martes, 15 de abril de 2014

Waldemar Verdugo Fuentes / María Félix es una fiesta


María Félix es una fiesta
BIOGRAFÍA
Por Waldemar Verdugo Fuentes
Vogue, México (1983) y Caras, Chile (1990) 

La más alta estrella del cine latinoamericano, es mucho más que su legendaria belleza. Nació en 1915; surgida en la época de oro del cine mexicano, cuando a los 27 años hizo su primera película, se impuso de un golpe. Hasta su aparición, de una manera u otra, la mujer en el cine latinoamericano estuvo siempre ligada a la violencia sexual, tanto en su papel de madre, dócil y desgraciada, como en el de heroína seducida y trágica o en el de cabaretera, inminentemente caída. María Félix surge, entonces, en 1942, un confuso período histórico. Encarna el surgimiento de “Doña Bárbara” en la epopeya de una mujer para salvar su honor en una llanura de la América profunda. Con ella se produce una metamorfosis al encarnar a la mujer que no pide perdón, que jamás se humilla, que con sólo alzar la ceja izquierda (su marca) arranca todo a la sociedad machista y paternalista por excelencia. En el continente latino de entonces, succionado por dictaduras y graves desórdenes, en que la mujer en el cine estaba condenada al mayor o menor brillo de su cuerpo, surge esta guerrillera, la generala, la bandida, la soldadera que decide con el hombre mano a mano en el campo de batalla, que participa no sólo en la autonomía y creación de sí misma, sino también en la evidencia de una voluntad que puede tocar la filosofía, la guerra y el amor. Se ha casado cuatro veces: primero con uno de los integrantes del conjunto musical Trío Calaveras, Raúl Álvarez, con quien tuvo su único hijo (Enrique). Luego, su matrimonio con el actor Jorge Negrete marcó una época. Al enviudar reincidió con el músico Agustín Lara, quien de regalo de bodas le dio un piano blanco y su canción "María Bonita". Divorciada, se unió finalmente al magnate francés Alex Bergier ("no me gusta hablar de dinero, pero Alex al morir me legó caballos de tres millones de dólares"). Casi setenta años y mantiene intacto su brillo.

La estrella mexicana María Félix mantiene dos hogares: uno en la Ciudad de México y otro en París (donde tiene todas las noches una mesa reservada en Maxim’s, que sólo ocasionalmente ocupa). Entre uno y otro viaje, cuando regresa a México no permite que en Aduana revisen su equipaje ("¿por qué voy a permitir que revisen mi equipaje, si al Presidente no lo revisan?. Los políticos son fácilmente reemplazables. Yo no.") Ha sido la única actriz latina que rechazó sistemáticamente trabajar en la "fábrica" de películas de Hollywood.




-Cierta vez me llamó el productor de Elvis Presley. Dijo que el cantante deseaba que yo hiciera de madre de él en una de sus cintas. Me enviaron el guión y, cuando lo leí, vi que debía hacer de india norteamericana. Así es que les devolví el guión con una nota que decía: "Nací en el barrio de La Colorada en la ciudad de Alamos, Sonora, y mi padre, de nombre Bernardo Félix, es hijo de una severa dama india Yaqui. Por lo tanto soy india Yaqui, como mis mayores paternos. Si Elvis lo desea, cambie el guión y anúncielo como indio Yaqui, que en nada desmerecen ante los Sioux. Por supuesto, deberá ser la filmación en México". Gentilmente me respondieron que lo pensara. Yo lo pensé y me dije que si iba a hacer de india, debía ser de india de este lado del río, porque la fuerza y tenacidad del indio latinoamericano no puede ser calcada. Por lo tanto, rechacé el guión”.




