"Mis amores, todos, han sido infelices"
Conversación con Guido Spaini
Versión en español de DCJ
1
¿Por qué dice siempre que los libros deben ser leídos por personas inteligentes?
Porque son capaces de hacerlos
fructificar. No en el sentido de la parábola de los talentos: “Tenías un
talento. ¿Has hecho que dé frutos? No, lo he sepultado” [Mateo 24, 14 –
Lucas 19, 11-27]. Y bueno, hay gente que lee para decir “he leído un
libro”, mientras que yo, cuando leo, me exalto frente a una sola
palabra, un adjetivo que me da una idea nueva. Hay distintas maneras de
leer; por ejemplo, meditar sobre dos o tres palabras, sobre dos o tres
versos. Esta es una buena forma de leer. No se debe leer El nombre de la rosa para decir “¡soy culto!”. Hay que saber inventar un libro.
¿Entonces encuentra más inteligente a
quien lee poesía porque se inclina más hacia la meditación de una sola
palabra, de un solo verso?
Digamos que el pensamiento de quien lee
poesía está abierto a otros horizontes. La poesía es de carácter áspero,
procede en modo vertical, la literatura es un terreno más plano.
¿Es difícil ser poeta ahora?
En el momento que estamos viviendo, es
muy difícil. A menudo me han preguntado: “¿pero no recuerdas a aquel
poeta?” He atravesado diez largos años de silencio, durante los cuales
he perdido contacto con la realidad y con estos nuevos nacimientos; por
consecuencia, los nombres los ignoro, pero no por eso dejo de intuir que
su tejido humano es verdadero; simplemente, no los he conocido.
Para muchos críticos, estas son lagunas horrendas…
Me maravilla, sin embargo, que no se den
cuenta de que salir del manicomio es ya, de por sí, un milagro. Y, a
propósito, recuerdo que una vez fuera, la primera llamada telefónica que
hice fue para Manganelli. Él me dijo, simplemente, “¡Hola, revivida!”.
Fue un bellísimo saludo angélico. Fue, de hecho, en aquel momento, que
creo haber cantado mi Magnificat.
Una vez me dijo que una persona no puede reclamarse poeta. ¿Todavía piensa así?
Absolutamente. Nadie puede. De lo
contrario, se corre el riesgo de escribir sobre el quinto elemento. Sí,
algo que explota de forma inesperada. Me gusta mucho la idea de ciertos
psiquiatras acerca de controlar los modos y tiempos de la inspiración
poética: la poesía es intemporal, sobre todo aquella que se volverá
eterna. La poesía conoce, de antemano, su propia eternidad. Aquel que
lleva consigo este tipo de poesía sabe que escribe para la eternidad y
no puede eludir esta tarea.
La poesía negada, el no poder hacer poesía, entonces, ¿es un sufrimiento físico?
Naturalmente, sí. Si me perdonas la
comparación, es como decirle a un futbolista que permanezca inmóvil,
detenido, en espera de estallar. Desgraciadamente, las curas de un
cierto tipo de médico me han dejado inerte, mientras que cuando estuve
en el hospital, el neurólogo me ha liberado, me dio todo el espacio que
necesitaba. La condición fundamental de la poesía es la libertad, la
alegría. La poesía es júbilo, es transferencia. No se puede hacer poesía
en un lugar donde se ha restringido la propia residencia del ser. La
poesía es total. Es innegable que en ella hay un punto de encuentro con
el dolor, pero no un dolor psiquiátrico inútil. Bartolini dice: “El
manicomio es dolor inútil”. Y tiene toda la razón, es este dolor inútil
el que crea la poesía aterradora.
¿Entonces, el momento de la escritura poética es, para usted, la liberación?
Sí, ciertamente. Le digo una cosa, hace
un año yo era muy feliz de estar en tratamiento, daba paseos, hablaba
con los médicos y todo andaba bien. Hasta que vino el incidente en el
hospital “Vergani”, porque me había enamorado de una persona. Sufrí una
horrible castración de mis sentimientos. Hoy en día, ya no sufro, pero
soy un vegetal.
