EL HERMANO LADRÓN
Traducción de Ana María Moix
Traducción de Ana María Moix
Diré también lo que era, cómo era. Es así: roba
a los criados para ir a fumar opio. Roba a nuestra madre. Registra los
armarios. Roba. Juega. Antes de morir mi padre había comprado una casa en
Entre-deux-Mers. Era nuestra única posesión. Juega. Mi madre la vende para
pagar las deudas. No es suficiente, nunca es suficiente. Joven, intenta
venderme a los clientes de la Coupole. Es por él por quien mi madre quiere
seguir viviendo, para que siga comiendo, para que duerma abrigado, para que
siga oyendo pronunciar su nombre. Y la propiedad que le compró cerca de
Amboise, diez años de ahorros. Hipotecada en una noche. Ella pagó los
intereses. Y todo el fruto de la tala de árboles que ya he mencionado. En una
noche. Robó a mi madre moribunda. Se trataba de alguien que registraba
armarios, que tenía buen olfato, que sabía buscar bien, descubrir las buenas
pilas de sábanas, los escondrijos. Robó las alianzas, cosas así, mucho, las
joyas, el sustento. Robó a Dô, a los criados, a mi hermano menor. A mí, mucho.
La hubiera vendido a ella, a su madre. Cuando muere la madre hace venir al
notario, enseguida, en mitad del transtorno de la muerte. Sabe aprovecharse del
trastorno de la muerte. El notario dice que el testamento no es válido. Que la
madre ha favorecido demasiado al hijo mayor a mis expensas. La diferencia es
enorme, posible. Es muy dulce, afectuoso como siempre después de sus asesinatos
o cuando necesita de tus servicios. Mi marido ha sido deportado. Se compadece.
Se queda tres días. Lo he olvidado, cuando salgo no cierro nada. Registra.
Guardo el azúcar y el arroz de mis cupones para cuando mi marido regrese.
Registra y coge. Sigue registrando un armario pequeño, en mi habitación.
Encuentra. Coge todos mis ahorros, cincuenta mil francos. No deja ni un solo
billete. Deja el apartamento con sus hurtos. Cuando vuelva a verle no le hablaré
del asunto, para él la vergüenza es tan grande que no podré hacerlo. Después
del falso testamento, el falso castillo
Luis XIV fue vendido por un mendrugo de pan. La venta estuvo trucada, como el
testamento.
Después de la muerte de mi
madre está solo. No tiene amigos, nunca tuvo amigos, a veces tuvo mujeres a las
que hacía "trabajar" en Montparnasse, a veces mujeres a las que no
hacía trabajar, al menos al principio, a veces hombres pero que le pagaban,
ellos. Vivía en una gran soledad. Eso aumentó con la vejez. Era simplemente un
golfo, sus causas eran pobres. Creó el miedo a su alrededor, no más allá. Con
nosotros perdió su verdadero imperio. No era un gángster, era un golfo de
familia, un registrador de armarios, un asesino sin armas. No se arriesgaba.
Los golfos viven como él vivía, sin solidaridad, sin grandeza, en el miedo.
Tenía miedo. Después de la muerte de mi madre llevó una existencia extraña. En Tours.
Sólo conoce a los camareros para los "soplos" de las carreras y a la
clientela vinosa de los pockers de trastienda. Empieza a parecérseles, bebe
mucho, se le han pegado los ojos inyectados, la boca torva. En Tours ya no le
queda nada. Liquidadas las dos propiedades, nada. Durante un año vive en un
guardamuebles alquilado por mi madre. Durante un año duerme en un sillón.
Consienten en dejarle entrar. Quedarse allí un año. Y luego lo echan a la
calle.
Durante un año debió esperar
rescatar su propiedad hipotecada. Se ha jugado los muebles de mi madre, uno a
uno, los del guardamuebles, los budas de bronce, los objetos de cobre, y luego
las camas y luego los armarios y luego las sábanas. Y luego un día no le queda
nada, eso le ocurre, un día tiene el traje que lleva puesto, nada más, ni una
sábana, ni un cubierto. Está solo. En un año nadie le ha abierto su puerta.
Escribe a sus primos de París. Tendrá una habitación de servicio en
Malesherbes. Y con más de cincuenta años tendrá su primer empleo, el primer
sueldo de su vida, es ordenanza en una compañía de seguros marítimos.Duró,
creo, quince años. Fue al hospital. No murió allí. Murió en su habitación.
*
Mi madre nunca habló de ese
hijo. Nunca se quejó. Nunca habló del registrador de armarios a nadie. Esta
maternidad fue como un delito. La mantenía oculta. Debía de considerarla ininteligible,
incomunicable a cualquiera que no conociera a su hijo como ella lo conocía, ante
Dios y solamente ante El. Decía de él trivialidades insignificantes, siempre
las mismas. Que si hubiera querido habría sido el más inteligente de los tres.
El más “artista”. El más fino. Y también el que más había querido a su madre.
El que, en definitiva, la había comprendido mejor. No sabía, decía, que podía
esperarse eso de un hijo, tal intuición, una ternura tan profunda.
*
Volvimos a vernos una vez, me
habló del hermano menor, muerto. Dijo: "Qué horror esa muerte, es
abominable, nuestro hermano pequeño, nuestro pequeño Paulo".
Queda
una imagen de nuestro parestesco: es una comida, en Sadec. Ellos tienen
diecisiete y dieciocho años. Mi madre no está con nosotros. Él mira cómo mi
hermano menor y yo comemos, y luego deja el tenedor, sólo mira a mi hermano
menor. Le mira muy largamente y luego le dice de repente, muy calmadamente,
algo terrible. La frase se refiere a la comida. Le dice que debe ir con
cuidado, que no debe comer tanto. El hermano menor no contesta. El otro sigue.
Le recuerda que los trozos grandes de carne son para él, que no debe olvidarlo.
Si no, dice. Pregunto: ¿por qué para ti? Dice: porque es así. Digo: ojalá te
mueras. No puedo seguir comiendo. El hermano menor tampoco. El espera a que el
hermano menor se atreva a pronunciar palabra, una sola palabra, sus puños
cerrados están prestos encima de la mesa para destrozarle la cara. El hermano
menor no dice nada. Está muy pálido. Entre sus pestañas, el inicio del llanto.
*
Cuando muere es un día triste.
De primavera, creo, de abril. Me telefonean. Nada, no me dicen nada más. Lo han
encontrado muerto, en el suelo, en su habitación. La muerte llevaba ventaja
sobre el final de su historia. En vida ya estaba acabado, era demasiado tarde
para que muriera, era un hecho desde la muerte del hermano pequeño. Las
palabras subyugantes: todo está consumado.
Ella pidió que los enterraran
juntos. Ya no sé dónde, en qué cementerio, sé que en el Loira. Están los dos en
la tumba, sólo los dos. Es justo. La imagen es de un esplendor intolerable.
Marguerite Duras
El amante
Barcelona, Tusquets, 1984, pp. 97-102
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