miércoles, 15 de octubre de 2014

Así comienza / Gomorra / Roberto Saviano


Roberto Saviano
GOMORRA
El contenedor se balanceaba mientras la grúa lo transportaba hacia el barco. Como si estuviera flotando en el aire, el spreader, el mecanis­mo que engancha el contenedor a la grúa, no lograba controlar el movimiento. Las puertas mal cerradas se abrieron de golpe y empe­zaron a llover decenas de cuerpos. Parecían maniquíes. Pero en el suelo las cabezas se partían como si fueran cráneos de verdad. Y eran cráneos. Del contenedor salían hombres y mujeres. También algunos niños. Muertos. Congelados, muy juntos, uno sobre otro. En fila, apretujados como sardinas en lata. Eran los chinos que no mueren nunca. Los eternos que se pasan los documentos de uno a otro. Ahí es donde habían acabado. Los cuerpos que las imaginaciones más ca­lenturientas suponían cocinados en los restaurantes, enterrados en los huertos de los alrededores de las fábricas, arrojados por la boca del Vesubio. Estaban allí. Caían del contenedor a decenas, con el nom­bre escrito en una tarjeta atada a un cordón colgado del cuello. To­dos habían ahorrado para que los enterraran en su ciudad natal, en China. Dejaban que les retuviesen un porcentaje del sueldo y, a cam­bio, tenían garantizado un viaje de regreso una vez muertos. Un es­pacio en un contenedor y un agujero en un pedazo de tierra china. Cuando el hombre que manejaba la grúa del puerto me lo contó, se tapó la cara con las manos y siguió mirándome a través del espacio que había dejado entre los dedos. Como si aquella máscara de manos le infundiera valor para hablar. Había visto caer cuerpos y ni siquie­ra había tenido que dar la voz de alarma, que avisar a nadie. Simple­mente había depositado el contenedor en el suelo, y decenas de per­sonas surgidas de la nada los habían metido todos dentro y habían retirado los restos con un aspirador. Así era como funcionaban las cosas. Todavía no acababa de creérselo, esperaba que fuese una aluci­nación debido al exceso de horas extraordinarias. Juntó los dedos para taparse la cara por completo y prosiguió su relato gimoteando, pero yo ya no entendí lo que decía.

Roberto Saviano
Gomorra
Bogotá, Random House Mondadori, 2008, pags. 15 -16








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