Grandes figuras de la historia de Japón
Kawabata Yasunari: la tradición condensada en un discurso de antología
Taniguchi Sachiyo22 de noviembre de 2021
Un premio que impulsó la proyección internacional de la literatura japonesa
El 17 de octubre de 1968 la Academia Sueca concedió el Premio Nobel de Literatura a Kawabata Yasunari, “por su maestría narrativa en la que con gran sensibilidad expresa la esencia de la mente japonesa”. La noticia de que un japonés había obtenido por primera vez el prestigioso galardón dio la vuelta a Japón y al mundo.
Ha pasado ya más de medio siglo desde aquello. Con el levantamiento del secreto que pesaba sobre las votaciones y procedimientos de selección, fijado en 50 años, los estudios sobre el tema se han revitalizado y, poco a poco, vamos enterándonos de cómo y por qué se llegó a tal decisión. Fue, según parece, la conciencia de que se estaba desequilibrando la balanza hacia los autores occidentales lo que orientó la mirada del jurado hacia una literatura como la japonesa. En 1958, por primera vez, fueron nominados dos japoneses: Tanizaki Jun’ichirō y Nishiwaki Junzaburō. En 1960 repitió Tanizaki. En 1966 emergió el nombre de Mishima Yukio y un año después Mishima compartió nominación con Kawabata. Con la concesión a este del premio, se estaba reconociendo la labor de un creador pero también la de toda una literatura nacional.
Posteriormente, en 1994, el Nobel volvió a Japón de la mano de Ōe Kenzaburō, y en los últimos años el nombre de Murakami Haruki aparece insistentemente entre los supuestos nominados. La escritora residente en Alemania Tawada Yōko, que escribe en japonés y en alemán, también es vista como firme candidata a recibir el premio. La atención se centra cada vez más en escritores no occidentales y en aquellos que, como Tawada, traspasan los límites de las literaturas nacionales, dos ámbitos que muestran gran vitalidad. Podemos decir que el mapa literario del mundo ha sufrido una gran transformación.
En un programa especial de la televisión pública japonesa NHK, Kawabata dijo claramente que si el premio había recaído en él, había sido gracias a sus traductores. Partía del hecho de que las deliberaciones del jurado no se habían hecho sobre sus obras originales en japonés, y que sin buenos traductores sus posibilidades habrían sido nulas. El experto en literatura comparada David Damrosch adopta un novedoso punto de vista cuando dice que la literatura mundial es aquella que gana o se enriquece con la traducción. Viéndolo desde nuestra perspectiva actual, cuando las obras traducidas pasan de un idioma a otro recibiendo una nueva vida y se leen en cualquier rincón del mundo, aquella decisión de premiar a Kawabata sentó un primer precedente de lo que con el tiempo se constituiría en una “literatura mundial” de circulación y consumo global.
Inmersión en la cultura tradicional antes de la cita
Fue el día 3 de diciembre cuando Kawabata partió de Japón en dirección a Estocolmo, donde se celebraría la ceremonia de entrega. Los dos meses que mediaron entre el anuncio del premio y su entrega fueron para Kawabata dos meses de introspección y de retrospección, pues le sirvieron para repensar la forma en que su literatura se insertaba en la cultura y en las artes tradicionales de Japón.
Uno de los eventos que le dieron ocasión para reflexionar fue la reunión del Kōetsukai, un “club” de la ceremonia del té que honra y celebra la memoria del artesano, calígrafo y ceramista de principios del periodo Edo Hon’ami Kōetsu (1558-1637), y cuyos miembros se reúnen todos los años entre los días 11 y 13 de noviembre en el templo Kōetsuji (Kioto). En el ensayo Ibaraki-shi de (“En la ciudad de Ibaraki”), escrito el año en que recibió el Nobel, Kawabata plasma su experiencia de tener en sus manos las legendarias vasijas del club en un Kioto engalanado con los colores del otoño.
