domingo, 10 de enero de 2021

César Rendueles / “Hemos menospreciado la agresividad del capitalismo europeo”

 

César Rendueles, autor de 'Capitalismo canalla'.

César Rendueles, autor de 'Capitalismo canalla'. 

ELENA BLANCO

César Rendueles: “Hemos menospreciado la agresividad del capitalismo europeo”

  • El sociólogo señala en su nuevo ensayo que se ha renunciado a democratizar el ámbito del trabajo, provocando que "la violencia laboral sea especialmente trágica"
  • Tras 'Sociobofia', Rendueles presenta una historia personal sobre las huellas del sistema capitalista en la literatura

SAILA MARCOS
12 DE SEPTIEMBRE DE 2015

A César Rendueles (Girona, 1975) hay un aspecto del capitalismo que le obsesiona especialmente: la falta de relaciones igualitarias en el ámbito laboral. "No deja de ser extraño que en nuestros centros de trabajo, en los que pasamos una enorme cantidad de tiempo, aceptemos condiciones de subordinación que en cualquier otro ámbito de nuestra vida nos resultarían repugnantes", reflexiona en su nuevo ensayo, Capitalismo canalla (Seix Barral). Profesor de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid y autor de Sociofobia (Capitán Swing), Rendueles acaba de publicar lo que define como “una historia personal del capitalismo a través de la literatura”.

Se trata, pues, de un ensayo en el que narra la evolución de la economía de mercado salpicado de alusiones literarias a obras como Robinson Crusoe (1719), del que dice es una versión tropical del espíritu del capitalismo; o Frankenstein (1818), relacionada con la simpatía de Mary Shelley hacia el movimiento ludita, aquel grupo de ingleses que, a principios del siglo XIX, se opuso a la Revolución Industrial destruyendo la nueva maquinaria. Dice Rendueles del panorama social actual que le recuerda a un apocalipsis zombi, donde la política hegemónica y el neoliberalismo se comportan como muertos vivientes, y asegura que ha escuchado de boca de Esperanza Aguirre la mejor definición de democracia: "Una coalición de perdedores". A pesar de ello, el sociólogo es optimista y cree posible una salida, en común y después de muchas décadas, hacia la democracia radical.

Pregunta. Dice en el libro que siempre supimos que una casa no valía tres o cuatro vidas de trabajo y que ministros como Rato o Montoro nos mentían cuando aseguraban que no había burbuja inmobiliaria. Entonces, ¿por qué no lo paramos?

Respuesta. La ideología no es sólo un conjunto de ideas o de preceptos, sino que se nos mete en el cuerpo, nos impide reaccionar, comportándose, en realidad, como una cosa muy física. Yo creo que en aquella época comíamos ideología, vivíamos ideología y la ideología del consumismo era nuestra vida cotidiana. El consumismo no radica sólo en comprar, sino que se transforma en un modo de vida y de relacionarnos con los demás. Esos años fueron unos años de hiperconsumismo, donde nuestro ideal de vida vino modelado por el mercado y eso nos impedía, aunque intelectualmente podíamos analizar lo que era y significaba la burbuja, incorporar ese conocimiento [crítico] a nuestras vidas, como después hemos empezado a hacer.

P. ¿Con la crisis se ha exacerbado el protagonismo que tiene el trabajo en nuestra vida?

R. Yo no estoy muy seguro de eso. Respecto al mundo del trabajo hay cierta perplejidad. Es cierto que en las conversaciones cotidianas tiene una enorme presencia, pero, en cambio, está totalmente ausente del discurso político. Bueno, ahora se habla del desempleo, aunque tampoco mucho. Pero me refiero a que ha habido una transformación enorme en las últimas décadas, tan grande que ni siquiera nos hemos dado cuenta de ello. Han desaparecido los sindicatos como agentes políticos relevantes, cuando históricamente han sido absolutamente esenciales, en este país en particular. La oposición fundamental a los gobiernos del PSOE la desarrollaron los sindicatos. Eso significa que esas conversaciones y la preocupación por el trabajo está inevitablemente abocada a ser muy trágica, ya que nos preocupa el mundo del trabajo, sufrimos por él, pero no tenemos herramientas institucionales para intervenir en ese ámbito.

Me llama la atención que cuando hablamos de trabajo lo hacemos sobre llegar a tenerlo o que este sea más o menos permanente, pero hemos renunciado a una aspiración básica que es democratizar el mundo del trabajo: que no permanezca como un islote de autoritarismo en nuestra vida de ciudadanos de democracias avanzadas, que ahí también pueda entrar el igualitarismo y la democracia. De todo esto no hablamos y creo que por eso la violencia del mundo laboral hoy en día es muy trágica.


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P. Al final del libro recupera una frase de Esperanza Aguirre en la que la ex presidenta de la Comunidad de Madrid urgía a modificar la ley electoral para evitar que una “coalición de perdedores” se hiciera con el poder. Y a continuación asegura que es la mejor definición de democracia que ha oído nunca, ¿no es paradójico que sea justo Aguirre quien mejor explique la democracia?