Aceptó, sólo en contadas ocasiones, ser dirigida por europeos (Luis Buñuel, Richard Pottier, Yves Ciampi, Jean Renoir...), pero su imagen se la entregó a los directores latinos (filmó con directores de México, Argentina, Chile...) Y, digámoslo, ese fue su acierto: confiarse a nuestros talentos, con guiones, hasta donde le fue posible, basados en la literatura latinoamericana (a partir de "Doña Bárbara" del escritor de Venezuela Rómulo Gallegos). Este hecho consolidó definitivamente su prestigio. Así, a pesar de que fue mal tratada por la crítica en sus inicios, a figuras como María Félix se debe la ganada universalidad del cine que se hace en Latinoamérica. Es cierto que en un principio la impuso su belleza (en las matinés de antaño se la anunciaba como "la más conocida de las bellas, la más bella de las conocidas"), más, luego, su talento lo demostró sin duda posible. ¿Qué trajo al cine su trabajo? Algo poco conocido: cierto misterio atmosférico, un tono de verdad, de respiración auténtica de su protagonista. Tiene ese instinto, ese no-sé-qué no aprendido en escuelas de actuación; ella en su trabajo sabe detenerse, llega al límite de actuación, allí donde un gesto de más y empiezan los territorios de lo vulgar; no cae nunca en ello. El caso es que el público la aceptó de inmediato. Y, justamente, de su relación con el público, de sus cintas y algo de su vida, es que conversamos con María en su mansión de la Ciudad de México. Le comento que la crítica latinoamericana sólo la aceptó una vez que lo hizo Francia, cuando los cineastas del llamado "cine de autor", como Truffaut y Godard, se rinden ante ella desde las páginas de la revista "Cahier du Cinema". Dice:

-En mis comienzos me tuvo sin cuidado la crítica. Ahora menos, así es que no puedo comentarte lo que decían de mí. Eso está en las revistas, en algunos libros. A los críticos sólo les diría que alguna vez en sus vidas se paren ante una cámara, y luego se vean. Nada más. En lo que a mí respecta, a lo pasado, pisado. Tu puedes preguntarme y yo te responderé, pero solo responderé aquello que yo quiera. Ahora, ¡pregunta!

Sus ojos negros enormes me observan fijamente. Siento mi cuerpo incómodamente quieto, transparente. La observo vencido, sé que esto es obra de ella. El lector ubíquese frente a una mujer sobre cuyos hombres reposa un pilar del cine latinoamericano, que lleva el mismo collar de esmeraldas verdes que Maximiliano hizo tallar para la emperatriz Carlota, y en uno de sus anillos diseñados para ella por Harry Winston reposa un diamante de sesenta kilates. Físicamente, en su presencia uno olvida cuál es su edad verdadera, de tan hermosa que es. Es verdad lo que afirma Octavio Paz: “María no es bonita, es hermosa”. Su hermosura es cercana, no es producida; a su edad aún se aprecia al instante, es algo que se acepta inmediatamente después de conocerla. Es su carta abierta que nos gana el juego de inmediato. Se aparece en una entrada enérgica, atrevida y segura, todo enmarcado por una mirada suspendida entre la aceptación y rechazo eventual, son sus armas. La veo entera, vencedora. Todo en ella es un reto para el hombre. Con un seguro movimiento de sus piernas se acurruca en sí misma, se envuelve, acomodada sobre una piel de visón bordada en China. Sonríe y enciende un cigarrillo negro. Le pregunto: "¿Es usted feliz?". Y cambia la cara en un instante, y creo que también el alma, porque refleja como luz la humedad de sus ojos. Se hace tersa y gentil, aunque en ella la gentileza es una forma de soberanía. Responde:

-Creo que hay heridas definitivas en la vida. Nunca seremos completamente felices. Mira esa cabeza de bronce, es de cuando yo tenía 20 años, es una escultura y es más bella que yo. Mira la pátina, parece que llora en las mejillas. Por eso es más bella: yo no lloro jamás. Aunque he sufrido... ¡bah! ¡no! "sufrir" es una palabra severa. ¿Sufrir? ¡No he sufrido en verdad! ¡No! He tenido salud, riqueza, amor, ¿qué más? Tal vez hubiera sido bueno llorar un poco, tal vez es bueno llorar un poco... aunque yo no lamento nada que no haya hecho, porque he hecho en mi vida lo que me ha dado la gana. Durante mi vida he sido acusada de muchas cosas; lo único cierto es que he sido una mujer con temple de acero. No he titubeado en luchar por lo que creí conocer. Aunque siempre he dado más de lo que he recibido. Nada se me dio gratis.

