Los ojos de Picasso |
Pequeñas rutinas de las grandes mentes
Benjamin Franklin escribía desnudo y Faulkner dormía de día. Un libro recoge los rituales que inspiraron las mayores obras
Picasso le rogaba a sus musas que, por favor, pasaran a visitarle solo cuando estuviera en su taller y trabajado. Con manchas en la camiseta a rayas y los pinceles calientes, preparado para aprovechar la inercia de esa cosa llamada inspiración. Porque por muy puro que se ponga el arte, dedicarse a pintar, escribir, hacer canciones o fotografías tiene mucho de rutina, de hábito y obligación impuesta por uno mismo. “Sé monótono y ordenado en tu vida como un burgués para que puedas ser violento y original en tu obra”, decía Flaubert, por cierto, todo un señor burgués.
William Burroughs tenía muy claro lo que estaba obligado a dar a cambio de ese trabajo raro: “El precio que un artista tiene que pagar por hacer lo que quiere hacer es que tiene que hacerlo”. Pero, ¿cuál era la fórmula de los cráneos privilegiados de la Historia para convocar musas y pagar esa hipoteca? Al periodista Masson Currey le picó la curiosidad en 2007 y empezó a recopilar en un blog las agendas diarias, las manías y los horarios de artistas y científicos de éxito. El blog fue engordando hasta que se convirtió en libro. Rituales cotidianos, publicado recientemente por Turner en España, da las claves de cómo se le iluminaba el piloto automático de 177 lumbreras.
Mientras dormías
Dormir es el mejor (y el más barato) afrodisíaco creativo. Al menos ello se encomendaban grandes dormilones como Descartes (más de 10 horas) o William Styron. El más madrugador fue Balzac.Cuando estaba embarcado en algún nuevo libro su horario era monacal. Cenaba frugalmente a las seis de la tarde y se iba a la cama. A la una de la madrugada ya estaba en pie. Se sentaba en su escritorio y allí se pasaba unas siete horas seguidas bebiendo una taza de café negro tras otra.
Los compositores clásicos también se rebelaron contra la legaña. Beethoven, Mahler o Schubert abrían el ojo al amanecer. “Siempre me peinan a las seis de la mañana y ya a las siete estoy completamente vestido”, apuntaba Mozart. De entre los vivos, el récord es para Haruki Murakami, que ha pasado de gerente de un tugurio de jazz en Tokio a asceta vegetariano de la literatura superventas. Desde entonces, se despierta a las cuatro de la mañana, trabaja cinco o seis horas seguidas y luego se va a correr por el campo.
Baños de aire
Thomas Wolfe, el escritor más americano y el menos reivindicado de la generación perdida, descubrió una noche su infalible método creativo. Currey cuenta en el libro que en una hora poco inspirada Wolfe se dio por vencido y se quitó la ropa para acostarse. Entonces, desnudo frente a la ventana descubrió que su cansancio se había evaporado de repente. Se sentía fresco y con ganas de escribir de nuevo. Regresó a la mesa y escribió hasta el amanecer “con asombrosa rapidez, facilidad y seguridad”. Intentando descifrar qué había provocado aquel cambio súbito se dio cuenta de que, frente a la ventana, había estado acariciándose inconscientemente los genitales y que aquello inducía una tan “agradable sensación masculina” que había avivado sus energías creativas. Desde entonces, Wolfe utilizó regularmente este método para inspirar sus sesiones de escritura.
Uno de los hábitos favoritos de Benjamin Franklin en sus últimos años era el baño de aire. El estadistas estadounidense contó en sus diarios los pormenores del asunto: “Me levanto temprano casi todas las mañanas, y me siento en mi aposento sin ropa, media hora o una hora, según las estación del año, leyendo y escribiendo. Esta práctica no es en absoluto dolorosa, sino por el contrario, muy agradable”.
