ngrid Ingrid Rojas Contreras, Nona Fernández y Sara Jaramillo Klinkert |
De Nona Fernández a Mariana Enríquez: las escritoras que revolucionan las letras latinoamericanas
De Colombia a Argentina, Chile o México, la pujanza de las autoras marca una nueva normalidad literaria. Hablamos con cinco de ellas sobre sus obras y temas comunes.
ANA FERNÁNDEZ ABAD
22 ABR 2020 23:59
Nona Fernández: «Reclamamos visibilidad, que no se nos catalogue»
«Tenía dos años cuando llegó el golpe militar. Crecí en ese tiempo oscuro y extraño que fue la dictadura, y salí al mundo entre marchas, velorios, helicópteros y funerales. Soy parte de una generación medio perdida, que no fue protagonista de nada, pero que observó con ojos adolescentes, e intentó a sus pocos años movilizarse. Costaba entender lo que ocurría porque los adultos estaban con la cabeza en otra parte, porque nos protegían con su silencio. Crecí pensando que ese mapa incompleto en el que viví iba a aclararse con la llegada de la democracia, pero no fue así. Entonces quedé frustrada, con la sensación de que había episodios de mi propia vida que se me estaban clausurando», explica la chilena Nona Fernández (Santiago, 1971). De ahí que la realidad se cuele en sus ficciones. «Comencé, sin plan, una investigación escritural sobre todo aquello que vivencié, que escuché, que vi, que no tuvo lugar en la Historia oficial. He estado en eso veinte años: en revelar y contar esas vivencias que se me cruzaron y sentí que merecían un espacio de memoria», subraya.
En Chilean Electric (Editorial Minúscula) habló de la llegada de la luz al país, de la infancia de su abuela. En Voyager (Literatura Random House), de su madre: «En momentos donde las mujeres estamos trabajando a diario por democratizar la vida, creo que lo interesante no es el protagonismo de personajes femeninos, sino el protagonismo de mujeres que abren nuevos paradigmas. En el caso de mi propia escritura, que se ha vuelto muy documental, me interesa justamente eso, relevar otro tipo de mujer. En Voyager hablo de mi madre y su sencilla historia como madre soltera que rompe esquemas en los setenta chilenos, porque quiere estudiar, ser independiente y criar sola. Su historia es un reflejo de muchas mujeres que han hecho su vida sin el apoyo masculino, prescindiendo de él. Su capacidad de acción solitaria y resuelta es una manera de valorizar la tremenda energía que tienen las mujeres».
Actriz, guionista de series y dramaturga, considera que «el mundo literario latinoamericano ha estado desde siempre lleno de talentosas mujeres», pero hay que seguir reivindicando su papel: «Como en todos los ámbitos, no solo en la literatura, las mujeres hemos ido ganando terrero. Hay más espacios, más respeto por nuestro trabajo. Pero pese a los avances de nuestra área, aún escribimos reclamando visibilidad, exigiendo que no se nos catalogue, que no se nos rotule, que no se nos deje fuera de los grandes temas, de las grandes discusiones, de los grandes anaqueles. Aún las antologías latinoamericanas no son paritarias. Tampoco los planes de lectura. Ni siquiera las mesas de conversación en los encuentros literarios». Al contrario, persigue que su reconocimiento sea el nuevo estándar: «El MeToo y la renovación de la fuerza feminista han generado en el mercado editorial la moda de la escritura hecha por mujeres. Eso ha llevado a creer que hoy hay más escribiendo, o mejores plumas. Pero la verdad es que solo se está enfocando mejor el trabajo de las escritoras».
Ahora, subraya, la crisis de la Covid-19 ha supuesto un parón forzoso en la industria editorial, y «en medio de esta intensidad telúrica la literatura real chilena está en etapa de pausa, de reflexión y de observación, porque lo que marcaba pautas literarias hace cinco meses poco tiene que decir del paisaje actual». Según ella, la clave para escribir es no dejar de explorar. «Lo mío siempre ha sido un intento. Soy la misma mujer sin certezas de mis primeros cuentos», sostiene. Ahí surge la innovación: «Me siento más cómoda en libros híbridos, sin clasificación posible, lejos de cualquier etiqueta, como son mis últimos textos que mezclan crónica, archivo, biografía. Estamos viviendo tiempos donde se nos impone la importancia de los límites en todos los aspectos, territorial, racial, social, político, de género, inventos para ejercer el control sobre nosotros. Desarrollar esta escritura híbrida ha comenzado a ser una postura no solo estética, sino ética. Por lo menos en el territorio de mis libros no hay muros ni fronteras».