Sin embargo, todavía escribe poesía…
Es verdad, pero sin aquella emotividad y
alegría de otro tiempo. Aquel cuando volvía a casa y me decía: “Ahora
escribo un bello fragmento para tal persona”. No tiene más sentido para
mí, ahora, regalar un pensamiento. Ahora escribo porque he nacido así:
no puedo cambiarme el rostro ni la mente. Pero han hecho que me rindiera
en mis sentimientos. Se muere de amor, es una muerte gloriosa, basta
pensar en Romeo y Julieta: ¡ya es historia! Pero un demente muerto en un
manicomio no pasará a la historia. Todo está en saber modular la
frecuencia del sentimiento y hacerla compatible con una realidad que
tantas veces el enfermo elige. Lo hace para escapar de un dolor muy
profundo.
Señora Merini, me parece que eligió su poesía para huir de un dolor interior…
Elegí la poesía para huir del mundo, es diferente.
¿Entonces nació poeta?
He nacido así porque nací escribiendo. La idea aberrante es esta: “Ella no debe enamorarse”.
¿El enamoramiento es fundamental para nuestra existencia?
En este momento lo considero, quizá, un
poco patológico. Pero estoy bastante desorientada para comprender dónde
empieza la enfermedad y dónde la poesía. Son dos momentos muy distintos.
El aspecto melancólico leopardiano no era una depresión común que se
tratara con psicofármacos, si había algo que curar era al conde
Monaldo… Pero sí, ahora no tengo alegría, no tengo más mordacidad.
Insisto, me lamento mucho con mi hija de esa hospitalización aberrante
durante la cual me han puesto en contacto con los castigados.
¿Pero quién debe ser castigado?
Bueno, por ejemplo, el médico que autoriza la hospitalización: no sé si se acuerda del famoso pedazo de papel del cual hablo en Delirio.
Mire, francamente, soy una buena cristiana, pero no me pasaría por la
mente decirle: “Venga a misa los domingos”. Me reservo de contarle mis
hábitos, guardo para mí mi opinión, no quiero, en absoluto, influenciar a
nadie.
Me decía que usted aún vive para la poesía…
No, todo menos eso. Yo diría que la
poesía es la vida y la vida es poesía. Es necesario, sobre todo, vivir,
estar entre la gente, tener contacto con las personas que nos interesan,
ir a ver una buena película; de otra manera, se hablará sólo de uno
mismo. Entonces se habla en vano, se cuentan chismes, ¿no? El poeta debe
tener los medios para poder salir, convivir con otra gente, ir al cine,
distraerse de la poesía; si no, la vida es una obsesión. Y la poesía es
una figura real, no una leyenda. Pero hoy, en Italia, nadie se ayuda,
nadie tiene consideración. Ahora la gente tiene una voluntad de vivir
sin restricciones, tan descontroladamente que se pierde el conocimiento
de la realidad. El poeta permanece, es el centinela que vigila. Muchas
veces tengo la sensación de que la narrativa, la literatura puede ser,
en cualquier forma, manipulada, mientras que la poesía representa un
modo de ser más profundo, incorruptible, incontaminable.
¿Cuándo termina la poesía en su vida?
Ha terminado tantas veces. En mi primera
hospitalización, se detuvo inmediatamente, quizá por el susto enorme. La
poesía es una entidad.
¿Y cuándo ve la luz esta entidad?
A menudo. La poesía nace cuando puedo
gratificarme de la belleza; ahora soy feliz. Algunas veces muere
instantáneamente cuando una figura perniciosa o cualquier cosa que no se
me asemeja viene a molestarme. El verdadero perturbador del estado de
gracia típico del poeta es la invasión de aquellos que quieren penetrar
en su mente: sus intrusiones engañosas son verdaderos virus.
¿Cuándo considera terminado un poema?
Cuando concluye un discurso. En el fondo
de la poesía hay mucho razonamiento, hay cultura, filosofía. La poesía
no es sólo cálculo, la poesía es… ¡es un pensamiento!
Cuando la veo escribir me parece que escribe como en torrente…
Quizá sea su impresión, pero no podría
comprender la agonía que acompaña los momentos que preceden a la
escritura de un poema. Nadie podrá comprenderla. Nadie podrá
fotografiarla. Es una cosa física. Los músculos sufren contracciones,
convulsiones. Son los tremendos electrochoques con que te atraviesa la
poesía.
