caso de corrupción de la historia de América Latina, en el que estaban involucradas algunas de las fortunas más grandes del país. Con este fiscal, Colombia se convirtió en el lugar que menos políticos y empresarios había procesado por este asunto. “Toda esa Fiscalía fue un ejercicio de encubrimiento. Eso no se entiende de un momento a otro, se madura. Te despiertas un día y de repente lo ves todo muy claro”, dice.
“A los funcionarios los vemos con los ojos del desprecio. Es paradójico, porque tenemos mucha esperanza en lo que el Estado pueda hacer por nosotros y, sin embargo, a estos operarios los maltratamos”
Juan Álvarez, llegado el momento, le echa un pulso a uno de los grandes de la literatura de la región, Jorge Ibargüengoitia. El mexicano escribió en su día un célebre artículo contra la inutilidad y la desidia de los funcionarios, seres vagos y sin alma escondidos detrás de una ventanilla. Juan Fernando Álvarez, el padre del autor, fue un cargo medio, entre lo técnico y lo político, que a lo largo de su vida se movió entre la empresa privada y el servicio público. Perteneció a varios gobiernos y presidencias y en su último encargo fue gerente de Transmilenio, el servicio de metrobús de Bogotá. El autor, un gerente cultural al que las instituciones también han tentado en alguna ocasión, prefiere ofrecer una mirada distinta:
—Los vemos con los ojos del desprecio. Es paradójico, porque tenemos mucha esperanza en lo que el Estado pueda hacer por nosotros y, sin embargo, a estos operarios los maltratamos.
Álvarez se llega a disculpar en el libro con su padre, del que desconfía tres veces, como un presagio bíblico. ¿Y si en realidad es culpable? ¿No firmaría algún papel de manera equivocada? Escucha en una de las vistas judiciales que su padre es “el cabecilla de una trama”. Sentado en una banca en primera fila le cuesta procesar lo que ocurre.
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