-¿Cómo siente usted la relación entre el artista y el pueblo?

-El arte jamás debe ser popular. Es el público el que tiene la responsabilidad de hacerse artista, para entender, como en un reflejo, y rescatar el arte cuando existe. El artista crea, lo creado luego no le pertenece: pasa a ser patrimonio de quien lo entiende, que ojalá fuesen todos. El artista crea y ahí acaba su responsabilidad, porque lo creado pasa a ser patrimonio y, por lo tanto, responsabilidad del pueblo. Aunque actualmente lo más antiartístico no es la indiferencia del público por aquello admitidamente bello, sino la indiferencia del artista por aquello también supuestamente feo. Para un artista nada debe ser feo o bello; el artista nada tiene que ver con la realidad del objeto sino sólo con su apariencia, y las apariencias son nada más que cosa de luz o sombra, de oposición y colores.

-¿Cómo ha sido su relación con el público?

-Excelente. Si yo no hubiera sido aceptada por el público desde mi primera película, ahora no sería quien soy. Así lo entiendo y, por lo mismo, siempre traté de dar lo mejor de mí misma en cada papel. Siempre luchando por lo mejor para satisfacer al público que me apoyó siempre.

-¿Por qué dejó de filmar?

-Por falta de buenos guiones. Dejé de filmar cuando vi que no podía dar al público algo mejor de lo que había dado. El trabajo de una actriz es durísimo; levantarse al amanecer para contar con la mejor luz del día; mantenerse físicamente adecuada; sacrificar la vida privada... a cualquiera que viva entre las candilejas como yo lo he hecho desde que comencé, le resulta difícil tener vida privada, porque el público se considera, en parte con justicia, autor del triunfo y la fortuna de una actriz, y supone por tanto que ésta le pertenece. Asuntos personales, particularmente los de índole sentimental, que una persona no envuelta en el torbellino de la publicidad puede ocultar y olvidar, son magnificados hasta adquirir dimensiones de escándalo; y cualquiera que sea la verdadera conducta de la estrella cinematográfica, la prensa y el público aportan su propia creencia, inventando anécdotas que nunca sucedieron... el público y la prensa parecen decir: "Muy bien, muchacha, te hemos colmado de halagos, fama y dinero, y ahora tendrás que pagar el precio".

-¿Y usted ha pagado el precio de su fama?

-¿Que si lo he pagado? ¡Vaya que sí lo he pagado! Por supuesto que, como todo en la vida, al comienzo no fue fácil, pero después me acostumbré. Digamos que el público ha hecho lo suyo y yo he hecho lo mío. ¿No es suficiente?. Siempre he creído también que la relación entre una actriz y su público es una forma de amor. Así he podido aprender que todo amor, hasta el más puro, entraña algún sacrificio, cierta entrega del propio ser. En este sentido, por supuesto, el público me ha entregado mucho, pero mucho más de lo que yo he podido entregar. Mi relación con el público es una relación amorosa que ha durado más allá de lo que me pude imaginar, y para comprobarlo me basta con salir a la puerta de mi casa.

-Usted ha hablado de amor, ¿cómo la ha tratado en su vida?

-Mi vida ha sido un eterno amar. Y cuando hablo de amor, como te habrás dado cuenta, no me refiero exclusivamente a la pasión física, carnal, sino también a ese sentimiento que es puro espíritu, que acerca a toda criatura humana a sus padres, a sus hijos, a sus semejantes. También me refiero al amor que inspiran las bellezas naturales, la bondad de Dios, de la vida misma. El amor desnudo de toda vestidura carnal es, a mi juicio, la esencia suprema de la existencia.