R. No creo que sea una paradoja, sino que más bien las clases altas han entendido muy bien que la democracia es una idea escandalosa. Algo que me parece importante de estos últimos años es que nos hemos reapropiado del concepto de democracia. En los años ochenta y noventa la idea de democracia era algo como muy fofo, algo de lo que hablaban en la ONU o entre los ministros. Sin embargo, de repente, la democracia vuelve a considerarse como una idea peligrosa. A los banqueros les preocupa y a los políticos les hace temblar un poco. Esperanza Aguirre lo entendió muy bien cuando decía aquello de que no se podía dejar que gobernase una coalición de perdedores. En esa frase se puede ver muy bien que la democracia está vinculada a la idea de igualdad. Democracia significa deliberación común entre iguales y si hay desigualdad es muy difícil que pensemos todos juntos.  

P. Habla también de un pasaje importante de su juventud, cuando entró en contacto con un pequeño grupo muy activo políticamente y aprendió que hay mecanismos de transformación social relativamente accesibles. De todas formas, dice que a menudo ese compromiso te ciega y no te deja ver una realidad política mayoritaria. Esta anécdota recuerda a la fragmentación de los partidos de izquierda y el debate que se está dando ahora sobre las confluencias de cara a las elecciones generales. ¿Cree que los partidos están cegados y no ven con amplitud el escenario político?

R. Creo que hay movimentismo de gente muy implicada políticamente que cree que esa intensidad con la que ellos participan en la política está generalizada. Y no es así. A veces escucho que hay que dar más protagonismo a los movimientos sociales en la política española, pero realmente en España no hay movimientos sociales igual que no hay sindicatos propiamente dichos, sindicatos de masas. Esa es la triste herencia de todo nuestro pasado, del neoliberalismo que dinamitó la sociedad civil. No tenemos un conjunto de herramientas de participación democrática al alcance de la ciudadanía, ni el ámbito laboral ni el educativo ni en ningún otro. Probablemente esté siendo demasiado pesimista, pero creo que es ese el auténtico problema y lo que quería contar. Recuerdo que en los años ochenta y noventa yo, al menos, no era para nada consciente de hasta qué punto participaba en movimientos increíblemente minoritarios, y que cualquier club deportivo de cualquier ciudad tenía más socios, seguramente más implicados y activos, que los movimientos de los que formaba parte.

P. En Capitalismo canalla habla de la novela de Miguel Delibes El disputado voto del señor Cayo y hace mención a un matrimonio que aparece en el libro, que vive en un pueblo prácticamente abandonado y es autosuficiente. Más adelante, califica como “degradación moral” el impacto tan grande que ha tenido la paternidad en la gente de su generación. ¿Es ésta la mayor perversión del capitalismo, alejarnos de cosas tan primarias como la supervivencia?

R. Efectivamente. El libro utiliza como hilo conductor la idea de que el capitalismo es un sistema excesivo que desafía, en el peor sentido de la palabra, algunas condiciones naturales del ser humano como, por ejemplo, el deseo y la necesidad de ser cuidados, la vivencia del trabajo como un espacio de realización y no sólo como una explotación y un sufrimiento. Algo que hasta hace 400 o 500 años era la normalidad antropológica más absoluta. El capitalismo tiene esa dimensión utópica de plantear un proyecto histórico y vital que desafía la normalidad y yo lo ejemplifico con el caso de la paternidad. Tener hijos para mi generación ha sido un poco como si hubiésemos creído que éramos seres espirituales y de repente descubriésemos que tenemos cuerpo. La gente siempre ha cuidado a los niños o le han fastidiado, formaba parte de lo cotidiano. Creo que se trata de algo sintomático del capitalismo, que hace que franqueemos los límites y nos imaginemos que somos cosas que en realidad no podemos ser.

P. La parte optimista de este apocalipsis zombi tiene que ver con que por primera vez intuimos, según dice, una salida de emergencia hacia la democracia más radical. ¿Qué margen de actuación tiene la socialdemocracia en la Europa que aplica salvajemente los dogmas de la austeridad?

R. No. Hay un politólogo que se llama Peter Gowan que planteó una tesis muy interesante justo en el momento de la unificación alemana. Decía que Europa, la principal economía mundial, tenía la capacidad para poner en marcha un proyecto neokeynesiano que revirtiera completamente la globalización neoliberal, ya que contaba con la capacidad económica y la tradición institucional, democrática y cultural para hacerlo, a diferencia de los países latinoamericanos que lo intentaron pero se encontraron con muchísimas contradicciones internas y a debilidades externas. Gowan planteó esa posibilidad pero Europa no le hizo ni caso y circuló por otro camino.

Los países periféricos (España, Grecia, Portugal), donde se está gestando una posible contrahegemonía al modelo neoliberal, no tienen la capacidad, como se ha visto en Grecia, para poner en marcha un modelo así. Pero puede pasar que desde aquí nazca la semilla de una reversión del sistema ya que hay señales de que es posible, aunque con muchas dificultades. La reacción [al auge de partidos políticos contrarios al sistema económico ortodoxo] ha sido violentísima por parte de las élites europeas políticas y económicas. Pero esa reacción demuestra también que están preocupados. Creo que hemos menospreciado la virulencia y la agresividad del capitalismo europeo, pensábamos que era más moderado que el norteamericano y no es verdad. Sencillamente se ha enfrentado a menos conflictos y hasta el momento no ha necesitado imponer estrategias tan violentas de gestión, pero en cuanto ha sido necesario, las han puesto en marcha.

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