martes, 7 de enero de 2025

David Lodge / Las repeticiones

 




David Lodge

19 / LAS REPETICIONES
    En otoño la guerra continuaba pero nosotros ya no íbamos al frente. En Milán el otoño era frío y anochecía temprano. En seguida se iban encendiendo luces y era estupendo vagar por las calles mirando escaparates. En el portal de las tiendas colgaba mucha caza y la nieve salpicaba la piel de los zorros y el viento jugaba con sus colas. El ciervo pendía, tieso, fuerte y vacío y los pájaros bailaban en el aire y el viento alborotaba sus plumas. Hacía un otoño frío y el viento soplaba desde las montañas.


    Cada tarde íbamos todos al hospital y había varios caminos, cruzando a pie la ciudad entre las primeras sombras, hasta él. Dos bordeaban un canal pero eran largos. Aunque, por supuesto, para llegar al hospital siempre era necesario cruzar un puente sobre un canal. Se podía escoger entre tres puentes. En uno de ellos una mujer vendía castañas asadas. De pie, ante su hornillo de carbón, se estaba calentito y luego las castañas en el bolsillo guardaban el calor por un buen rato. El hospital era muy antiguo y bonito. Había que atravesar una verja de entrada, un patio y otra verja en el lado opuesto, y en el patio casi siempre se tropezaba con un entierro a punto de marcha. Más allá del hospital viejo estaban los nuevos pabellones de ladrillo donde cada tarde nos reuníamos. Muy educados todos, muy interesados por cuanto ocurría, ocupábamos los aparatos que tanto iban a cambiar las cosas.
    ERNEST HEMINGWAY , «En otro país» (1927).
    Traducción de Carlos Pujol.

***
    Si tiene usted tiempo y ganas, coja un bolígrafo o un rotulador de algún color vivo y trace un círculo en torno a las palabras que aparecen más de una vez en este primer párrafo del relato de Hemingway, usando un color distinto para cada palabra, y luego únalas. Descubrirá un complejo entramado de cadenas verbales que unen palabras de dos tipos: las que tienen un sentido referencial, como
otoño, frío, violento, que llamamos palabras léxicas, y artículos, preposiciones y conjunciones como el, la, de, en, y que llamamos palabras gramaticales.
    Es casi imposible escribir en inglés sin repetir los términos gramaticales, de modo que normalmente ni siquiera nos fijamos en ellos, pero no puede dejar de llamarnos la atención el extraordinario número de y en este breve párrafo. Es un síntoma de su sintaxis sumamente repetitiva, que enhebra oraciones sin subordinarlas entre sí. La repetición de palabras léxicas se distribuye con menos regularidad: se acumulan al comienzo y al final del párrafo.
    La repetición léxica y gramatical a tan gran escala probablemente merecería un suspenso si se tratase de una redacción escolar, y con razón. El modelo tradicional de una buena prosa literaria requiere «variación elegante»: si hay que referirse a algo más de una vez, hay que intentar encontrar maneras alternativas de describirlo; y hay que imprimir el mismo tipo de variedad a la sintaxis. (El extracto de Henry James que comentábamos en la sección sexta está lleno de ejemplos de ambos tipos de variación.)
    Hemingway, no obstante, rechazaba la retórica tradicional, por razones en parte literarias y en parte filosóficas. Pensaba que un «estilo bello» falsifica la experiencia y luchaba por «registrar lo que realmente ocurrió en la acción, lo que realmente eran las cosas que produjeron la emoción que uno experimentó» usando un lenguaje simple, denotativo, podado de cualquier adorno estilístico.
    Parece fácil, pero desde luego no lo es. Las palabras son simples pero su orden no tiene nada de sencillo. Hay muchas maneras posibles de ordenar las palabras de la primera frase, pero la elegida por Hemingway divide la frase «ir a la guerra» en dos, lo que implica una tensión —inexplicada todavía, en ese momento— en el personaje del narrador, una mezcla de alivio e ironía. Como pronto sabremos, él y sus compañeros son soldados heridos mientras luchaban en el bando italiano en la primera guerra mundial, ahora convalecientes, pero conscientes de que la guerra que estuvo a punto de matarles puede haber hecho que sus vidas no valgan la pena en cualquier caso. El tema es el trauma, y cómo los hombres lo superan, o no consiguen superarlo. La palabra no dicha que constituye la clave de todas las palabras repetidas en el texto es «muerte».
    La palabra norteamericana para «otoño», fall (que también significa ‘caída’), evoca la muerte de la vegetación así como el eufemismo convencional aplicado a quienes mueren en el campo de batalla, «los caídos». Su yuxtaposición con «frío» y «oscuridad» en la segunda frase intensifica esas asociaciones de ideas. Las tiendas alegremente iluminadas  parecen ofrecer cierta distracción (un efecto reforzado por el hecho de que en esta frase no hay repetición léxica) pero la atención del narrador se fija rápidamente en los animales muertos que cuelgan junto a la puerta de las tiendas, nuevos emblemas de la muerte. La descripción de la nieve que salpica la piel de los zorros y el viento que alborota las plumas de los pájaros es literal y exacta, pero subraya aún más la asociación de «otoño, frío, oscuridad, viento, soplar» con la muerte. Tres de las palabras repetidas se juntan por primera vez en la última frase con un efecto poético de cierre: «Hacía un otoño frío y el viento soplaba desde las montañas». Las montañas son el lugar donde la guerra continúa. El viento, tan a menudo símbolo de vida y espíritu en la literatura religiosa y romántica, se asocia aquí con la ausencia de vida. Dios está muy muerto en estos primeros cuentos de Hemingway. Los traumas del combate han enseñado al protagonista a desconfiar de la metafísica tanto como de la retórica. Sólo se fía de sus sentidos y vive la experiencia en términos rígidamente polarizados: frío-calor, luz-oscuridad, vida-muerte.

