Una elección abierta
El candidato debe demostrar que le puede ganar a Petro sin ser ‘el que diga Uribe’.
Mauricio Vargas
19 de diciembre de 2020
En mi anterior columna dije que los números de la pandemia iban a subir, resultado del arribo de las fiestas y del cansancio de la gente con las medidas restrictivas, que dejan poco margen de acción a las autoridades. Y está pasando. “Estamos igual que en agosto”, escuché el jueves en la radio. No es exacto: aunque los casos nuevos diarios han vuelto a pasar de 12.000, como en aquel mes del pico de la crisis, en ese entonces el país practicaba 30.000 pruebas al día y ahora hace el doble, más de 60.000. Si en agosto la tasa de positividad llegó a 32 %, ahora es de 18 %, una proporción mucho menor de casos confirmados. Las muertes diarias pasaron de 200, pero, por fortuna, aún están lejos las jornadas de 400 decesos de ese negro agosto. Claro que esta nueva ola apenas comienza.
El 2021, que ya asoma, estará marcado por lo que ojalá sean los meses finales de la embestida del covid-19, por el inicio de la vacunación (en los primeros meses, a personal médico, población de alto riesgo y adultos mayores) y, cómo no, por el arranque de la campaña para las presidenciales de 2022. Pasaremos –si en verdad la pandemia comienza a ceder– de la contabilidad de contagios a las encuestas de intención de voto.
Como lo señaló el exfiscal Néstor H. Martínez en ‘Semana’, los exalcaldes Gustavo Petro y Sergio Fajardo, favoritos en los sondeos, andan en problemas. El primero mantiene un 25 % de encuestados que votarían por él, pero la cifra no crece. Cuenta con una imagen negativa de entre 40 y 50 %, como rechazo a su respaldo a la violencia en las marchas. Además, está de pelea con sectores que en 2018 lo apoyaron para la segunda vuelta, como los ‘verdes’ y el senador Jorge Robledo. Y en la pasada campaña no se había conocido el video en el que Petro recibe decenas de millones de pesos en fajos de billetes de su amigo y contratista de su alcaldía, Juan Carlos Montes, hoy fugitivo de la justicia.
En cuanto a Fajardo, a los 64 años le cuesta trabajo irradiar la imagen de juventud y renovación que tanto rédito le dio a inicios de siglo. Pero su mayor problema es Hidroituango. Al ser imputado por la Contraloría como uno de los responsables del detrimento patrimonial por la descomunal cifra de 4,1 billones de pesos, en el accidentado proyecto hidroeléctrico de Antioquia, Fajardo puede haber perdido el halo de santidad que exhibía en el manejo de dineros públicos. Y lo más duro de ese proceso fiscal viene el año que entra.
Aunque es aventurado tachar de un plumazo a Petro y a Fajardo, lo cierto es que ahora la tienen mucho más difícil. A eso hay que agregar que, como he dicho en varias columnas, salvo en las reelecciones de 2006 y 2014, en Colombia la presidencia la suele ganar alguien que un año antes apenas asoma en los sondeos, como ocurrió con Iván Duque en 2018, con Juan Manuel Santos en 2010, con Álvaro Uribe en 2002 y con Andrés Pastrana en el 98.
La elección está abierta. Aunque la polarización se mantiene, pues la gritería de los extremos copa los titulares, hay tantos colombianos hartos de esa crispación que, ahora más que nunca, existen opciones claras para un candidato de centro. Aún desconocemos su nombre, más allá de los que están sobre la mesa y de otros que apenas han sonado.
Con el impulso de las mayorías silenciosas del centro y en la medida en que haya acuerdos para una consulta popular que escoja candidato único el día de las parlamentarias de marzo, aumentarán las opciones del centro. Aparte de forjar unidad, el efecto que produce ganar una consulta ese día puede ser definitivo de cara a las presidenciales, como sucedió con Duque –el más centrista de los uribistas– en 2018. Sobre todo si, por un lado, ese candidato demuestra que es capaz de derrotar a Petro y, por el otro, que no es “el que diga Uribe”.
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