Mariana Enríquez: «Vivimos un momento de gran calidad literaria»
Empezó a escribir a los 17 años, en el instituto. «No estaba en mis planes dedicarme a esto, pero no encontraba ningún libro, en castellano, que hablara de mi vida y la de mis amigos», señala Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973). En 1995 publicó Bajar es lo peor (Galerna), su primera novela, y el año pasado esta periodista argentina obtuvo el Premio Herralde con Nuestra parte de noche (Anagrama). En su obra priman los géneros fantásticos, el terror, las referencias a la niñez. «Me gusta escribir sobre la infancia, porque es todo tiempo recobrado. Además me parece un territorio extraño y lejano: no tengo hijos y no tengo relación con niños, entonces me gusta hacer ese ejercicio. Además creo que, literariamente, la infancia es un lugar maravilloso, que permite la fantasía y también la crueldad», precisa.
Para Enríquez se está viviendo «un momento de gran calidad literaria» y subraya que la gran diferencia hoy es «que hay igual número de mujeres que de hombres, y con la misma visibilidad». Desde referentes como Hebe Uhart o Liliana Heker a compañeras de generación como Samanta Schweblin, Valeria Luiselli, Fernanda Melchor o Lina Meruane, «con estilos, formaciones y posiciones sociales diferentes». Pero no considera que se esté viviendo un nuevo boom latinoamericano, esta vez protagonizado por autoras: «El boom fue un poco un movimiento ‘de marketing’ y algo uniforme estilísticamente. Además, fue justamente eso, un boom. Creo que esto es un estado de cosas permanente que continuará, una nueva normalidad, no una excepción en la historia de la literatura. Es cierto que es un momento de gran calidad, pero creo que se trata de un crecimiento sostenido».
Opina que las autoras ganan espacios narrativos, poniendo sobre la mesa nuevas temáticas: «Algunas tratan lo íntimo de maneras muy diferentes, como hace Luiselli en su última novela. Gabriela Cabezón Cámara hace novelas de temáticas muy relacionadas a temáticas LGTBI, incluso poniendo de cabeza textos canónicos; Schweblin es una escritora netamente fantástica y de una técnica perfecta; Agustina Bazterrica escribió una distopía muy exitosa… En general creo que muchas escritoras tienen voces muy personales y mundos que exceden en mucho el intento de dar cuenta de la propia experiencia. Son más ambiciosas. Por supuesto, también hay autoras que eligen lo íntimo y lo hacen muy bien».
Ingrid Rojas Contreras: «Al emigrar busqué refugio en el cuaderno»
Marcada por la violencia y las letras, la infancia de Ingrid Rojas Contreras (Bogotá, 1985) fue una huida y un encuentro: su familia emigró de Colombia a Estados Unidos para escapar del día a día de su país en la época de Pablo Escobar y halló en los libros y la escritura un refugio hecho a su medida. «Todo lo que soy se lo debo a Colombia. Hasta la violencia es pedagoga. Soy una persona muy feliz. He visto tanta tristeza que lo que se aprende es a encontrar recovecos de júbilo», afirma. De adolescente, empezó a escribir en inglés para que sus padres no cotillearan esas notas. «Al emigrar busqué refugio en el cuaderno. Empecé como periodista, y luego me quedé en la literatura». También fue intérprete, se mueve con fluidez entre idiomas: «Puedo atravesar los territorios de cada uno con comodidad. Hay veces que me llevo la musicalidad del español y la exporto al inglés. Para mí, no hay barreras. El lenguaje con el que escribo me gusta más si tiene partes de mis dos lenguas».