-¿Cómo conoció usted a Jorge Negrete?

-¡Ay hombre! ¡Tú quieres saberlo todo!

-¿Usted lo conocía antes de filmar con él?

-Así es. Lo conocí en Guadalajara. Yo debo haber tenido unos catorce o quince años... a los 13 años decían que yo era una chica guapísima; había sido elegida reina de los estudiantes de Guadalajara. Ese año usé mis primeras medias largas y zapatos de tacón alto. Jorge había ido a trabajar a Guadalajara y estaba filmando unas escenas al aire libre. Fui con unas amigas a verlo y, cuando concluyó una escena, se acercó donde yo estaba y me dijo: "Señorita, ¿le gustaría hacer cine?". Yo me molesté que me hablara, aunque fuera un astro, porque era para mí un extraño. Y con mi pensamiento provinciano, le respondí: "No me hable: soy casada". El replicó: "No importa chula. No soy celoso". Abochornada, me alejé rápidamente. Así lo conocí. No nos volvimos a ver hasta muchos años después, cuando me contrataron para filmar con él mi primera película. Cuando nos encontramos, él no recordaba, por supuesto, en lo más mínimo nuestro primer encuentro. Y yo no hice nada para recordárselo.

-¿Fue cuando filmaron "El Peñón de las Animas"?

-Así es. Yo había llegado a la Ciudad de México absolutamente sola. Me había separado y me habían quitado a mi hijo. Por eso decidí trabajar mucho para juntar dinero y recuperar a mi hijo. Nada más guió los comienzos de mi carrera. Y no me preguntes absolutamente nada más de esto, porque no pienso responderte.

-Está bien. Entonces, ¿cómo transcurrió la filmación?

-Fue un tormento. Porque él era un astro y yo una desconocida. No me sentía segura porque era una novicia, pero estaba dispuesta a que nadie se diera cuenta de mi nerviosismo. Sí estaba orgullosa, porque no todas las actrices inician su carrera filmando como coprotagonista del astro de moda. Aunque yo estaba dispuesta a no demostrar nada, porque, ya entonces, sabía que la mujer sumisa es tratada a patadas. Cuando llegó el día que se firmaron los contratos, y nos encontramos con Jorge frente a frente, lo primero que me dijo fue: "Hablando a lo macho, no pienso servir de escalón a muchachas inexpertas que quieren hacer su carrera en el cine a mi amparo". Yo repliqué: "Señor Negrete, hablando a lo hembra, admito que usted es muy bueno como cantante, pero como actor es malísimo. A ver si ahora aprende algo". Firmé de inmediato, me di media vuelta y me fui. Por supuesto que yo no sabía nada de actuación, ¿qué podía enseñarle? Yo de él aprendí mucho. Pero entonces él debe haberme creído porque firmó también.

-Se dice que durante la filmación tuvieron constantes peleas.

-Oh sí. Transcurrió con muchos disgustos. Movida por mi orgullo de india, asumí una actitud arrogante que, confieso, no se avenía con mi posición de novicia. Insistí en que mi vestuario fuera de lo mejor, cosa que ninguna artista mexicana había exigido antes. Consideré que la ropa que me habían diseñado era horrorosa, por lo que fui a la oficina del director y le dije: "Quiero vestidos de seda". Miguel Zacarías me respondió, con toda razón, que mi papel era de campesina, y que las campesinas no usaban vestidos de seda. "No importa", insistí, "la ropa corriente es ropa corriente, y yo no quiero nada corriente para mi primera película". Y salí de la oficina con aire majestuoso, pero pensando para mi adentro: "Como éste se enoje, no sé qué voy a hacer. Quizás aquí concluya mi breve carrera en el cine". Y me encerré en mi camerino. Sufrí como una hora, hasta que se presentó el jefe de producción con una tarjeta en la mano: "Tome María. Vaya y compre la ropa que quiera". Yo aún ni sabía los diálogos de memoria, pero había ganado la primera batalla: mi vestuario sería de lo mejor.

