PERFECTO BROCHE DE ORO PARA LA CUARTA Y ÚLTIMA TEMPORADA DE THE KILLING
Hace una semana llegó la fecha señalada por Netflix para el estreno de los seis últimos episodios de una serie que salvó de la muerte por segunda vez, para que quienes han contribuido a hacerla grande y para quienes queríamos más, porque merecía ser cerrada y no dejada con un fundido a negro y un cliffhanger, tuviéramos lo que nos merecíamos, lo que «The Killing»merecía.
Una semana después, y curiosamente justo un año después de que viera ese final que todos pensamos que era el definitivo, ya puedo decir que he visto la última temporada de una de mis series preferidas, una de las mejores series policíacas de todos los tiempos y una gran serie sin duda porque, para gustos obviamente pero la calidad de «The Killing» es indudable.
El argumento de la cuarta entrega de la serie desarrollada por Veena Sud tomando como base la danesa «Forbrydelsen» se resume en que tras lo acontecido en la temporada anterior los detectives Sarah Linden (Mireille Enos) y Stephen Holder (Joel Kinnaman) tienen que lidiar con lo que hicieron tratando de salirse con la suya mientras investigan un nuevo caso, el de la familia Stansbury cuyo único superviviente, Kyle (Tyler Ross) estudiante en la academia militar Saint George, salvó la vida a pesar de un tiro en la cabeza pero no recuerda nada.
Pero decir que la última temporada de la serie trata solo de eso no es solo quedarse corto sino faltar a la verdad, porque eso es el argumento superficial de todo lo que en seis fantásticas horas de televisión se nos muestra. La cuarta temporada de «The Killing» ve de personas rotas. Por un lado tenemos a Linden y a Holder tratando de seguir adelante mientras su relación se resquebraja poco a poco, con ella completamente desesperada y aterrorizada diría yo sin ver una salida clara a lo que hizo y él le ayudó a encubrir; y con él madurando a marchas forzadas tratando de que ella no se venga abajo y todo su plan se vaya al garete.
Por otro lado está Kyle Stansbury, un chico que se ha quedado solo a pesar de que ya lo estaba, aunque su hermana pequeña era la única que le apreciaba y a la que él apreciaba, condenado a tratar de acordarse de qué sucedió la noche que su cerebro ha borrado en una academia militar donde sus compañeros no le tienen simpatía y la coronel Margaret Rayne (Joan Allen) ha de ser su tutora. Ella también tiene lo suyo, con la pérdida de alguien a quien quería y de su puesto en el ejército resignada a dirigir una escuela rodeada de chicos con problemas a pesar de que todos son de familias bien con el baile como única salida para escapar de su realidad.
Y lo increíble es lo relacionadas que están las historias de Kyle y Margaret con la de Sarah, con ese tipo de frases que uno y otra le sueltan y con las que ella se siente identificada porque su cara lo dice todo. Seremos fans de Linden y Holder, la cuarta temporada habrá sido sobre ellos especialmente pero «The Killing» es más la historia de Sarah que otra cosa, de hecho con ella se abre y se cierra el círculo: Linden corriendo por el bosque hasta llegar al lago en el piloto, Linden corriendo por el bosque hasta llegar al lago en la apertura de la finale.
A diferencia de que quisiéramos saber quién mató a Rosie Larsen (Katie Findlay) en las dos primeras entregas y sufriéramos con el dolor de su familia, o de que tuviéramos tremendas ganas de que el asesino de la tercera temporada fuera apresado y pagara por todo lo que hizo por Bullet (Bex Taylor-Klaus) o por Kallie (Cate Sproule), por Ray Seward (Peter Sarsgaard) o incluso por la propia Linden; en esta temporada final el caso de asesinato investigado no ha dado vínculos emocionales en lo que a las víctimas se refiere, sino solamente con Kyle y tal vez con Margaret porque los demás personajes de la historia, los otros dos cadetes básicamente, solamente han aportado ese toque de intriga que la investigación necesitaba.