Ahora da clases en la Universidad de San Francisco y en 2018 deslumbró con su debut literario, La fruta del borrachero (Impedimenta), una novela en la que revisita su infancia colombiana. «Al principio, me senté a escribir una crónica. No pasé de la quinta pagina. Supe que necesitaba de la ficción para contar la verdad de lo que había vivido», señala. Para Rojas, «la realidad es realismo mágico», un mundo que entiende bien, herencia de su madre clarividente y su abuelo –sobre quien prepara un libro– curandero. Ella sigue su estela: «Sé que las historias tienen poderes curativos. Muchos escritores son curanderos y ni se enteran». Una niña, Chula, y su cuidadora adolescente, Petrona, protagonizan la novela de Rojas, que ha preferido hablar de las vidas de la gente normal en los años más sangrientos del narcotráfico. «En los noventa, los hombres usualmente ocupaban los cargos de poder, lo que significa que fuera de la guerra, Colombia era un país de mujeres», explica.
Necesitaba «que se escucharan las historias de las víctimas» y precisamente cree que descubrir nuevos puntos de vista es el papel de las autoras latinoamericanas actuales, «imaginarse y escribirse en un lugar distinto al que les habían guardado». En la actualidad Rojas forma parte de un programa de San Francisco Arts Commission para ayudar a través de la escritura a estudiantes de instituto inmigrantes: «Las comunidades inmigrantes guardan sus silencios. Hay una fijación sobre el sobrevivir el día a día. La literatura nos lleva a romper esos silencios, y a enfrentarnos con el pasado». Aunque ha logrado premios como el de las letras de California, el Mary Tanenbaum o el Miller Audio, reconoce que a veces sigue encontrando prejuicios sobre la figura de la mujer intelectual: «De vez en cuando me encuentro con ese fenómeno. Lo habrá siempre, mientras existan hombres inseguros».
Sara Jaramillo Klinkert: «Hay violencias calladas, tenemos todo por contar»
Fue gracias a un taller en la Escuela de Escritores de Madrid como la periodista colombiana afincada en España Sara Jaramillo Klinkert (Medellín, 1979) comenzó a desarrollar su primer proyecto literario, plasmado ahora en Cómo maté a mi padre, un debut convertido en una de las grandes apuestas de Lumen dentro de su 60 aniversario. «No tenía en mente escribir la historia de la muerte de mi padre. Allá me impulsaron, me movieron fibras, desataron recuerdos, hicieron salir a flote sentimientos que tenía muy ocultos. Todo se fue dando de una manera muy orgánica, muy honesta, muy cruda y hoy me doy cuenta de que esa es, precisamente, la gran virtud de la novela», reflexiona.
Esa crudeza se plasma en la violencia, tema que es el eje de la obra y también una constante en la literatura de su país. «Los colombianos hemos soportado tantas formas de violencia que me parece imposible escribir algo que no esté permeado por ella. Somos una sociedad de aguante que terminamos por normalizar aquellas cosas que no somos capaces de combatir». Y no se refiere solo «a la pura y dura de pistola y sangre», precisa, sino «a las violencias domésticas, sexuales, de género, raciales… formas sutiles y calladas, más ocultas pero igualmente violentas».
Es ahí donde ve fundamental el papel de las narradoras, siente que ellas han ganado terreno, pero hay espacio para muchas más: «Tenemos todo por contar. Me parece, incluso, que es casi un deber porque lo que no se visibiliza no puede combatirse y hoy en día nadie pelea contra fantasmas». Afirma Jaramillo que las autoras están aportando nuevas temáticas y ópticas a la literatura contemporánea. «Creo que estamos aportando una mirada propia, incluso sobre temáticas ya abordadas y eso me parece hasta más valioso. Las mujeres que escribimos tenemos mucho trabajo por delante porque hay temáticas en apariencia minúsculas, pero es porque nadie las ha tratado, así que supongo que tenemos tema para rato».