-¿Cómo iniciaron el rodaje?

-De inmediato tuvimos problemas con Jorge. Cuando llegó nuestra primera escena juntos, me presenté en el set muy acicalada, llena de ilusiones, y al pasar junto a Negrete, éste me dijo: "Bueno, changa, vamos a trabajar". Por supuesto que yo no me sentía una mona y me puse furiosa. Le advertí: "Me llamo María de los Angeles. Si le molesta llamarme por mi nombre, no me nombre de ninguna manera... chango". El no dijo nada, pero ya no tuvo ningún gesto amable conmigo. Cierto día me dieron un látigo para usarlo en escena contra él, y yo le asesté latigazos de verdad: "Ahora tendrá razones para molestarme", le susurré. Así lo excusé después cada vez que me molestó, pero ya nada dije porque yo le había dado latigazos que no fueron ficticios.

-¿Cómo terminaron la cinta?

-A pesar de los contratiempos, terminó todo bien, en un ambiente cordial; y todos, el director, los técnicos y el resto del elenco firmaron mi guión, según se acostumbra en el debut de una actriz. Todos firmaron, excepto Jorge. Cuando años después me pidió que nos casáramos, yo lo acepté de inmediato. ¿Cómo no iba a hacerlo? Era un hombre bellísimo. Y un gran actor del que aprendí mucho. Tuvimos una buena relación, muy sana, hasta el desafortunado accidente que le costó la vida y nos separó para siempre. Siento no haberle dado un hijo.

-Su segunda película fue "María Eugenia".

-Que no tuvo éxito porque el argumento era malísimo. Yo acepté filmarla porque me pagaron bien y porque quería aprender.

-Luego hizo "Doña Bárbara", que sí fue un éxito.

-Con un guión estupendo, basado en la novela de don Rómulo Gallegos. Creo que antes que nada fue una buena película por ese guión tan bueno. Vale la pena contar cómo obtuve el papel. Desde niña suelo leer mucho, especialmente escritores latinoamericanos y franceses. Yo había leído la novela, pero nunca me imaginé que iba a tener el honor de hacerla en cine. Cuando los dirigentes de "Clasa Films" vieron "El Peñón de las ánimas" se entusiasmaron, y me contrataron para trabajar con su productora en varias películas, sin indicar cuáles ni en qué papeles. Por aquel entonces adquirieron los derechos de "Doña Bárbara" y se disponían a filmarla, con una actriz conocida que habían contratado para el papel principal. Yo sentí que no me eligieran porque, en verdad, la novela me había parecido excelente. Así, cuando don Rómulo Gallegos vino a México, pensé que, por lo menos, debía conocerlo. Y acepté ir a un banquete que en su honor y el de los intérpretes le dio la productora. El día del banquete me levanté tarde, y como ya no disponía de tiempo para peinarme, llegué al restaurante con el pelo suelo, sólo estirado en un chongo, según había visto que describía el autor en su novela a "Doña Bárbara". Fue todo casual. Pero, tan pronto entré al restaurante, don Rómulo, que era una excelente persona, me vio, me observó con atención y exclamó: "¡Esta es "mi" Doña Bárbara!". Por supuesto, me dieron el papel.

-Anímicamente, ¿cuál considera usted una cualidad importante en alguien dedicado al cine?

-Es fundamental aprender el poder que tiene la imaginación, la fuerza de imaginar, que sin dudas es una cualidad anímica. Sabiendo imaginarse cosas se aprende a no contentarse con la primera imagen, con aquello que primero nos ofrecen las circunstancias, casuales o premeditadas. No se trata de imaginar que lo imaginado es siempre mejor que la realidad, sino de aceptar que ambas cosas, imaginación y realidad, son diferentes y válidas para trabajarlas como elementos cinematográficos. Manejar cada una es sólo un problema de voluntad, de fuerza, para que no se dispersen y pierdan los elementos cinematográficos. Manejar cada uno es no cortar el hilo lógico del acontecimiento. Yo te hablo como actriz. Por lo menos, nunca podría interpretar bien un papel si antes no lo he imaginado bien, si antes no he jugado con las diversas posibilidades de expresarlo. El uso de nuestra imaginación es lo que nos da la originalidad. Sabemos que una mujer original no es aquella que no imita a nadie, sino aquella a la que nadie puede imitar. Ser inimitable, no te quepa duda, es una cuestión de imaginación, nada más.

