El amor corroe el patrimonio
Los candados con los que los jóvenes sellan sus relaciones en los puentes afectan al patrimonio y generan gastos extraordinarios a los Ayuntamientos
MARGOT MOLINA Sevilla 9 FEB 2014 - 00:08 CET
El peso del amor puede doblegar hasta el acero. La afirmación no es una metáfora, sino una realidad palpable. Tan real y tan pesada que está teniendo consecuencias nefastas en los puentes de numerosas ciudades europeas. Desde que el escritor romano Federico Moccia decidió que los protagonistas de su segunda novela, Tengo ganas de ti (2006), sellaran su amor colocando un candado en el puente Milvio de Roma y tiraran la llave al Tíber, la costumbre se ha extendido como una plaga.
La declaración de amor de los personajes de Moccia comenzó afectando al puente Milvio, una construcción que tiene 23 siglos y en la que Constantino I ganó una importante batalla en el 312 de nuestra era, pero los juramentos de fidelidad eterna han producido un efecto dominó en otros muchos viaductos, algunos tan famosos como el Pont des Arts de Paris. España, donde la citada novela se publicó en 2009, no se ha escapado a esta moda que afecta seriamente al patrimonio y genera gastos extra en las ya maltrechas arcas municipales.
Las miles de parejas que, deseosas de sellar su compromiso de una forma barata y oficiosa, se acercan a un puente, colocan su candado y arrojan la llave al sufrido río de turno no tienen ni idea de lo que su gesto supone. Con más de dos millones de lectores en España y la popularidad añadida de las versiones para el cine de algunas de sus obras, especialmente de Tres metros sobre el cielo, con Mario Casas y María Valverde, los candados del amor se han convertido en una plaga.
Desde 2008, el Ayuntamiento de Sevilla ha retirado del puente de Isabel II, una bella estructura de hierro y piedra de 1852 popularmente conocido como el puente de Triana, casi 72.000 candados. Los técnicos de la Gerencia de Urbanismo han realizado 37 campañas de retirada en los últimos seis años con un coste de 37.268 euros [la última fue en diciembre de 2013, por lo que ahora apenas hay unas decenas]. Cantidad a la que hay que sumar lo gastado en la restauración de la barandilla, cerca de 9.000 euros. Y eso es solo lo destinado al adecentamiento de un puente, suma que habría que multiplicar por los cientos de viaductos infectados en todo el mundo por esa epidemia amorosa de la que Moccia es algo más que el autor intelectual.
María Valverde y Mario Casas Tres metros sobre el cielo |
En su página web el escritor anima a sus miles de seguidores a dejar su huella en las infraestructuras y el mobiliario urbano de sus ciudades. “No esperes más para sellar tu amor con un candado exclusivo. ¡Créalo ya! Otros enamorados ya lo han hecho”, dice su publicidad. Además, para animar a los indecisos, la página incluye un mapa de España con el número de candados del amor que Moccia ha vendido en todo el país (14.738) y en cada ciudad. El ranking lo encabeza Madrid con 2.443 y le siguen Barcelona (2.032), Valencia (856) y Sevilla (655). Claro que estas cifras son irrelevantes en comparación con los que las parejas adquieren directamente en las ferreterías e incluso a vendedores ambulantes, que han visto una buena oportunidad de negocio.
“El contacto entre la pieza de metal del puente y el metal de los candados forma lo que se llama un par galvánico y produce una pequeña diferencia de potencial entre ambos materiales, con un leve paso de corriente eléctrica que induce los procesos de corrosión”, explica Vicente Flores, químico y catedrático de Materiales en la Escuela de Ingeniería de Edificación de la Universidad de Sevilla.
“El proceso de oxidación es muy lento, aunque las condiciones atmosféricas lo aceleran si el ambiente es húmedo. El problema es que, aunque los candados se retiren, cuando la corrosión comienza el proceso no se detiene”, añade Flores.
“Esta moda es una novelería que, lamentablemente, está afectando a puentes con valor patrimonial como el de Triana que es monumento histórico nacional. La colocación de un candado puede ser anecdótica, pero deja de serlo cuando se trata de miles; tantos que pueden hacer que su peso afecte a la seguridad y a la estructura del puente”, añade el experto en materiales.
Sin embargo, para Moccia la retirada de los candados es “una cruzada inútil”. “Los políticos tienen que ocuparse de problemas verdaderos y no de los candados, que se han convertido en una atracción internacional. El puente Milvio no tenía nada de atractivo y los candados le han dado color”, afirmó el escritor en el diario romano Il Messaggero el 12 de diciembre de 2011.
“Es un fenómeno que se ha extendido por Europa y estoy muy contento porque cada candado es la manifestación de un amor que espero que pueda durar para siempre”, comentó Moccia a este periódico el pasado día 28. El escritor —quien ya ha recibido quejas de varios Ayuntamientos por este tema— aseguró, sin embargo, que es la primera vez que tiene noticias de que sus candados supongan un problema. “Cuando vuelva a España estaré encantado de ayudar a buscar una solución, un sitio adecuado, para que no se dañe el patrimonio”, afirmó. Aunque, esta medida no parece tener mucho futuro, porque Moccia adelantó que en su próxima novela una pareja española viaja a Italia para sellar su amor colgando un nuevo candado.
Los responsables de la Gerencia de Urbanismo de Sevilla no comparten el gusto por el “color” del escritor de best sellers y contemplan con miedo cómo la moda se propaga por la ciudad y afecta ya al puente de San Telmo, jalonado con miles de promesas de amor, la pasarela de La Cartuja e, incluso, la cancela de la Cruz de la Cerrajería en la famosa plaza de Santa Cruz, una de las mejores obras de rejería civil del barroco que, según los expertos, es particularmente frágil.
“Hacemos campañas de retirada periódicamente porque los candados producen un efecto llamada y los jóvenes se animan a colocarlos en los sitios en los que hay ya muchos”, comenta un técnico de Urbanismo.
Cuando se retiran, el Ayuntamiento los acumula en las naves municipales hasta que la cantidad es considerable y los vende a un ferrallista, último de esta cadena que dirá a cuánto está el kilo de amor en el mercado.
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