A ella la llevó a escribir la lectura, su «refugio» tras la muerte de su padre, donde encontró «una forma de escapar de la realidad tan agobiante» a la que se enfrentaba. Dice que los libros le salvaron la vida y le hicieron ver que podía contar sus propias historias. Eso la condujo al periodismo, profesión con la que aprendió a observar y a sintetizar: «No escribo novelas por el hecho de ser periodista. Al revés, me hice periodista porque me pareció que era un camino lógico para luego escribir novelas. Ese siempre fue mi norte, no lo perdí jamás de vista. Ni cuando fui presentadora ni cuando dirigí el departamento de relaciones públicas de la principal empresa textil del país ni cuando trabajé como reportera en el canal de televisión más visto de toda Colombia. Nunca. La gente siempre pensó que ya había alcanzado el éxito profesional. Yo, en cambio, recuerdo que solo pensaba: ‘Qué estoy haciendo aquí, me estoy traicionando a mí misma, tengo que ponerme a escribir».
Ahora ya tiene lista su segunda novela, Donde cantan las ballenas, y prepara una nueva obra. «Hablará sobre la infidelidad aunada a la decadencia de la belleza. La protagonista, que se ha valido de su aspecto físico para conseguir muchas cosas, llega a la mediana edad y comienza a traspasar una frontera a partir de la cual intuye que las cosas no volverán a ser tan fáciles para ella», adelanta.
Brenda Navarro: «El papel de las autoras es de protagonistas»
«Considero que la literatura latinoamericana está pasando por un momento increíble. Y el papel de las autoras es de protagonistas, encabezaron los mejores libros de 2019 y 2020 será igual», apunta Brenda Navarro (Ciudad de México, 1982). Conoce bien la escena editorial de su país –ha creado el proyecto independiente #EnjambreLiterario, que «pretende crear redes entre escritoras»– y asegura que «Mucho del reconocimiento que existe actualmente para las autoras latinoamericanas es gracias a las lectoras que cada vez exigen contenidos que las interpelen y de gran calidad. Afortunadamente están quedando atrás los filtros de qué es bueno y qué no, y son las lectoras las que se recomiendan de boca en boca los libros que más les interesan. Esto es clave para que la literatura latinoamericana se mantenga viva».
Estudió Sociología y llegó a la escritura por casualidad. «Nunca pensé en que podía ser escritora como profesión. Me encontré con la literatura en una etapa de mi vida en que estaba desempleada y me metí a un taller de cuento. Ahí me dijeron que lo que escribía era bueno y comencé a escribir porque me di cuenta que lo disfrutaba mucho. He podido ser escritora por mis largos periodos de desempleo», afirma. Casas vacías (Sexto Piso) es su novela de debut. En ella habla de la maternidad, aunque ese no era el tema central que tenía en mente cuando inició el proyecto: «No busqué que la maternidad fuera el eje de la novela, eso es algo que las lectoras han dicho y les agradezco mucho que me lo hayan hecho ver. Soy de las que piensan que cuando escribes un libro, este tiene que defenderse solo y creo que la novela lo ha hecho bien, se ha defendido incluso de mí. Yo todo el tiempo pensé que estaba escribiendo del dolor que generan las desapariciones en diversos sentidos de la vida».
Para Navarro, se impone la creación de un nuevo canon que no omita a las autoras. «Aunque estamos escribiendo mucho, los medios tradicionales de difusión siguen priorizando lo que consideran que es el canon literario, se siguen reseñando y publicando más hombres. El que de pronto parezca que las mujeres publicamos más en América Latina es porque estamos tomando nuestros lugares en la esfera literaria sin esperar a que nos los otorguen, creamos redes entre nosotras y nos difundimos porque usamos como herramientas las redes sociales», dice. Para ello no hay que depender de nadie, recalca: «Nuestro trabajo intelectual no necesita la validación de ‘los hombres’. Así como hemos sido relegadas de la Historia también estamos reescribiéndola, y eso es fundamental».
El peso de México y de la literatura latinoamericana, asegura, invita a repensar la industria: «La relevancia literaria que está teniendo México actualmente en lo literario va más allá de una temática o género, porque es el mercado más grande en toda la literatura escrita en español. Eso es enorme, y creo que no le estamos dando la importancia adecuada. Lo relevante además, es que estamos en comunicación constante con otras regiones en América Latina y eso podría verse de manera más justa si no fuera por las barreras económicas que tiene la distribución de los libros».
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