¡Cierto, el espasmo conduce al delirio!
Sí, inesperadamente, viene el delirio. Es casi un parto, quizás hermoso, pero el trabajo dura horas; a veces, días.
¿Como un hijo?
Ah, mucho peor, yo diría.
¿Por qué peor?
El hijo es mío para siempre. El poema viene a sustraerme, me da la espalda, me desnuda. O quizá he aprendido a regalarlo.
Entonces, de cualquier modo, ¿la poesía es generosidad?
El poeta es mucho más altruista que el
narrador, el poeta no busca el dinero; a menudo, esta disposición en su
temperamento se ha tergiversado, pero no es una locura, no es una idea
descabellada, es altruismo. El novelista sabe bien que su libro le dará
una discreta suma de dinero. Nosotros, a veces, no esperamos otra cosa
que dolor.
¿Lo que no se salvaría de lo que ha escrito?
Francamente, lo tacharía todo.
¿Lista para comenzar de nuevo mañana?
Sí.
¿No piensa que algunos de sus escritos podrían permanecer?
No me interesa más.
En uno de sus libros dice algo muy bello: “Mis amores comienzan en tiempo futuro, no han existido porque nunca supieron nada”…
Porque soy timidísima. O porque no
sabíamos nada y nos hemos amado en silencio y en tiempos distintos.
Porque no me di cuenta. El poeta se apropia, acumula, se exalta. Pero se
da cuenta demasiado tarde. Es así como se ama en tiempos distintos.
Haciendo un paralelo, ¿le ha ocurrido no reconocer la poesía?
¿Si no he reconocido al hombre?
No, no ha reconocido la poesía, se ha reconocido a sí misma…
Mi hija dice a menudo una cosa: ¿pero tú te quieres bien?
¿Se quiere usted bien?
No.
¿Por qué, por narcisismo?
Podría ser. Soy despiadada conmigo misma.
¿Ha envidiado alguna vez a alguien?
Diría que sí, aunque nunca he sido una persona ambiciosa.
Hace un momento hablábamos del dolor que acompaña a la actividad poética…
El dolor es tener que esconderse,
necesariamente, para no desagradar a los otros. El poeta es un ser
distinto. Es el patito feo que se convierte en cisne.
Entonces, ¿las palabras logran su más íntima esencia de manera autónoma?
El poeta ama a quien lo escucha. No es
narcisismo, sino desesperación. Lo ama, es inevitable, pero sabe que
quien lo escucha recordará sólo las palabras, y no al poeta.
¿Porque la poesía anula al poeta?
No, no debe ser así. Al menos que la poesía no fuera un trabajo, entonces sería el fin del poeta.
¿Quién es su padre?
El Padre de la Iglesia.
Además de…
¿Padre? ¿En qué sentido? Manganelli,
Quasimodo, Montale, y mi padre, ah, diré que mi paternidad es femenina.
La psiquiatría, por lo menos, es ambivalente.
¿Pero ha escrito antes de su encuentro con la psiquiatría?
Ciertamente, no ha venido la psiquiatría a
enseñarme a escribir. No es la poesía lo que hace enloquecer, sino las
circunstancias de la vida; no todos los locos son poetas. Yo estoy loca
como persona, pero soy sublime como poeta. Digo sublime porque existe el
triunfo.
Cito a Maria Corti, de la
introducción de su último libro: “…Merini escribe en momentos de
especial lucidez, a pesar de que los fantasmas que recitan y
protagonizan en el teatro de su mente provienen, a menudo, de los
lugares visitados durante la locura…”.
No, querría decir en momentos de especial confusión.
¿De especial confusión?
Si los fantasmas fueran los recuerdos, tal como lo piensa la psiquiatría… Pero no son los fantasmas, son los recuerdos, ¿no?
He visto que en este libro le dedicó un poema a Emily Dickinson…
Sí, pero nunca me gustó mucho.
Tengo todo el respeto por la Dickinson, pero siempre se hacen presentes
los celos, porque Michele Pierri la amaba muchísimo. A veces me decía:
“¿Por qué no haces como ella?”, y yo: “Porque no tengo una criada”.
Mientras habla de Sylvia Plath…
Ah, la Plath tuvo un amor muy infeliz.
¿Usted ha tenido amores infelices?
