ARGUMENTO
Las vacas de Stalin cuenta la historia de tres mujeres: Sofía, Katariina y Anna, es decir, la abuela, la madre y la hija respectivamente.
En los años 70 Katariina es una joven de Tallin (Estonia) que tiene un novio finlandés con el que piensa casarse y establecerse definitivamente en Helsinki. Desde finales de los años 40, Estonia permaneció sometida al gigante ruso no consiguiendo la independencia hasta el año 90. Katariina encuentra en su novio una esperanza para poder escapar de una vez del hambre, las prohibiciones y la represión del régimen soviético.
Anna – al igual que Sofi Oksanen, autora del libro – al ser de madre estonia y padre finlandés tiene el corazón dividido: por un lado, se siente finlandesa por los cuatro costados pero a la vez profundamente estonia. Sin embargo, no le gusta que a los estonios se les considere rusos o se les llame soviéticos. Tampoco entiende ese empecinamiento por parte de su madre de ocultar su verdadera nacionalidad al resto de personas. La chica posee además una fuerte personalidad y no quiere repetir los mismos errores que cometió ésta.
Pero lo más curioso de todo (y lo más trágico a la vez) es el extraño placer – comparable para ella con hacer sexo con un hombre - que siente por devorar todo tipo de comida para vomitarla inmediatamente después; es decir: no considera la bulimia como un problema sino como el mejor recurso para poder comer de todo y seguir manteniéndose delgada y atractiva. También Oksanen padeció los brutales efectos de esta enfermedad y de alguna forma este personaje se nos antoja como una suerte de alter-ego de la escritora.
En Estonia, la abuela Sofía sigue ejerciendo de superviviente nata, aunque nada podrá borrar de su memoria los duros años vividos durante el régimen estalinista.
LA AUTORA
Sofi Oksanen (Jyväskylä, Finlandia, 1977) vive en Helsinki, donde estudia Dramaturgia en la Academia de Teatro. Las vacas de Stalin es su primera y aclamada novela. Nominada al prestigioso Premio Runeberg, Oksanen se atreve a denunciar la hipocresía de la sociedad finlandesa actual. En 2005 publicó su segunda novela, Baby Jane, que afianzó su prestigio ante la crítica, y en 2007 se estrenó en el Teatro Nacional de Helsinki su primera obra teatral.
OPINIÓN
Lo primero que llama la atención de esta novela es la libertad con la que la autora juega con el punto de vista de la narración, alternando constantemente la primera persona y la tercera. Este viraje es constante, continúo. Se produce de manera algo caprichosa para mi gusto pero tampoco resulta un handicap imposible de superar que nos impida seguir con facilidad la trama de la historia. No hay lugar para la confusión principalmente porque el giro de un punto de vista a otro se hace con suavidad, fluidez y sin molestos subrayados; tan sólo cuando se narra la historia de Katariina, la madre, se señala el año en el cual sucede la acción. Esto permite que nos acomodemos enseguida y sin dificultad a una manera de contar las cosas que puede resultar, eso sí, un tanto insólita o chocante para el lector poco acostumbrado a este tipo de experimentos narrativos.
Existe también no sólo una alteración del punto de vista sino también cronológico. Los recuerdos de cada una de las tres mujeres – aunque básicamente se centran más en los protagonizados por la madre y la hija – se reparten en capítulos secuenciados de manera desordenada. De igual modo, tampoco tal cosa se presta a confusión. Sabemos perfectamente cuándo, dónde nos encontramos y cuál de las mujeres protagoniza la narración aunque tengo la sensación de que toda la novela está contada sólo por Anna. Me da la impresión de que ella es la que nos cuenta en tercera persona las anécdotas que se refieren a Katariina, centradas casi todas en describir su relación sentimental con su novio finlandés (su futuro "papuchi") así como sus deseos de salir de Estonia para marchar a Helsinki y de este modo conseguir escapar del ambiente opresivo y de miseria del régimen soviético. Sin embargo, también puede ser interpretado que quien cuenta esto sea un narrador omnisciente.
Sin embargo, tengo que confesar que escucho su voz con mucha mayor fuerza y claridad, que la percibo mucho más rotunda y nítida, cuando se centra en describir sus "juegos" con la bulimia o comparte sus inquietudes por no volver a repetir la misma historia de su madre. Anna es una rebelde y en parte utiliza su enfermedad como una especie de liberación personal: cuando vomita la comida se siente aliviada, como si se hubiera librado de un enorme peso interior. Por eso, su enfermedad es también un acto de rebeldía a través del cual expresa el rechazo a una realidad que considera injusta, a un secretismo – el que le impone su propia madre sobre su auténtica nacionalidad – que no entiende ni comparte. La odisea de Katariina me interesa menos tal y como está contada, aunque está claro que sirve para explicar muchas cosas del carácter, dudas e inquietudes de Anna y sin esto la narración quedaría incompleta, su personaje absolutamente desdibujado.
Pero además Sofi Oksanen utiliza a Anna como portavoz y testigo de primera mano para describirnos la enemistad y la desconfianza mutua que existía durante los años 70 y 80 principalmente, entre finlandeses, estonios y soviéticos y de las que al parecer todavía quedan algunos rescoldos, sobre todo por parte de los rusos. También expresa la tragedia de las mujeres estonias que cuando llegaban a Finlandia buscando una presente y un futuro mejor finalmente a lo único que podían aspirar era a ejercer como prostitutas para poder sobrevivir.
Es decir, Anna se nos muestra claramente como una suerte de alter-ego de la autora en el cual Oksanen vuelca todas sus vivencias personales como ciudadana mitad finlandesa y mitad estonia.
Narrativamente el texto me parece impecable. Oksanen sabe cómo contar las cosas con una fluidez admirable. A lo largo de los capítulos del libro he percibido la voz de Anna con absoluta nitidez – ya he apuntado algo a ese respecto antes – la voz de Anna contándome su historia, la de su madre y la de su abuela, haciéndome partícipe de sus contradicciones y de sus dudas o disfrutar con su personal sentido del humor y su inteligente uso de la ironía, un arte no sencillo reservado para unos pocos elegidos.
Joseph B Macgregor
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