LOS SUICIDAS
No pasa un día sin que aparezca en los
periódicos la relación de algún suceso como éste:
"Anoche, los vecinos de la casa
número tal de la calle tal oyeron dos o tres detonaciones y, saliendo a la
escalera para saber lo que ocurría, entre todos pudieron comprobar que se
habían producido en el cuarto del señor X. Al abrir la puerta de dicho cuarto
—después de llamar inútilmente— vieron al inquilino tendido en el suelo, sobre
un charco de sangre y empuñando aún el revólver con el cual se había ocasionado
la muerte".
"Se ignora la causa de
tan funesta determinación, porque el señor X. vivía en posición desahogada y,
teniendo ya cincuenta y siete años, disfrutaba de bastante salud".
¿Qué angustiosos tormentos,
qué ocultas desdichas, qué horribles desencantos convierten a esas personas, al
parecer felices, en suicidas?
Indagamos, presumimos al
punto, dramas pasionales, misterios de amor, desastres de intereses, y como no
se descubre jamás una causa precisa, cubrimos con una palabra esas muertes
inexplicables: "Misterio, misterio".
Una carta escrita poco antes
de morir, por uno de los muchos que "se suicidan sin motivo", cayó en
mi poder. La juzgo interesante. No descubre ningún derrumbamiento, ninguna
miseria espantosa, nada de lo extraordinario que se busca siempre para
justificar una catástrofe; pero pone de relieve la sucesión de pequeños
desencantos que desorganizan fatalmente la existencia solitaria de un hombre
que ha perdido todas las ilusiones y acaso explique —a los nerviosos y a los
sensitivos, al menos— la tragedia inexplicable de "suicidios
inmotivados".
Leámosla:
"Son ya las doce de la
noche. Cuando haya escrito esta carta, voy a matarme. ¿Por qué? Trato de
razonar mi determinación, para darme cuenta yo mismo de que se impone fatalmente,
de que no debo aplazarla".
"Mis padres eran gentes
muy sencillas y crédulas. Yo creí en todo, como ellos".
"Mi engaño duró mucho.
Hace poco, se desgarraron para mí los últimos jirones que me velaban la verdad;
pero hace ya bastantes años que todos los acontecimientos de mi existencia
palidecen. La significación de lo más brillante y atractivo se me presenta en
su torpe realidad; la verdadera causa del amor llegó incluso a sustraerme de
las poéticas ternuras".
"Nos engañan estúpidas y
agradables ilusiones que se renuevan sin cesar".
"Envejeciendo, me había
resignado a la horrible miseria de las cosas, a lo vano de todo esfuerzo, a lo
inútil que resulta siempre la esperanza: cuando una luz nueva inundó el vacío
de mi vida esta noche, después de comer".
"¡Antes yo era feliz!
Todo me alegraba: las mujeres al pasar, las calles, mi vivienda, y aun la
hechura de mis ropas constituía para mí una preocupación agradable. Pero las
mismas ideas, los mismos actos repetidos, monótonos, acabaron por sumergir mi
alma en una laxitud espantosa".
"Todos los días, a la
misma hora, durante treinta años, me levanté de la cama; y todos los días, en
el mismo restaurante, durante treinta años, a las mismas horas, me servían los
mismos platos mozos diferentes".
"Me propuse viajar. El
aislamiento que sentimos en ciudades nuevas, en residencias desconocidas, me
asustó. Me sentía tan abandonado sobre la tierra, tan insignificante, que volví
a tomar el camino de mi casa".
"Y, entonces, la
inmutable fisonomía de los muebles, fijos en el mismo lugar durante treinta
años, las rozaduras de mis sillones, que yo conocí nuevos, el olor de mi casa
—cada casa que habitamos, con el tiempo adquiere un olor especial— acabaron
produciéndome náuseas y la negra melancolía de vivir mecánicamente".
"Todo se repite sin cesar
y de un modo lamentable. Hasta la manera de introducir —al volver cada noche—
la llave en la cerradura; el sitio donde siempre dejo las cerillas; la mirada
que al entrar esparzo en torno de mi habitación, mientras el fósforo se
inflama. Y todo me provoca —para verme libre de una existencia tan ruin— a
tirarme por el balcón".
"Mientras me afeito, cada
mañana me seduce la idea de degollarme, y mi rostro, el mismo siempre, que se
refleja en el espejo con las mejillas cubiertas de jabón, muchas veces me hizo
llorar de tristeza".
"Ni siquiera me complace
tropezar con personas a las cuales veía con gusto hace tiempo; las conozco
tanto que adivino lo que me dirán y lo que les diré; a fuerza de razonar con
las mismas, descubrimos la ilación de sus ideas. Cada cerebro es como un circo
donde un pobre caballo da vueltas. Por mucho que nos empeñemos en buscar otros
caminos, por muchas cabriolas que hagamos, la pista no varía de forma ni ofrece
lances imprevistos ni abre puertas ignoradas. Hay que dar vueltas y más
vueltas, pasando siempre por las mismas reflexiones, por los mismos chistes,
por las mismas costumbres, por las mismas creencias, por los mismos
desencantos".
"Al retirarme hoy a mi
casa, una insistente niebla invadía el bulevar, oscureciendo los faroles de
gas, que parecían candilejas. Pesaba el ambiente húmedo sobre mis hombros como
una carga. Seguramente hago una digestión difícil".
"Y una buena digestión lo
es todo en la vida. Ofrece inspiraciones al artista, deseos a los jóvenes
enamorados, luminosas ideas a los pensadores, alegría de vivir a todo el mundo,
y permite comer con abundancia —lo cual es también una dicha. Un estómago
enfermo conduce al escepticismo, a la incredulidad, engendra sueños terribles y
ansias de muerte. Lo he notado con frecuencia. Es posible que no me matara esta
noche, haciendo una buena digestión".
