Los 50 mejores libros de 2020
AMOR INTEMPESTIVO
Salvar la vida
La maravilla de este libro de Rafael Reig, un doloroso drama familiar articulado como novela de aprendizaje con capacidad terapéutica, está en la ausencia de víctimismo
Los lectores de su blog personal, trabajado hace más de 10 años, sabían que Rafael Reig (Cangas de Onís, 1963) tenía una habilidad poco frecuente para convertir su vida cotidiana en literatura de primera: aquellas entradas de blog de apariencia modesta, escritas mientras la cara más visible del autor se entregaba a la polémica (como jefe de opinión de un periódico y, poco antes, como sarcástico moralista del mundo literario en un suplemento cultural), entrelazaban humorísticos juicios literarios con celebraciones de vida familiar junto a su hija, convertida en personaje. También demostraban una pulsión biográfica profunda: una salvación de lo cotidiano en la escritura y un sutil pacto entre las expectativas y la realidad, un ego puesto en cuarentena.
Así que, en cierto sentido, un libro como Amor intempestivo, primer proyecto estrictamente autobiográfico de Rafael Reig, era algo previsible: casi una consecuencia lógica de su escritura, aunque se haya hecho esperar. Y el resultado es tan satisfactorio, tan decantado en las dosis exactas de ironía, humor, tristeza, amargura y empatía, que uno siente que ha jugado a su favor el paso del tiempo.
Articulado como una novela de aprendizaje (aquellas en las que la búsqueda del sentido de la vida, de la “experiencia” cuajada en “moraleja”, termina por ser más bien la aceptación del sinsentido de la vida), Amor intempestivo gira en torno a tres motivos principales: la formación del escritor, con una desencantada lectura generacional; los proyectos de vida, laborales y sentimentales, y la asimilación de la desgracia dentro de la familia: “La sensación de fatalidad y fealdad (…) que intentaba tomar asiento en nuestra casa”, los paulatinos daños de unos padres de naturaleza feliz, y trágico final.
Respecto a los años de formación del escritor, Reig se enfrenta a su parodia: “Quería resolver una duda, ¿me gustaba sólo ser escritor o en realidad también me gustaba escribir?”. Una vindicación más sutil de lo que parece, incluso algo heroica e idealista (e ingenua) de la literatura en un tiempo en el que “los plumíferos nos habíamos convertido en mamarrachos”. Reig entona el sempiterno canto a la generación perdida, a sus amigos los novelistas Antonio Orejudo y Chavi Azpeitia y el catedrático de Literatura Eduardo Becerra. Visto en perspectiva, es evidente que este grupo sustituyó, en cierto momento, la figura social del novelista de éxito (y actualidad) por una labor genealógica, una lectura tan culta como política y popular, tan bienhumorada como seria, de la tradición literaria. No obstante, esta es una opinión de este crítico, porque Reig no aprovecha las páginas de Amor intempestivo para ejercicios disimulados de promoción. Sus amigos y él son “los tontos de la clase” y el libro mantiene un tono caricaturesco, de desencanto salvado por una ironía empática: “Durante décadas la prensa se acostumbró a hablar a menudo de mí”, escribe, “aunque siempre con el desconcertante seudónimo de: y otros escritores”.
La misma cualidad genealógica puede aplicarse al estilo de Reig. Incluso en los momentos más apurados, en los que el proyecto autobiográfico corre ese riesgo propio del género de desembocar en un inventario, Reig lo salva con la fortuna de un estilo ingenioso, tierno y “conceptista”. Permítaseme este anacronismo, pero la prosa de Reig toma su fuerza de una relectura inactual de la prosa castellana, cargada de dobles sentidos y sutiles dardos que modulan (desplazan y extrañan) la emotividad. Pero si hay algo que teme esta escritura culta es parecer pedante: es más fina y sutil cuanto más popular. Y esto se hace evidente en lo que he llamado “proyectos de vida laborales y sentimentales”, y añado: sexuales. La aventuras en universidades de Estados Unidos, con sus extraños compañeros de alcohol y bibliotecas, y los abundantes capítulos eróticos (con algo de pulsión gimnástica) son a la vez una defensa plebeya de la literatura y de la vida (ni la carne es triste, ni lo he leído todo), además de un eficaz contrapeso rítmico al corazón de Amor intempestivo, su drama esencial: la desgracia de los padres del autor.
El retrato de esta pareja atípica que vivió sus mejores años en Colombia (donde el padre era ingeniero) y que no encontró, de vuelta a España, una realidad adecuada a su optimismo es una fe de vida: “Así nos habían educado: para ser felices”. También, por su renuencia al melodrama, el retrato familiar se vuelve, sin duda, más doloroso: “Aquel noviazgo tardío, amor intempestivo, en un pasillo de hospital”, cuando la madre ha perdido dos dedos en un accidente doméstico y el padre, que supera con lentitud un ictus, ha tenido un infarto. Pocos años más tarde, los padres morirán en un incendio en casa.
Pero la maravilla de este libro, de indudable capacidad terapéutica, está en la ausencia de victimismo. Reig ha encontrado, dirá irónicamente, “un sitio donde esconderme. Estas páginas tal vez. Un escondite perfecto. No hay mejor sitio para esconderse que una confesión”. Pero más bien ha encontrado un lugar en el que vivir: “Escribir es para mí la mejor y más afilada manera de pensar”, escribe. Y si hay una lección en las páginas de Amor intempestivo es que el amor por la vida y el amor por la literatura no se distinguen, pues ambos son la misma cosa. La literatura es una sobrevida. Escribiendo, Reig se ha perdonado por sobrevivir a los suyos; por haberse sobrevivido a sí mismo. No se me ocurre mejor ejemplo de salvación trágica por la literatura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario