Silencio y luto íntimo
en la casa de García Márquez
Por María Paulina Ortiz
19 de abril de 2014Propios y extraños siguen llevando flores amarillas a la casa de Gabo en el D. F.
Aquí afuera hay silencio.
El vigilante, cansado de la jornada del Jueves Santo en la que lidió con reporteros que querían saltarse las barreras a empujones, suelta una frase como si la hubiera repetido muchas veces:
La puerta de vidrio de la funeraria García López, sobre la avenida San Jerónimo, está cerrada. Como casi todo en Ciudad de México este viernes. Por la tarde, llovió. Por la mañana, tembló. Una ciudad de veinticinco millones de habitantes hoy parece escenario de fantasmas. En las escaleras, rodeando de esquina a esquina la fachada de la funeraria, hay flores amarillas. Hay ramos grandes y pomposos; hay margaritas sueltas y ajadas. Unos con cintas que llevan nombres elegantes, como ‘Gobierno Distrital’ o ‘Consulado’; otros con frases escritas a mano. Un adiós al maestro. Tanto las primeras como las segundas se quedaron afuera.
No hubo honras fúnebres para Gabriel García Márquez. Sí hubo –y hay– una familia reunida en su casa con un luto íntimo. No hubo carroza fúnebre. Sus restos fueron cremados en privado el viernes. Todo ha sido silencio y no hay razón para pensar que hubiera podido ser de otra manera: el propio Gabo les tenía aversión a los entierros. Supersticioso como fue –con cosas como mantener una rosa amarilla en su escritorio a la hora de escribir o ponerse camisa de cuadros–, él mismo decidió no asistir a entierros aunque los muertos fueran sus amigos más entrañables. Podía ser Álvaro Cepeda Samudio o Alejandro Obregón o Álvaro Mutis. Gabo no pisaba un funeral.
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Agua. Fuego. Brisa. Lluvia. Cráter.
Estos nombres tienen las calles que conforman El Pedregal de San Ángel, uno de los barrios con más abolengo de Ciudad de México, ubicado en el sur del D. F., sobre una zona volcánica. En la calle Fuego está la casa de García Márquez. Tiene dos pisos, una fachada de doce ventanas, un farol, una puerta de madera y buganvillas en flor. Desde que se conoció la noticia de su muerte, el jueves pasado a las tres de la tarde, esta casa ha estado custodiada por policías mexicanos que visten de azul, y periodistas con sus cámaras listas. Las puertas permanecen cerradas. De vez en cuando Genovevo Quiroz, asistente personal y chofer de Gabo durante varios años, sale a recoger las flores que las personas han ido dejando recostadas en la pared. Las lleva con cuidado para adentro. Y vuelve el silencio.
Entre quienes han ido a dejar flores –siempre amarillas– están tres colombianos que viven en México. El viernes llegaron vestidos con la camiseta de la Selección, pusieron sus rosas y se fueron. Una señora mayor pasó a dejar una carta en la que le agradecía a Gabo por su obra. También llegaron flores enviadas por Shakira. Algunos han cruzado la puerta, familiares cercanos, amigos muy íntimos, muy pocos. Estuvo la escritora mexicana Ángeles Mastretta, cercana al nobel y seguidora en sus propios libros de la escuela de la que Gabo fue –es, seguirá siendo– el maestro mayor: el realismo mágico. Mastretta salió de la casa con una corta sonrisa y palabras sobre la fortaleza que vio en la familia de Gabo.
–Escogió México para vivir. Solo por eso ya tendríamos que estarle muy agradecidos al señor –dice un taxista camino de El Pedregal.