Mis amores, todos, han sido infelices,
quizá porque no tuve la astucia para decir que los amaba. Quizá he sido
más inteligente que los otros, he guardado para mí la mejor parte de la
vida. El alma.
En este libro hay un autorretrato suyo…
Ah, sí, me he estudiado mucho no para comprenderme, sería imposible; sino para entender a los otros y herirlos lo menos posible.
¿Tiene miedo de causarle mal a alguien?
Tengo miedo de hacer daño. He hecho
sufrir a muchos hombres. No que haya sido la clásica belleza: los
hombres siempre han admirado mi inteligencia en lugar de mi cuerpo. Por
otra parte, nunca estuve dispuesta a ceder tan fácilmente, estaba muy
interesada en la cultura.
Usted escribe: “… En mí habitaba el alma de la prostituta, de la santa, de la sanguinaria y de la hipócrita…”.
Sería el alma de la sanguinaria, porque
mi coraje y valentía también me gustan, ¿no? Algunas veces, me hubiera
gustado ser más agresiva, y aquí quiero recalcar algo: en el manicomio,
la agresividad te es arrebatada, ahora no tengo ni la fuerza para pensar
en golpear a alguien.
Y a continuación: “… Si el arte es
una dura sustancia, atraviésalo en silencio. No encontrarás hombre
esperándote al final. Ni encontrarás el olivo de tu tranquilidad. Si el
arte es profundo como tu madre, escúchalo en silencio, ahí donde está
muriendo…”
Si fuera de otro modo, no sería capaz de
escribir más libros. A propósito de la muerte, me encontré al fondo de
tantos funerales diciendo: “¡Espérame!”. Cuando me despido de un libro
experimento una sensación similar, no ha sido jamás un episodio muy
alegre. Es como perder un hijo.
Y después, el silencio…
La resignación. Ahora el libro les
pertenece a los otros. Es muy duro deshacerse de una parte del propio
cuerpo. Este es el triste final que te da la poesía.
Pero es una separación sólo momentánea…
Cierto, pero nunca más podrás tocarlo.
Cada vez que he esperado un hijo, incluso después de la experiencia del
internamiento en el manicomio, he mantenido en mí muy viva la esperanza
de poder tenerlo. Luego, ser desgarrada era una cosa terrible. No había
nada qué hacer. Hay una relación entre un libro y un hijo. Raramente he
pagado a mis editores: un hijo no se paga. Y este es el motivo por el
cual me alejé, a regañadientes, de mis poemas.
Pero yo la he visto dar sus poemas con extrema generosidad…
Tratando de olvidar.
Y después los ha visto impresos…
Muchas veces me di cuenta, sólo hasta ese momento, de que había escrito libros maravillosos.
¿Hay personas que la ayudan a escribir?
Sí, y son muy diversos quienes te ayudan a
hacer un libro. Quien te ayuda a escribir permanecerá a tu lado por
siempre, aunque sea sólo como imagen… Ah, son inolvidables, como Pietro,
un médico napolitano que me hizo una propuesta de amor; me había
salvado una hija de una enfermedad grave y estaba tan agradecida que me
parecía que debía dárselo todo: lo rechacé. O como el padre Ricardo,
del cual tenía necesidad de su existencia. Me cargaba de energía. No
había nada entre nosotros, pero juntos vivimos momentos de absoluta
redención, jugábamos, reíamos, bromeábamos. Es necesario divertirse, la
vida es un juego. Lo pienso siempre. He olvidado el libro que escribí
gracias a su ayuda, pero no lo olvido a él. Quizá un poco, pero por
despecho.
¿Por qué?
Porque me han obligado a olvidar. Esto para mí es el acto más violento. Los juegos no pueden olvidarse.
Usted ha dicho que se siente católica o, por lo menos, creyente…
Pero mi Dios no es, jamás, pacífico. Es
aterrador. Tengo de él una idea catastrófica: un dios pagano, un dios
sin misericordia, que no perdona.
¿Y usted perdona?
No, jamás. Soy muy rígida.
¿Cómo es su relación con el mundo que la rodea?
Al menos, mala. He sido traicionada
muchas, muchas, veces. Considero la traición lo peor que puede hacer el
hombre. Traicionar es un comportamiento animal. El hombre traiciona por
ignorancia, no puede hacerlo de manera conciente.