El interés de Kawabata por la cultura emanada de la ceremonia del té partía de antiguo y en su famosa novela Senbazuru (Mil grullas), publicada poco después de la Segunda Guerra Mundial, escenifica en los ambientes ceremoniales del té las inmorales relaciones urdidas entre sus protagonistas. Igualmente, en el 29.º Congreso del Pen Club Internacional, celebrado en Tokio en 1957, como presidente de la sección japonesa de la organización, Kawabata consiguió la colaboración de la escuela Urasenke para agasajar al estilo tradicional a los escritores llegados de todo el mundo. Suponemos que si, pese a lo apretado de su agenda, encontró tiempo para participar en la reunión del Kōetsukai, sería porque no deseaba desperdiciar la oportunidad de volver a entrar en contacto con la cultura tradicional japonesa en ese momento en que se preparaba para presentarse en la ceremonia de entrega.
Después de la reunión del Kōetsukai, el 14 de noviembre, Kawabata departió en Nagoya con el ceramista Arakawa Toyozō, que había dedicado grandes esfuerzos a reproducir el antiguo estilo shinoyaki (“cerámica de Shino”), a partir del descubrimiento de algunos fragmentos antiguos. En la citada novela Mil grullas, Kawabata describe el tacto y tonalidad de las vasijas del té de Shino superponiendo sobre ellas la imagen de una mujer de fascinante belleza.
En aquel encuentro, Arakawa mostró la famosa pintura en rollo Tsuru-zu shitae wakakan (literalmente, “Rollo de poemas waka sobre fondo de grullas”), que había adquirido en 1960. Esta monumental obra, de casi 14 metros de largo, es una coproducción de dos genios del arte tradicional japonés: Tawaraya Sōtatsu (c. 1570-c. 1640), que decoró el rollo con exquisitas bandadas de grullas valiéndose de panes de oro plata, y el citado Hon’ami Kōetsu, que escribió sobre ellas, con juguetona caligrafía, poemas waka de 36 autores clásicos. Actualmente la obra se expone en el Museo Nacional de Kioto como bien cultural relevante, pero en aquella época pertenecía a la colección privada de Arakawa. Para celebrar el premio que iba a recibir el autor de Mil grullas, Arakawa mostró públicamente esta obra de temática pictórica similar.
El título de la novela hace referencia al estampado del furoshiki (“pañuelo para envolver cosas”) que lleva Yukiko, uno de los personajes femeninos, a una reunión de la ceremonia del té. La grulla, de estilizada figura y elegantes movimientos, simboliza la belleza de Yukiko en su físico, conducta y disposición anímica. Estos valores son también aplicables a la figura de Kikuko, personaje femenino de Yama no oto (El rumor de la montaña), otra de las novelas escritas por Kawabata después de la guerra.
No es difícil imaginar que, al contemplar aquella famosa obra de las bandadas de grullas, a la mente de Kawabata, que era también coleccionista de arte, acudiesen las límpidas siluetas que pueblan las pinturas de la escuela Rinpa, que incluye, además de a Hon’ami y a Tawaraya, a Ogata Kōrin y a Ogata Kenzan.
En una carta que dirigió a su amigo Higashiyama Kaii, famoso pintor que cultivó el estilo nihonga (literalmente, “pintura japonesa”), Kawabata reconoce que el rollo que guardaba Arakawa le causó una profunda admiración. El encuentro con Arakawa debió de suponer para el escritor un recordatorio de la estrecha relación existente entre su novela Mil grullas, la cerámica de Shino y la escuela pictórica Rinpa.
Sin lugar a dudas, su participación en la reunión del Kōetsukai y su encuentro con Arakawa fueron dos magníficas oportunidades para tomar conciencia una vez más de la forma en que su obra literaria se enraizaba en la tradición cultural japonesa y en su arte antiguo.
