Bruce Chatwin |
Los 10 mandamientos del viajero
- Deja tu casa.
- Ve solo.
- Viaja ligero.
- Lleva un mapa.
- Ve por tierra.
- Cruza a pie la frontera.
- Escribe un diario.
- Lee una novela sin relación con el lugar en que estés.
- Si tienes que llevar teléfono móvil, evita usarlo.
- Haz algún amigo.
Con estos diez consejos se cierra, no se asusten del título, El Tao del viajero. Lo firma Paul Theroux y Alfaguara acaba de publicarlo en traducción de Ezequiel Martínez Llorente. Ya conocen a Theroux. Autor de obras tan populares como La costa de los mosquitos, La calle de la media luna y, por otros motivos, La sombra de Naipaul, el autor estadounidense (Medford, Massachusetts, 1941) es, sobre todo, un trotamundos desde, lo recuerda él mismo, hace 50 años. Y un escritor de viajes desde hace 40. El mes pasado publicó una nueva novela (africana) en inglés, The Lower River, reseñada en The New York Times por Patrick McGrath.
Habiendo vivido y redactado clásicos como El gran bazar del ferrocarril –que cumple pronto esas cuatro décadas-, El viejo Expreso de la Patagonia o En el Gallo de Hierro, Theroux parece el adecuado para dar consejos. Y para escribir un libro como este, que mezcla experiencia propia y citas ajenas, microrrelatos y apuntes, lecturas, reflexión y recuerdos. De ahí el subtítulo -Enseñanzas de vidas en la carretera- de un libro fragmentario pero muy vivido, leído y trabajado en la, digamos, sala de montaje. Datos y conceptos se mezclan en él sin chirriar y sin engolar la voz. Es el libro de un viajero, lector y escritor de viajes que cuenta lo que ha visto, lo que ha leído y lo que ha pensado sin caer –título aparte- en la autoayuda para sedentarios. No es Alain de Botton, para entendernos.
Theroux no saca pecho ni se hace el sabio cuando cuenta sus experiencias o las de Paul Bowles, Evelyn Waugh, Lévi-Strauss o Freya Stark. Ni cuando repasa los tópicos del género: desde qué llevar hasta qué comer pasando, faltaría más, por los medios de transportes –él es animal de tren-, los viajes imaginarios o los que no requieren salir de casa (de Emily Dickinson al inevitable Xavier de Maistre de Viaje alrededor de mi habitación). Sin olvidar la vieja división entre turista y viajero: “Los turistas no saben dónde han estado. Los viajeros no saben adónde van”.
Theroux no va de sabio –tal vez porque lo es- pero a veces ejerce de policía. Como en el capítulo dedicado a revelar que muchos de los viajeros que decían –por escrito- haber cumplido el segundo mandamiento –“ve solo”- en el fondo habían viajado acompañados. Así, Bruce Chatwin, recuerda su colega Theroux, viajaba “como la Garbo”, es decir, cargando de pijamas, libros y una máquina de escribir. Y, sociable como era, casi siempre acompañado: de un amigo, un guía, un amante masculino o su mujer, Elizabeth. “En una ocasión”, anota Theroux, “le mencioné que uno debía confesar la verdad al relatar sus experiencias viajeras. Chatwin me replicó con una risa estridente: ‘¡No creo en la confesión!”.
Por lo demás, y como era de esperar en un libro que se cierra con una lista, El Tao del viajero está lleno de ellas: de sitios peligrosos y de sitios decepcionantes con nombre evocador, de escritores que no estuvieron en los lugares que describen y de lugares que, sencillamente, no existen. Las más interesantes son, sin embargo, las más aparentemente prosaicas. Como la de la escritora Dervla Murphy para viajar sin propósito (y a ser posible en bicicleta) o la del periodista Mort Rosenblum para hacer un buen reportaje (y seguir vivo).
Algunos de los consejos y reflexiones de Murphy:
“Elige un país, maneja guías para identificar las áreas más frecuentadas por los extranjeros… y ve en la dirección contraria”.
“Sé precavido, pero no apocado (…) En realidad, los escapistas son exageradamente cautelosos (…) ¿Por qué van a fracturarse los huesos más en el extranjero que en casa? Los optimistas no creen en los desastres hasta que ocurren, y por lo tanto no tienen miedo, lo cual es lo opuesto a ser valiente”.
Y algunos de los de Rosemblum:
“Llega siempre a los controles de carretera antes del mediodía, porque por la tarde los soldados siempre están borrachos y envalentonados”.
“A pesar de que ciertos novelistas promocionan los itinerarios más tortuosos, intenta conseguir un visado y franquea los pasos fronterizos. Si eres periodista o espía, o si tienes razones contundentes para saltarte las formalidades, usa el buen juicio. Simplemente recuerda que en algunos países ahorcan a la gente”.
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