Arte contra la vida
Immanuel Kant no salió jamás de su ciudad natal, donde impartió el mismo curso en la universidad durante 40 años. Su criado le levantaba a las cinco de la madrugada. Almorzaba siempre a la misma hora y a las tres y media daba su famoso paseo. Se iba a la cama exactamente a las diez. No se le conocen muchas amigas y tan sólo un amigo íntimo, con quién solía cenar de vez en cuando. Sus biógrafos se han peleado últimamente tratando de desmontar la imagen de hombre robótico que queda del filósofo alemán. Pero es un hecho que su enfermedad, un defecto congénito en su caja torácica que le comprimía el corazón y los pulmones, marcó profundamente su vida, y por tanto su obra. Kant renunció al cuerpo y se dedicó a criticar a la razón pura.
Ingmar Bergman facturó decenas de películas y obras de teatro, hizo además series para la televisión sueca, escribió óperas y varias novelas. Los temas son siempre los mismos: incomunicación, soledad, religión, amor, muerte, locura. “He estado trabajando todo el tiempo y es como un gran torrente que atravesara el paisaje de tu alma", explicó. "Es bueno porque se lleva muchas cosas. Es purificador. Si no hubiera estado trabajado todo el tiempo habría sido un lunático”
Oficinistas con talento
Antes de recluirse en una vieja finca sureña con su mujer y el whisky, Faulkner compaginó varios trabajos con la creación de sus novelas. Fue periodista, pintor y cartero. Escribió una de sus mayores obras, Mientras agonizo, por las tardes antes de fichar en el turno de noche como supervisor de una planta eléctrica. El horario nocturno le venía bien: dormía unas pocas horas por la mañana y escribía toda la tarde. De camino al trabajo visitaba a su madre y echaba algunas cabezadas durante el turno, que tampoco es que fuera muy duro.
Kafka trabajó toda su vida en una compañía de seguros en Praga, de ocho a tres de la tarde. Vivía con su familia en un apartamento abarrotado, donde solo podía escribir por la noche. Trabajaba hasta las tres y a veces hasta las seis. “Entonces, por lo general con un leve dolor en el corazón y punzadas en los músculos del estómago, me voy a la cama. Hago todos los esfuerzos imaginables por tratar de dormir: esto es, por lograr un imposible, pues uno no puede dormir”.
Madres, crianza y libros
Sólo al final, separada ya de su marido y cuidando sola de su dos hijos pequeños, Sylvia Plath logró encontrar la rutina que le funcionaba para ser una poetisa productiva. A las 5 de la mañana, cuando terminaba el efecto de los somníferos, se levantaba y escribía hasta que los niños se levantaban.
A Alice Munro “le encantaban las siestas” de sus dos hijas. Cuando las criaturas se dormían, se encerraba en su cuarto para escribir. Toni Morrison ha compaginado su empleo como editora en Random House Mondadori con sus clases en la universidad y la crianza de sus dos hijos. “Cuando me siento a escribir nunca me pongo a dar vueltas. Tengo tantas cosas que hacer que no puedo permitírmelo”. La recompensa a tanto esfuerzo ha sido un premio Pulitzer y un Nobel.
DATOS DEL LIBRO
Título: Rituales cotidianosAutor(es): Mason Currey
Colección: Noema
Encuadernación: Rústica con solapasDimensiones: 14 x 22
Páginas: 262
ISBN: 978-84-15832-22-5
Idioma: Español
Precio: 19,90 €
Más de ciento sesenta escritores, pintores, científicos o inventores desfilan por estas páginas, bajo una luz nueva: la que nos deja ver sus rituales, manías, tics y rarezas a la hora de trabajar (o de no trabajar). El que se encerraba en una habitación forrada de corcho y solo tomaba en todo el día dos tazas de café con leche y dos croissants (¡y a veces uno solo!). El ama de casa que se levantaba a las cuatro de la madrugada para escribir antes de llevar los niños al colegio. El que dijo «soy como un médico en la sala de urgencias y la urgencia soy yo». El que se traga cada día medio bote de anfetaminas encerrado en el estudio, y el que pinta con los hijos jugando alrededor. El buen oficinista («escribo cada día media página, y al cabo de un año eso ya es algo»), y el que pasa meses sin trabajar pero un día escribe ochenta páginas de un tirón, y apenas corrige luego.
Empezado (en forma de blog) un día en que su autor no encontraba las ganas de trabajar, este libro podrá evitarle hacer algo productivo durante muchas horas, y le dará más de una idea para organizarse una vida creativa… o todo lo contrario.
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