De amor, engaño y suicidio: la atroz historia de Sylvia Plath y Ted Hughes
29 de octubre de 2018
En julio de 1950, con 18 años recién cumplidos, la poeta Sylvia Plath escribe en su diario: "Hay tanto sufrimiento en este juego de buscar pareja, de tantear, de probar. Pero de pronto te das cuenta de que olvidaste que era un juego y te echaste a llorar." Y más adelante, ese mismo año, escribe lo siguiente: "Tengo muchísimo que dar a alguien, algún día. Pero no debo ser demasiado cristiana. Al final, solo podré estar con uno y por el camino tendrá que abandonar a muchos. Esto es lo que hay por ahora. Tal vez alguien me abandone por el camino: eso sería justicia poética."
Un tiempo después, en septiembre de 1950, Plath ingresa al Smith College para empezar sus estudios universitarios. Unos años más tarde, en 1957 y ya casada con el que sería el gran amor de su vida: el poeta laureado Ted Hughes, escribe en su diario de Cambridge: "El libro de poemas de Ted –The hawk in the rain– ganó el primer premio de Harper´s, ¡en cuyo jurado estaban W. H. Auden, Stephen Spender y Marianne Moore! Ni siquiera ahora, mientras lo escribo, termino de creérmelo. La gentecilla miedosa lo rechaza. Los grandes poetas y valientes lo aceptan […] Me enorgullece mucho que Ted sea el primero. Todas mis ideas trilladas contra el matrimonio con un escritor se han disipado con Ted: cada vez que le rechazan un poema siento el doble de pena que cuando rechazan los míos, y cada vez que lo publican me alegra más que si me publicaran…Es como si él fuera la media naranja perfecta para mí."
Leyendo esta última entrada cuesta pensar en uno de los suicidios más famosos de la historia de la literatura del siglo XX: el que llevó adelante Sylvia Plath en febrero de 1963, en la cocina de su casa luego de servirle el desayuno a sus dos hijos, Frida y Nicholas. Un mes antes, se había publicado en el Reino Unido su única novela: La campana de cristal.
La aparición en la mesa de novedades de los monumentales Diarios completos de Sylvia Plath (de 900 páginas), en una publicación extraordinaria y cuidada de la editorial de la Universidad Diego Portales de Chile, vuelve a poner en relevancia (desde un costado más terrenal, cotidiano y, lo más interesante, contradictorio) a una de las poetas más notables de su generación. Y también deja abierta diversas puertas de entrada hacia un espíritu complejo que tenía muchísimos conflictos con la época –y la condición económica y de género- que le tocó vivir y transitar en suerte.
En ese recorrido aventurero y nómade (que incluyó vivir en otros países, trabajar de lo que pudo y combatir en su interior con la moral religiosa y burguesa de su tiempo) hasta poder arribar a esa voz literaria con la que se sintiera identificada, Plath se encontró con el amor (y fue una búsqueda intensa, según notamos en la lectura de estos Diarios, que le ocupó gran parte de su tiempo y reflexión) de otro poeta; y esa historia tuvo un final trágico que quizás corrió el foco de atención que nunca debió perderse de vista: sus poemas y su novela, es decir: el conjunto de su obra, se destaca por encima y sobre todo de cualquier circunstancia y desvío personal.
¿Por qué llevar un diario? Cada uno de los grandes escritores y escritoras (desde Virginia Woolf hasta Ricardo Piglia, de Mariano Blatt a Fabián Casas) llevaron uno. Escribe la poeta y narradora Sylvia Plath, tal vez respondiendo a esta pregunta: "Es imposible "reproducir la vida" si no tomo notas en mi cuaderno". Y en otra parte de este libro expresa esa clase de cosas que sólo se pueden decir/escribir en un diario íntimo: "Una vez más siento la distancia que existe entre mi deseo o mis ambiciones y mis limitadas capacidades […] Ahora vuelvo a tener la sensación de que jamás seré capaz de escribir una historia interesante ni un buen poema, mucho menos uno malo. Todo está detenido. Los exámenes me angustian. Me he metido sola en un atolladero mental y soy incapaz de salir. ¡Cómo me encanta ir a parar siempre al mismo sitio!"
Es en ese sentido, por revelaciones de este calibre, que esta obra expande el conocimiento que se tiene sobre Sylvia Plath y que bucea en esas zonas que su obra publicada deja, por supuesto, afuera. Sin embargo, es posible notar cierta continuidad en estas páginas: y es el deseo de Plath de mantenerse en esa zona de conflicto consigo mismo llegando por momentos a la tortura deliberada y las culpas extremas.
Dijo el teórico literario Alberto Giordano al respecto: "Como muchos de los que se recuestan en un diván buscando alivio para sus padecimientos, el diarista ama su enfermedad, pero lo singular de su caso es que pone más empeño en mantenerse fiel a lo que le dificulta la vida que al deseo de curarse (es el caso de Cheever, pero también el de Pavese, el de Katherine Mansfield, el de Alejandra Pizarnik). No se conforma con reconocerse enfermo, quiere ser lo que lo enferma, las fuerzas que lo destruyen, pero también, al mismo tiempo, el organismo que todavía resiste. Por eso, antes que para conocerse o modificarse, se examina diariamente por escrito para precisar, con una sutileza infinita, los contornos de su 'cuadro', que son los de su excepcionalidad."