¿La poesía no la satura jamás?
Hay momentos en los que me exaspera a tal
punto que quisiera encender el auto y marcharme. Amo viajar, partir
incluso sin retorno: el final. Estoy convencida de que quien vive
atribulado no logrará la vida eterna. El dolor es una imperfección
inexistente en el más allá. El hombre ha nacido para ser feliz, Cristo
murió para darnos un mundo ideal, justo, a aquellos que vivimos. Si nos
roemos el hígado, ¿qué clase de santidad podríamos alcanzar? No se puede
proyectar el paraíso si nos arrastramos en la tierra, donde deberíamos
aspirar a la beatitud y la felicidad, y no estar sumergidos en la
desesperación. La felicidad es sabiduría, desapego de las cosas del
mundo, incluso olvidar el aburrimiento. Uno no necesita ser pobre, estoy
hablando de sentimientos. La pobreza de sentimientos se llama vacío de
amor. Este gran vacío es transparente, pero se puede ver la locura, la
locura y la falta. La falta de alguien muy importante.
En uno de sus libros ha escrito: “…a los treinta años se muere de amor; a los sesenta, de larga espera…”.
Sí. Mire, quiero contarle algo que me
entristeció mucho: amaba al padre Ricardo… sí, es la palabra justa.
Aunque no pretendía nada, quería verlo. Cuando fue el matrimonio de mi
hija –quizá no me lo crea-, esperaba ansiosamente que ella me diera su
ramo de flores. Pero en lugar de eso, se lo dio a una muchacha. Me puse
mal porque en aquel momento entendí que mi hija me había hecho a un
lado… aquí están las viudas que vagan.
Existe una larga, muy larga, espera en la poesía. El momento de la suspensión.
Quizá una espera en el terror de que ya no pueda escucharse.
¿Por qué? ¿Es ella quien llama?
¡Claro que es ella! Lo más extraño es
esta manera de inquietarme por su retraso. Estoy tan acostumbrada a
estos ritmos fuera de horarios, que cuando no llega temo que se haya
terminado. Pero siempre regresa. En estos años he dado mucho, quizá
ahora venga un periodo, igualmente conmovedor, de silencio. Me espera
una larga vida en manicomio.
¿Por qué?
Porque he trabajado tanto y he ganado muy
poco. Y aquello que he ganado no necesariamente ha entrado en mi
bolsillo. La mayoría de las veces he trabajado gratis y esto ahora me
duele.
En una entrevista usted afirmaba que
antes de atenerse a la Ley Baddhelli y acceder así a una pensión,
preferiría tener un grado académico…
¡Sí! Siempre ha sido mi sueño. Estoy segura de que la doctora Merini, ante los ojos de la gente, contaría mucho más.
Una persona inteligente no tendría necesidad de saber si Alda Merini ha conseguido o no un grado académico. Basta su poesía…
Pero sería muy bueno que inventaran un título de poeta.
¿Con corona?
La corona la portaban César y Nerón. Luego están las coronas de hierro.
¿Puede amar uno de sus poemas sólo por una hora?
Por supuesto que sí. Y puedo después
negarlo, despreciarlo tirándolo al excusado. Y diré más: lo he hecho
muchas veces, pues he tenido miedo de que alguien más lo profanara.
¿Y la poesía siempre la ha respetado?
No, me ha pasado por encima de todas las formas posibles.
¿Qué relación tiene con la ironía?
La ironía me salva. En situaciones
absurdas, me he escuchado reír a carcajadas. Pero sólo la poesía tiene
el poder de redimirme. En los momentos más trágicos, un solo verso ha
sido capaz de darme la salvación; y una risa salvaje lo ha puesto todo
en su lugar. Maria Corti dice que no he abierto una cuenta de confianza
conmigo misma… me recuerda que no he abierto ni siquiera una cuenta
bancaria!
“Le Parole”, publicada en el libro Alda Merini. ELETTROSHOCK. Parole, poesie, racconti, aforismi, foto. Stampa Alternativa, Roma, 2010. La entrevista fue realizada por Guido Spaini en 1991.
HABITACIÓN DE LA HEROÍNA
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Gracias !! Maravilla de " tejido humano"
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