Ni siquiera, a diferencia de las otras temporadas, la historia ha dado para teorizar. Ha sido un viaje emocional en toda regla en el que hemos podido ser testigos de algo más personal sobre los protagonistas y de un caso muy bien montado por la relación con Sarah de la que hablaba.
A partir de aquí y hasta nuevo aviso spoilers así que si aún no has finalizado «The Killing», no sigas leyendo hasta el próximo aviso.
Miedo ha dado Linden. Miedo porque nunca la habíamos visto tan hundida, ni siquiera cuando estuvo en el psiquiátrico, ni siquiera cuando tuvo que mandar a su hijo Jack (Liam James) lejos de ella. Desesperada, sacando fuerzas de donde no las tenía para hacer frente no solo a la coronel Rayne sino al detective Carl Reddick (Greg Henry) cuando este ata cabos y descubre lo que ella y Holder hicieron y empieza a apretarles las tuercas. Y enajenada dispuesta a atropellar y no mirar atrás a la hija de su exnovio y exjefe James Skinner (Elias Koteas) para que dejara de atormentarla.
Rompió un espejo y su imagen quedó desfigurada, no hacían falta palabras para indicarnoslo porque en «The Killing» es tan importante lo que se dice como lo que no. Y en su línea, trata de alejarse y alejar a todo el mundo a quien le importa y que le importan de ella porque, su madre Gena (Frances Fisher) la abandonó y como le dice cara a cara cuando Sarah va a verla para que se encargue de Jack si le pasa algo o tiene que marcharse «No soy buena en quedarme, creo que te pareces mucho a mí». Al menos Linden consiguió lo que seguramente habría querido saber durante toda su vida, por qué en el día más feliz de su vida su madre la abandonó, y tal vez ello hizo que el resto fuera tan infeliz.
Claro que Stephen ha tenido lo suyo también. Primero haciendo de Linden, siendo el maduro, el fuerte, el que trataba de que su compañera no se desmoronara para que ambos no acabasen entre rejas. Después volviendo a las andadas, con las malas formas y el coqueteo con la droga y refugiándose en la religión preguntando dónde estaba Dios porque él desde luego no le encontraba por ninguna parte para que le ayudara.
Al menos decidió que podría ser alguien siendo un buen padre y marido con Caroline (Jewel Staite), pero los reproches de su hermana y de la propia Sarah no le ayudaron a creérselo del todo. Eso sí, se negó a decirle nada a Reddick y no precisamente para protegerse a sí mismo, y su mirada lo dijo todo cuando a Linden se le fue la olla y le acusó de haber escondido el casquillo y de haber hablado. Una de las escenas más duras de la serie, porque en ese punto no hay retorno, todo se podía ir a la mierda.
Pero como Reddick le dice a Sarah, los que tienen conciencia son los que acaban confesando y ella no duda en hacerlo porque es algo que debe hacer, se lo debe a ella, se lo debe a Stephen, de lo debe a todas las chicas a las que Skinner mató y a la hija de este. Y ahí, de la nada regresa Darren Richmond (Billy Campbell) para decirle que si se supiera lo que Skinner hizo sería una desgracia, que se suicidó y que quien mató a las chicas fue Joe Mills. Pero Sarah quiere llegar a la prensa si hace falta y Richmond le dice que a nadie a más que a él le gustaría encerrarla porque por ella está en silla de ruedas, pero que con su historial psiquiátrico no la creerían. Y ya sola en la sala de interrogatorios se toma su tiempo para ponerse bien la coleta y mirar al espejo sabiendo que al otro lado del cristal está su compañero, su amigo Holder mirando en lo que cobra un tono de despedida repentino cuando vemos su placa en la mesa.
Pero antes de esos geniales catorce minutos finales con unos prodigiosos ocho hasta los créditos, vuelvo al caso de asesinato. Un caso en el que Kyle no engaña solamente a Linden que lo toma bajo su protección como si de su propio hijo se tratara, sino a todos los espectadores porque todo estaba muy bien orquestado para que nos diéramos cuenta de que Margaret Rayne ocultaba algo, me lo olí un pelín antes de que llegara la confesión de que Kyle era su hijo y le estaba protegiendo, y de que el chico era quien había acabado con su familia. Un cierre duro también con Rayne confesando cuatro asesinatos que no había cometido tras sí acabar con la vida de dos de sus chicos, los que también habían hecho que pensáramos en ellos como los ejecutores de los Stansbury.