En el radio de su carro está sintonizada una emisora que transmite un especial sobre la vida de García Márquez. Suena su voz. Es una voz joven todavía. Cuenta la historia de cómo llegó a México y cómo de inmediato él y su esposa, Mercedes Barcha, quisieron quedarse, aunque cuenta también que las autoridades de inmigración no pensaban igual que ellos. A esta ciudad llegó siendo anónimo en los años 60 del siglo pasado y en esta ciudad se fue siendo uno de los más grandes escritores en lengua castellana. En medio de este principio y este final (que es un final mentiroso, porque con sus obras se volvió inmortal), Gabo hizo de algunos sitios del D. F. sus preferidos. Los bosques de Chapultepec. El centro histórico. Y el Café Tirol, en la zona rosa, donde era habitual verlo cuando aún no era una figura reconocida que la gente buscaba para un autógrafo. En Ciudad de México escribió Cien años de soledad. No habría que decir más.
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Uno de los temas que se repite entre los corrillos, en la prensa mexicana, en los noticieros –que el día 17 en la tarde suspendieron sus programaciones para dar la noticia del fallecimiento del escritor colombiano– es que el realismo mágico acompañó a Gabriel García Márquez hasta su muerte: el escritor se fue un Jueves Santo, el mismo día en que murió uno de los personajes de su novela mayor: Úrsula Iguarán. “Amaneció muerta el Jueves Santo. La última vez que la habían ayudado a sacar las cuentas de su edad, por los tiempos de la compañía bananera, la había calculado entre los ciento quince y los ciento veintidós años”, escribió en Cien años de soledad. A Gabo le gustaba ser obediente a los presagios.
Pero no pensaba en su muerte. O por lo menos no dejó algo parecido a un manual de instrucciones sobre qué hacer cuando llegara. Los periodistas del mundo entero están atentos a la noticia de si las cenizas del Nobel van a descansar aquí o allá. Jaime Abello, uno de sus amigos más cercanos y alma de la Fundación Nuevo Periodismo, que creó Gabo, es una de las personas que han estado entrando y saliendo de la casa del nobel. En una de esas ocasiones habló con los periodistas y explicó que no había precisiones todavía porque la familia no había tomado decisiones al respecto.
Está confirmado un homenaje, que será este lunes en el Palacio de Bellas Artes. Allá estarán los que fueron sus amigos, también el público que quiera estar presente y personalidades políticas que también fueron próximas al nobel. Una de ellas, el expresidente Carlos Salinas de Gortari, visitó a la familia en la tarde de este sábado. Apenas duró unos minutos, y a la salida, rodeado de cámaras y micrófonos y muchos reporteros subidos en bancas para alcanzar a oír sus palabras, Salinas recordó anécdotas de su amistad con Gabo.
Cada palabra que sale de la casa es perseguida por periodistas como si fuera un tesoro. Porque de resto es silencio.
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Es sábado y el D. F. amaneció con el cielo cerrado después de un aguacero que duró toda la noche. Algunas librerías, como Gandhi y Porrúa, en el centro, dispusieron una vitrina con la obra de Gabo. En Gandhi hay, además, una foto suya con fondo amarillo y las fechas: 1927-2014. Sus novelas, dicen los libreros, se han vendido mucho estos últimos tres días.
Las calles del D. F. todavía no están afectadas por sus congestiones. Esta mañana volvió a temblar y ese es el tema de charla entre los reporteros que siguen haciendo una guardia juiciosa frente a la residencia de Gabo. Fue un temblor más leve esta vez. El del viernes movió los árboles para allá, para acá. En medio de esta conversación aparece un hombre con un sombrero ‘vueltiao’. Es un antiguo gaitero que vive hace varios años en Ciudad de México y que esta mañana caminó rumbo a El Pedregal para hacerle un homenaje al nobel. En la mitad de la calle, frente a las ventanas, interpretó Navidad negra, de José Barros. Por un momento el silencio se rompe: “La noche en su traje negro estrellas tiene a millares y con rayitos de luna van abriendo los cantares”.
La casa sigue cerrada. Algunos periodistas vieron que alguien se asomó. Fue una empleada, dicen; la vieron con su uniforme. El gaitero termina y se va.
El duelo está de puertas para adentro. Y también de puertas para afuera.
MARÍA PAULINA ORTIZ
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