Angelina Jolie regala en Venecia un último aplauso a María Callas
Jolie acaparó la gran mayoría de las preguntas. Dijo que intentó ir más allá de la Callas conocida. Que la connotación negativa que atribuía a la palabra “diva” ha cambiado gracias a la soprano. E, interrogada sobre los puntos de contacto entre ella y su personaje, declaró: “Hay tantas cosas que no puedo decir en esta habitación... Podéis imaginarlas. Creo que comparto con ella sobre todo su vulnerabilidad”.
Frente al esperado regreso de Jolie, Larraín más bien volvía a casa: se ha acostumbrado al festival de Venecia. Y, también, a llevar al Lido su peculiar retrato de iconos celebérrimos. Jackie Kennedy, Diana de Gales. Ahora, María Callas. Explicó que siempre la admiró, a la vez que se sentía intrigado por su figura y la relativa escasez de largos sobre ella, o la ópera: “¿Como hacer una película donde el personaje principal se vuelve una suma de las tragedias que contó?”.
La respuesta, de nuevo, pasa por rehuir el camino más transitado. Se nombran La traviata, Ana Bolena. Y, por supuesto, aquella sustitución inesperada en I puritani, en 1949, con la que empezó su escalada hacia la eternidad. Aparecen su expareja Aristoteles Onassis y su problemática madre, se mencionan el aborto o la pelea con su aspecto físico y su peso, las raíces griegas y el vínculo con Italia. Todo ello forma parte de la leyenda. “Eres la Callas”, le repiten como un mantra en la película. El chileno quiere investigar qué significó. Suerte, pero también condena.
Angelina Jolie y Pablo Larraín se saludan antes de la sesión de gala de 'Maria', el jueves por la tarde en Venecia.LOUISA GOULIAMAKI (REUTERS)
Maria cuenta la soledad de una mujer arropada por el público; la lucha interior de una estrella que se apaga; la humanidad y las heridas que escenarios y flashes no ven. Un declive lento, como el ritmo de la película. La repetición de situaciones puede llegar incluso a aburrir: sirve, sin embargo, para contagiarse de lo que ella sentía. La fotografía, la puesta en escena y la banda sonora empujan al espectador dentro de la mente de Callas. Por más que luche, la caída se va haciendo inevitable.
Justo cuando acepta el final, la artista entona su aria más libre: “Mi madre me obligaba a cantar. Onassis me lo prohibía. Ahora canto para mí”. “La felicidad nunca produjo una ópera hermosa”, afirma en otro momento. Tantos años rindiendo a escenarios grandiosos; ahora actúa en la cocina de su casa y solo aplaude su obediente sirvienta: “¡Magnífico!”. Pero eso también era el mito. Al final del largometraje desfilan imágenes de archivo de Callas. Aunque el mayor homenaje se proyecta antes: intentar contarla de verdad.
Úrsula Corberó posa ante los fotógrafos el jueves por la mañana en la presentación ante la prensa de 'El jockey', de Luis Ortega.YARA NARDI (REUTERS)
La carrera por el León de Oro ha desvelado este jueves, además, otra visión particular. El jockey, de Luis Ortega, ha llegado con la bendición del director artístico de la Mostra, Alberto Barbera: “Una de las voces más originales del cine argentino contemporáneo”. En efecto, el largo propone una trama y una visión inusuales: un jinete atrapado entre su afán por autodestruirse y la mafia a la que está ligada su carrera.
El cineasta arranca con un ritmo ágil, bailes, ganas de divertir y asombrar. Y, poco a poco, debajo de los artificios, asoma el tema real: la búsqueda de la identidad. “Cuantas veces hay que morir para liberarse de uno mismo”, planteó Ortega ante la prensa. El jockey, sin embargo, promete más de lo que ofrece. Y termina siendo un relato convincente, logrado, pero más convencional de lo que cabía esperar. Loable, y poco habitual, resulta su intención de juntar otras dos identidades: autoral y comercial. Aunque quizás lo más importante sobre el largo y el director lo dijo la coprotagonista española, Úrsula Corberó: “Me ha cambiado la vida, en serio”. Eso sí que es único.
No hay comentarios:
Publicar un comentario