Holder va al cementerio a entregarle a Danette (Amy Seimetz) la madre de Kallie un pendiente de su hija y a disculparse por lo que le dijo cuando ella trató de ir a ver el cadáver de su hija. Incluso le pregunta por Sarah, pero él se marcha sin dar explicaciones derecho a la tumba de Bullet donde deja su colgante. Y suena esa música con la que acababan los episodios… No es el caso esta vez ya que se ve cómo Linden deja vacía su casa, encuentra el casquillo que le acusó a Stephen de haber cogido y se marcha echando un último vistazo al lago, al bosque.
Sabemos que pasan unos años, cinco en concreto según he leído, porque vemos a Stephen con una niña de nombre Kalia a la que deja en el autobús escolar prometiendo que la recogerá en casa de su madre lo que indica que su matrimonio con Caroline no funcionó. Y después le vemos en su trabajo, lo que parece un grupo de apoyo religioso a adolescentes y al salir del edificio sus ojos se posan en quien le está esperando, Sarah, a quien recibe con un chiste y ella con una sonrisa.
Y llega esa disculpa que él se merecía y la explicación de que tras buscar un hogar toda su vida lo encontró en ellos. «Éramos tú y yo juntos en ese estúpido coche dando vueltas y fumando cigarrillos», le dice, añadiendo que debería haber sabido que él era la única persona que siempre estaba y su mejor amigo. Y Holder le dice que se quede pero ella se marcha después de darse un gran abrazo… Cinco minutos en los que los ojos de cordero de él hicieron que la tensión sexual no resuelta fuera más que palpable, cinco minutos en los que pasé diciendo «bésala, bésala». (Que conste que cuando empiezan a separarse parece que hay un momento beso, pero no, aunque Veena Sud ha dicho que en una de las tomas cuando la grúa no les estaba grabando a ellos siguieron con la escena y sí hubo beso porque no sabía qué hacer. Nadie lo grabó y unos pocos lo vieron solamente).
Pero Sarah se marcha, huye en coche por un «Seattle» lluvioso con algún resquicio de sol. Y va al lago, donde empezó todo, donde parece que iba a acabar todo con ese típico, clásico plano de «The Killing» con ella de espaldas frente al agua… Pero aún había algo más, por si ya no estábamos llorando, que yo aún no había empezado porque solo podía decirle a la pantalla «vuelve, vuelve». Porque lo hace, Holder la ve, ella sale del coche y sonríe (la imagen es la del inicio de esta entrada).
Ahí empezaron los lloros pero no la sensación de vacío que me suele quedar cuando una serie que me encanta se acaba porque todo había sido perfecto de principio a fin, sin un pero, solo grandeza (que soy muy fan, que sí, que sí, lo sé).
Fin de los spoilers, ya puedes retomar la lectura si los has saltado.
Prácticamente han sido seis horas de nervios, tensión y muchas emociones. Y «Eden» el último episodio escrito por Veena Sud como no podía ser de otra manera y dirigido magistralmente por Jonathan Demme ha sido muy intenso. Qué gran uso de la música una vez más, qué gran fotografía de principio a fin.
Han hecho justicia a toda la serie y nos han brindado este regalo porque la serie lo merecía, porque nosotros lo merecíamos. Y una vez más no me queda más que dar las gracias a Veena Sud, a Netflix por rescatarla, a todos los que han trabajado por estas seis horas y a esa pareja protagonista que se ha vuelto a lucir. Y se quedarán sin reconocimiento pero ¿qué más da? Ya se lo damos nosotros.
Oficialmente «The Killing» es historia de la televisión, no tendremos más pero siempre nos quedarán los revisionados y creo que mi primero no tardará mucho en llegar. Grande, ¡viva «The Killing».
No hay comentarios:
Publicar un comentario