    La repetición de palabras y de ritmos, como en un conjuro, prosigue en el segundo párrafo. Habría sido fácil encontrar alternativas elegantes para «hospital» o simplemente haber usado ocasionalmente el pronombre élpero el hospital es el centro de las vidas de los soldados, su lugar de peregrinación cotidiana, el depósito de sus esperanzas y temores, y la repetición de la palabra es, pues, expresiva. Es posible variar la ruta por la que se alcanza el hospital, pero el término es siempre el mismo. Se puede elegir entre tres puentes, pero siempre hay que cruzar un canal (vaga evocación de la laguna Estigia, quizá). El narrador prefiere el puente en el que puede comprar castañas asadas, que guardan el calor en el bolsillo, como una promesa de vida, si bien Hemingway no usa este símil, sólo lo da a entender, del mismo modo que en el primer párrafo consigue que la descripción del otoño sea tan poderosa emocionalmente como cualquier ejemplo de la falacia patética (véase la sección anterior) sin usar una sola metáfora. La frontera entre la simplicidad intensa y la monotonía amanerada es muy fina, y Hemingway no siempre consiguió no cruzarla, pero en sus primeras obras forjó un estilo totalmente original para su época.
    Ni que decir se tiene que la repetición no está necesariamente ligada a una visión sombríamente positivista y antimetafísica de la vida como la que encontramos en Hemingway. Es también un rasgo característico de la escritura religiosa y mística, y es usada por novelistas cuya obra va en esa dirección, como por ejemplo D. H. Lawrence. El lenguaje del primer capítulo de El arco iris que evoca el viejo mundo, ya desvanecido, de la vida en el campo, se hace eco de la repetición verbal y el paralelismo sintáctico propios del Antiguo Testamento:

    El trigo joven se balanceaba y era sedoso, y su brillo resbalaba por los miembros de los hombres que lo veían. Apretaban las ubres de las vacas y éstas ofrecían leche y pulso a las manos de los hombres, el latido de la sangre de las ubres de las vacas mezclándose con el latido de las manos de los hombres.
    (Traducción de Pilar Gorina.)
***
    La repetición es también un recurso favorito de los oradores y predicadores, dos papeles que Charles Dickens asumía con frecuencia cuando adoptaba la identidad de narrador omnisciente. Esta, por ejemplo, es la conclusión del capítulo en que describe la muerte de Jo, el barrendero indigente, en Casa desolada:
    ¡Ha muerto! Ha muerto, majestad. Ha muerto, milores y caballeros. Ha muerto, reverendísimos e irreverendísimos eclesiásticos de todas las categorías. Ha muerto, hombres y mujeres que habéis nacido con corazones compasivos. Y como él mueren otros a nuestro alrededor todos los días.
    (Traducción de José Luis Crespo Fernández.)
***
    Y por supuesto la repetición puede ser divertida, como en este pasaje de Dinero de Martin Amis:
    Lo intrigante es que la única forma de conseguir que Selina quiera acostarse conmigo es a base de no querer yo acostarme con ella. Nunca falla. Cada vez la pone a tono. Lo malo es que cuando no quiero acostarme con ella (lo cual ocurre a veces), no quiero acostarme con ella. ¿Cuándo me ocurre eso? ¿En qué ocasiones no quiero acostarme con ella? Cuando ella quiere acostarse conmigo. Me gusta acostarme con ella cuando ella tiene ganas de cualquier cosa menos de acostarse conmigo. Y casi siempre se acuesta conmigo, sobre todo si comienzo a pegarle gritos o a lanzarle amenazas o darle el suficiente dinero.
    (Traducción de Enrique Murillo.)

***
    Apenas es necesario señalar que las frustraciones y contradicciones de la relación sexual del narrador con Selina tienen un aire más cómico e irónico gracias a la repetición de la frase «acostarse con», que se habría podido sustituir por un sinnúmero de alternativas. (Si lo dudan, intenten reescribir el párrafo usando variaciones elegantes.) La frase final también ilustra otro tipo importante de repetición: la recurrencia de una palabra que apunta al tema clave de una novela, en este caso, «dinero». La palabra que ocupa el último lugar del párrafo —espacio crucial— no es «acostarse» sino «dinero». Así un tipo de repetición, perteneciente al macronivel del texto, funciona como variación en el micronivel.

David Lodge
El arte de la ficción 


No hay comentarios:

Publicar un comentario