"Después de haberme
acomodado en el sillón donde me siento hace treinta años todos los días, miré
alrededor, creyéndome víctima de un desaliento espantoso".
"¿De qué medio valerme
para escapar a mi razón macilenta, más horrible aún que la desordenada locura?
Cualquier empleo, cualquier trabajo me parece más odioso que la acción en que
vivo. Quise poner en orden mis papeles".
"Hacía tiempo que deseaba
registrar los cajones de mi escritorio, porque durante los treinta últimos años
había metido allí, al azar, las cartas y las cuentas. Aquel desorden llegó a
preocuparme algunas veces; pero me sobrecoge una fatiga tal en cuanto me
propongo un trabajo metódico y ordenado, que nunca me atreví a empezar".
"Esta noche me senté
junto a mi escritorio y abrí, resuelto a preservar algunos papeles y romper la
mayor parte".
"Me quedé de pronto
pensativo ante aquel hacinamiento de hojas amarillentas; luego cogí una".
"¡Oh! Si aprecian en algo
su vida, no toquen jamás las cartas viejas que guardan los cajones de su
escritorio. Y si no pueden resistir la tentación de abrirlos, cojan a granel,
con los ojos cerrados, los paquetes de cartas para tirarlos al fuego; no lean
ni una sola frase, porque sólo ver la escritura olvidada y de pronto
reconocida, los lanza en un océano de recuerdos; quemen esos papeles que matan;
cuando estén hechos pavesas, pisotéenlos para convertirlos en impalpables
cenizas... Y si no lo hacen así, los anonadarán como acaban de anonadarme y
destruirme".
"¡Ah! Las primeras cartas
no me han interesado; eran de fechas recientes y de personas que viven y a las
que veo, sin gusto, con alguna frecuencia. Pero, de pronto, la vista de un
sobre me ha estremecido. Al reconocer los rasgos de la escritura se han
cubierto mis ojos de lágrimas. Era la letra de mi mejor amigo, del compañero de
mi juventud, del confidente de mis esperanzas. Y se me apareció tan claramente,
con su bondadosa sonrisa, tendiéndome las manos, que sentí un escalofrío
penetrante; hasta mis huesos vibraron. Sí, sí; los muertos vuelven. ¡Lo he
visto! Nuestra memoria es un mundo más acabado aún que el universo; ¡puede
hacer vivir hasta lo que no existe! ".
"Con la mano temblorosa y
los ojos turbios, recorrí toda su carta, y en mi pobre corazón angustiado, he
sentido un desgarramiento espantoso. Mis lamentaciones eran tan lastimosas,
como si me hubiesen magullado las carnes".
"Así he ido remontándome
a través de mi vida, como remontamos un río, luchando contra la corriente.
Aparecieron personas olvidadas, cuyos nombres no puedo recordar; pero su rostro
sí lo recuerdo. En las cartas de mi madre, resucitan criados antiguos, el
aspecto de nuestra casa y mil detalles nimios que una inteligencia infantil
recoge".
"Sí; he visto de pronto
los vestidos que usó mi madre en distintas épocas y, según la moda y según el
tocado, mostraba una fisonomía diferente. Sobre todo me obsesionaba con un
traje de seda rameado, y recuerdo que un día, llevando aquel traje, me amonestó
dulcemente: 'Roberto, hijo mío, si no procuras erguirte un poco, serás jorobado
toda tu vida' ".
"Luego, al abrir otro
cajón, aparecieron las prendas marchitas de mis amores: un zapatito de baile,
un pañuelo desgarrado, una liga de seda, trencitas de pelo, flores... Y las
novelas de mi vida sentimental me sumergieron más en la triste melancolía de lo
que no vuelve. ¡Ah! ¡Las frentes juveniles orladas con rubios cabellos, las
manos acariciadoras, los ojos insinuantes, la sonrisa que promete un beso, el
beso que asegura un paraíso!... Y ¡el primer beso!... Aquel beso delicioso,
interminable, que ofusca la mirada, que abate la imaginación, que nos posee y
nos glorifica, ofreciéndonos a la vez un goce ideal y la promesa de otros goces
deseados".
"Cogiendo con ambas manos
aquellas prendas tristes de lejanas ternuras, las cubrí de caricias furiosas y
en mi corazón desolado por los recuerdos sentía resonar cada hora de abandono,
sufriendo un suplicio más cruel que las monstruosas leyendas infernales. ¡Ah!
¿Por qué las abandoné o por qué me abandonaron? ".
"Quedaba por ver una
carta fechada hacía medio siglo. Me la dictó el maestro de escritura: 'Mamita
de mi alma: hoy cumplo siete años. A esa edad ya se discurre; ya sé lo que te
debo. Te juro emplear bien la vida que me has dado".
'Tu hijo que te adora,
Roberto'.
"Me había remontado hasta
el origen. El recuerdo era desconsolador. ¿Y el porvenir? Quise profundizar en
lo que me faltaba de vida, y se me apareció la vejez espantosa y solitaria, con
su cortejo de achaques y dolencias... ¡Todo acabado para mí! ¡Nadie junto a mí!
".
"El revólver está sobre
la mesa... Es tentador... "¡No lean nunca las cartas de otros tiempos! ¡No
recuerden viejas memorias!..."
Así es como se matan muchos
hombres en cuya plácida existencia no hallamos el verdadero motivo de su fatal
resolución.
DE OTROS MUNDOS
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