Proveniente de una familia de clase trabajadora pero ilustrada, Sylvia Plath sufrió la muerte de su padre cuando era niña. Los estudiosos de su obra señalan que ese hecho fue traumático y marcó su vida psíquica y su relación tensa con el género masculino. Sin embargo, también se puede decir que en estos Diarios su padre aparece más bien poco y su modo de vinculación con los hombres se relaciona más con una manera de entender la existencia (desde la libertad y la solvencia individual que la obligó a buscar su destino en la escritura y en diversos trabajos mal pagos) que rendirse ante la dependencia del varón.
Sylvia Plath podía expresarse por momentos con una actualidad apabullante y estar al día con las luchas feministas de este momento histórico (combatía el ideal de belleza masculino, entre otras cosas) y a los pocos días parecer irremediablemente contemporánea al pensamiento masculino de los 50 (por ejemplo: a veces consideraba que una mujer que no pudiera dar a luz no era una "auténtica mujer"). Su ánimo, fluctuante y difícil de encasillar, se debatía entre esos dos estados constantemente. De todas maneras, escribe en un momento del Diario una pregunta inquietante para su futuro: "¿Hay algo más aburrido que las aventuras de un chico y una chica?" Al poco tiempo, conoce a Ted Hughes (en un momento del Diario, cuando ya están casados, sugiere que él es la reencarnación de su padre) y su vida da un vuelco descomunal.
Esto sucedió una mañana de febrero de 1956: Plath iba a un psiquiatra que le recomendaron varios de sus profesores en Cambridge debido a su "historial clínico" –cargaba con un intento de suicidio y había sido tratada con terapia de electrochoque. En el camino, se compró el único número de la revista St Botolps´s que contenía cuatro poemas de Ted Hughes (quien además era director de la revista junto a otros amigos). Quedó deslumbrada y sintió que Hughes escribía como los dioses.
El 25 de ese mes era la fiesta de lanzamiento de la revista así que Plath decidió ir a conocer al poeta que la había sorprendido. Esa misma noche, Plath y Hughes tuvieron su primer encuentro. Después, por varias semanas no se vieron. Hasta que Hughes decidió reaparecer en la vida de ella y se pusieron de novios. El 16 de junio de casaron. Este periodo puede considerarse el más estable y luminoso de Plath. Tanto por lo que describe en su Diario como por algunos poemas. Está, sin ir más lejos, Oda a Ted donde escribe esto: Con solo mirarlas/ él fecunda las tierras liegas:/ los campos roturados como con los dedos/ echan tallos, hojas, frutos con corazón de esmeralda;/ los granos resplandecientes, que tan raramente brotan,/ él los fuerza a abrirse a su antojo temprano;/ A petición de su fuerte y leal mano, los pájaros construyen.
La pareja trata de establecerse en Inglaterra y Estados Unidos (los viajes son constantes) donde dan clases en universidades cuando pueden, y cuando no pueden trabajan de lo que surja en el momento. Por ejemplo: Sylvia Plath, por esas casualidades que sólo ocurren en la realidad, trabajó en una institución psiquiátrica ordenando las historias clínicas de sus pacientes y supo inmediatamente que estas páginas eran un material valioso que le servían para construir su propia obra. Hasta que las cosas comienzan a acomodarse.
El almanaque marca que es 1960 y resulta un gran año para Sylvia Plath: nace su primera hija, Frida, y publica su primer libro de poemas en Londres: El coloso y otros poemas. Pero 1962 fue otro año inolvidable, y doloroso por partes iguales, para Plath: nace Nicholas, su segundo hijo (cuando un año antes había tenido un aborto natural), firma para publicar su primera novela, La campana de cristal, y Ted Hughes la abandona por una amiga en común: la poeta Assia Wevill.
Pero el Diario, pese a ser la edición más completa que existe y respetar el trabajo realizado por Karen V. Kukil, llega hasta este momento límite de su vida. Sylvia Plath, por supuesto, siguió escribiendo en sus cuadernos personales hasta tres días antes de su suicidio, y se sabe de la existencia de dos cuadernos más. Uno de ellos, según palabras de Hughes, "desapareció", y otro ("el cuaderno con el dorso marrón") fue quemado por el propio Hughes.
El último poema que escribió Sylvia Plath se llama Límite. Comienza así: Su cuerpo se ha perfeccionado./ Su cuerpo.// Muerto luce la sonrisa del acabamiento,/ la ilusión de un anhelo griego.// Fluye por las volutas de su toga,/ sus pies.// Descalzos parecen decir/ hasta aquí hemos llegado, se acabó.
Ted Hughes, a pesar de ser culpado por la opinión pública como el responsable absoluto de esa muerte, se encargó del legado de Sylvia Plath; ya que nunca estuvieron divorciados en los papeles a pesar de haber iniciado los trámites. Editó de su esposa el poemario póstumo Ariel, la versión norteamericana de La campana de cristal, sus Poemas completos y sus Diarios. Nunca habló del suicidio –ni tampoco del suicidio de su segunda esposa: Assia Wevill.
A pesar de eso, desde ese momento en que Plath se quitó la vida, Hughes escribió durante 25 años una serie de poemas que retrataban toda la relación que tuvieron en orden cronológico. Ese libro se publicó en 1998 y se llama Cartas de cumpleaños. Es increíble y de una calidad literaria superior. Dijo Mariana Enríquez: "El trabajo vale la pena, porque cada página es una verdadera obra maestra". Y efectivamente es así. Carta de cumpleaños se lee como una versión posible frente a los Diarios de Sylvia Plath. A pesar de esto, la intimidad de la pareja –de cualquier pareja en realidad- todavía resulta un misterio insondable. Quedan, como siempre, los textos de un escritor y una escritora geniales, que resultan igual de misteriosos y atractivos, e incluso más todavía.
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