La corriente de la conciencia
Joyce Carol Oates pergeña un megalómano alegato contra la irracionalidad que envenena la sociedad en ‘Un libro de mártires americanos’
23 OCT 2017 - 03:59 COT
La enigmática cubierta emulando a Hopper ya avanza la tensión y la ansiedad que recorren la nueva y radical novela de la sempiterna candidata al Nobel, que ha pergeñado un megalómano alegato contra la irracionalidad que envenena nuestra sociedad, consagrando su complejo estilo de múltiples registros a llevar a cabo una profunda reflexión sobre el aborto y la pena de muerte en los Estados Unidos, dos cuestiones que generan esa violencia que obsesionó a su admirado Norman Mailer y a otros narradores americanos como Don DeLillo o Cormac McCarthy, que tiñe de sangre la bandera americana y que tarde o temprano conduce a una forma de martirio sin redención. La enjuta y austera Joyce Carol Oates, que se ha ocupado bajo incontables pretextos narrativos de la falaz moral americana, escribe aquí sobre la muerte por aborto, por inyección letal o por ignominia y no abandona los conflictos entre padres, hijas y esposos, con frecuencia aderezados con un asesino, que arrastra desde Mamá, Infiel, La hija del sepulturero, Ave del Paraíso o Carthage.
Un libro de mártires americanos es una magistral novela río que sigue la historia de dos familias norteamericanas antagónicas y sin embargo íntimamente confrontadas: la de Luther Dunphy, el delirante devoto evangélico que se arroga la potestad de actuar en nombre de Dios cuando le pega un tiro a un médico abortista en la pequeña ciudad de Ohio, y la de Augustus Voorhees, el médico idealista al que le arrebata la vida. A partir del asesinato, los destinos de las hijas de ambos transcurren en paralelo, y si Dawn Dunphy se convierte en boxeadora de éxito como aquella Maggie Fitzgerald de Million Dolar Baby de Eastwood –Carol Oates también se ocupó de otro mito americano en On Boxing (1987)– Naomi Voorhees, documentalista en ciernes, se obsesiona con el pasado convirtiéndose en hagiógrafa de su padre. En su última y temeraria novela, de las más brillantes y menos desmedidas, la profesora de Princeton combate el fundamentalismo que ciega nuestras mentes, lidia una vez más el negro toro de la moral desenfrenada que desafía a un tiempo en la arena la suerte de un Dios adictivo y la del laicismo radical, enriqueciendo la complejidad de ambas al huir de cualquier maniqueísmo, adentrando al lector en la mente de sus personajes forzando su virtuosismo técnico hasta la cadencia bíblica y la corriente de conciencia, poniendo de manifiesto que no existe la higiene del asesino pero sí lirismo en el horror, y que con frecuencia la morbosidad no es señuelo sino veracidad. Lo divino y lo humano construyendo el fanático demonio de la violencia: la muerte en accidente de una hija con síndrome de Down perturba al rudo Luther, residuos fetales junto a asistencia social, el abandono de la condición de madre o el fervor desaforado junto a la aséptica ciencia de un médico que cree extirpar dramas íntimos: “¿Hubo dinosaurios en el jardín del Edén?”.
En su última y temeraria novela, de las más brillantes y menos desmedidas, la profesora de Princeton combate el fundamentalismo que ciega nuestras mentes
The Faith of A Writer: Life, Craft, Art(2003) es uno de sus muchos libros de ensayo o no ficción que esperan aún su traducción al español, y sería bienvenido un volumen que seleccionara textos recogidos en él y en otras compilaciones suyas como Contraries: Essays (1981), Uncensored: Views & (Re) views (2005) o The Journal of Joyce Carol Oates: 1973-1982 (2007), pues esclarecía su ficción narrativa. La prolífica autora neoyorquina manifiesta ahí algunas cuestiones de su poética que conciernen a la novela que nos ocupa, y que la iluminan: “La voz individual es la voz comunitaria” como “la voz regional es la voz universal”, “el sentido de los significados subterráneos bajo el discurso público”, la inspiración surgiendo cuando “algo insiste en hablar a través de nosotros” y “verificar la experiencia a través del lenguaje”.
Aquella oscuridad que se cernió sobre la feliz familia de los Mulvaney en su novela Qué fue de los Mulvaney, o la que apagó a la familia Mansfield en Carthage, ha alcanzado ahora a los Dunphy y los Voorhees, y la violencia endémica de los EEUU del perturbado sueño americano que viene denunciando con empecinamiento desde una de sus primeras novelas, titulada con ironía Un jardín de placeres terrenales (1967), cuando la recreaba a lo largo de las décadas transcurridas entre la Depresión y los sesenta, continúa exhibiéndose aquí. De sangre sabia hablaba su admirada Flannery O’Connor, pero es de sangre necia de la que se habla en Un libro de mártires americanos, de virtudes solo aparentes, de la imposibilidad perpetua de desgranar las uvas de la ira, de América mirándose en su espejo roto y de Mrs. Oates mirando América a través de la ventana indiscreta de su estudio, la metáfora con la que aconseja a los autores que no escriban jamás de espaldas a un mundo real que supera con creces cualquier ficción.
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