La ceremonia del té, guía e inspiración
El 10 de diciembre, Kawabata, que se había presentado ataviado al estilo tradicional japonés, recibió la medalla y el diploma. Este estaba decorado con dibujos de grullas, en clara referencia a su obra. El día 12 pronunció el discurso “Utsukushii Nihon no watashi: sono josetsu” (“Yo en el bello Japón: una introducción” o “Japón, la belleza y yo”, siguiendo su versión inglesa). Lo pronunció en japonés y fue traducido simultáneamente por Edward G. Seidensticker, que había vertido al inglés muchos de sus libros y que además recibió, tal como dispuso Kawabata, la mitad de los derechos de autor del libro que se publicó posteriormente con el discurso en japonés y en inglés. Estos detalles expresan hasta qué punto Kawabata valoraba el trabajo de traducción.
Intercalando citas de los clásicos literarios, y referencias a los dichos y hechos de sabios monjes budistas japoneses, en su discurso Kawabata trató de exponer la esencia de su obra poniéndola en conexión con la conciencia estética manifestada en la tradición cultural de su país. En los primeros compases citó el famoso waka de Myōe “Aka-aka ya / aka-aka-aka ya / aka-aka ya / aka-aka-aka ya / aka-aka ya tsuki” (Seidensticker: “Bright, bright, and bright, bright, bright, and bright, bright. Bright and bright, bright, and bright, bright moon.”, con el kotobagaki o preámbulo explicativo clásico, que sitúa el poema en la noche del día 12 del duodécimo mes del año inicial de era Gennin (1224). Hacer una cita pertinente cuya datación coincida además con la fecha actual no es algo al alcance de cualquiera.
También parece evidente que, al preparar su discurso, Kawabata pensó mucho en la ceremonia del té, pues hizo referencias a mínimos espacios en los que sin embargo se encuentra holgura, a simples adornos florales compuestos con un único y blanco capullo de camelia o peonía, y al brillo que puede extraerse de una vasija simplemente mojándola con agua.
En la ceremonia del té, el anfitrión cuida hasta el menor detalle para conseguir un momento perfecto, en conformidad con el dicho “ichigo-ichie” (“todo encuentro es único e irrepetible”). Si se coloca un kakemono (pintura en rollo que se despliega en la pared), suele ser algo tan simple como unos simples trazos de tinta dejados por algún monje zen o un fragmento de alguna obra mayor, que deben estar a juego el instrumental de la ceremonia, que a su vez encajan perfectamente con la estación del año o el sentido de la reunión. Con ese mismo espíritu de agasajo y hospitalidad, Kawabata tachonó su discurso de historias y poemas escogidos, haciendo desfilar por él detalles sobre el cuarto para el té, sus flores, sus vasijas y su liturgia, y otros aspectos que nos transportan a ese original mundo.
Aunque pocos lo saben, Suecia tiene un importante vínculo con la ceremonia del té. En 1935, el exitoso empresario Fujihara Ginjirō, conocido como el “rey del papel”, obsequió al país nórdico con una bella casa para el té que fue llamada Zuikitei. Lo hizo en respuesta al entusiasmo de la japonóloga sueca Ida Trotzig, que en 1911 había publicado un libro de divulgación sobre el tema. La casa quedó destruida por un incendio en 1969, pero fue reconstruida en 1990. Hoy forma parte del Museo Etnográfico Nacional de Estocolmo. A la luz de esta historia de intercambio cultural se comprenderá lo ajustado y pertinente del discurso pronunciado por Kawabata, en el que expresó su agradecimiento recurriendo a los temas y motivos estéticos de la tradición del té, que le sirvieron también para enmarcar su obra y explicar sus peculiaridades.
Fotografía del encabezado: Kawabata Yasunari recibe de manos del rey Gustavo de Suecia la medalla de oro, en la ceremonia de entrega del Premio Nobel de Literatura (Estocolmo, 10 de diciembre de 1968). (Jiji Press)
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