-Que usted es inimitable, nadie lo duda. También se dice que es usted altanera, que está en permanente estado de sitio.

-¿Que soy altanera? ¿Me preguntas si yo soy altanera?... Espera... déjame responder... no sé cómo te atreves a preguntarme algo así, un mexicano no lo haría... espera un segundo... ¡muera la provincia espiritual desde luego! La mujer es un ser acosado sin tregua por los hombres, y sólo de su altivez dependerá que el acoso sea para su bien y no para su aniquilación. Mira, en general yo siempre he tenido buena disposición hacia las personas. Jamás he rechazado a priori a nadie. La gente se me ha ido quedando atrás, eso es todo.

-Usted afirma que una mujer es un ser acosado por los hombres. ¿De qué otra manera definiría a una mujer?

-Una mujer es algo único. Los hombres se parecen en muchas cosas. Los hombres son suaves cuando una menos lo espera, le dan importancia a muchas cosas que carecen de sentido; duermen en el momento más bello del amor y, por supuesto, nunca llegan a comprender lo que las mujeres pensamos. Claro que ahora las cosas han cambiado bastante: las mujeres hemos aprendido a ser menos abnegadas; ya no agradecemos las humillaciones... en nuestros países latinoamericanos, antes, lo normal era ver a la mujer humillada, pero ya no somos más tontas. Hemos aprendido a golpes. Claro que es necesario que la mujer no sólo sea inteligente, sino que además debe parecerlo. Desde un punto de vista más universal, a mí me pareció siempre que la mujer merece todo lo que merece el hombre, y algo más. Ahora, si quieres una definición exacta de la mujer, me estás pidiendo que responda algo que nadie puede responderte, siendo yo ¡muy mujer!. Basta mirarme para darse cuenta, ¿no te parece?. Una mujer es algo muy complicado y difícil... es un laberinto en el cual cualquiera puede perderse fácilmente, inclusive otra mujer.

-En sus películas, ¿usted nunca se desnudó?

-¡Por supuesto que no! ¡Cómo te atreves a preguntármelo!

-No se enoje María. Se dice que en su clásico baño de espumas que hizo para el cine francés, o aquella toma memorable suya donde aparece desnuda de espaldas, es posible que existieran tomas más completas.

-De mis películas, de cada una de ellas, no existe nada más de lo que se ve. Había escuchado ese comentario antes. Es falso. Jean Renoir, Richard Pottier, Yves Ciampi... que me dirigieron en Francia, además de ser mis amigos eran unos caballeros y no se hubieran atrevido a pedirme que mostrara más de lo que yo quería mostrar, que es lo que se ve: justo hasta donde acaba mi espalda.

-¿Por qué nunca hizo un desnudo?

-Sólo te voy a responder porque difícilmente tengo oportunidad de hablar de estas cosas, porque nadie se atreve a hacerme estas preguntas. Normalmente me preguntan un montón de tonterías. Nunca hice un desnudo en el cine porque yo no recuerdo a nadie que me haya pedido, que se haya atrevido a pedirme algo que fuera en contra de mi dignidad. Y aquello que yo no recuerdo, no existe.

-O sea que para usted ¿el desnudo en el cine es indigno?

-¡Por supuesto! Eso de rebajar a la mujer a un objeto del deseo me parece una idea repugnante. No sólo es humillante para una mujer, también lo es para un hombre. Pero, en especial, a la mujer bastante se la ha subestimado en el cine.

-Entonces, ¿para usted no existe un rol que justifique el desnudo cinematográfico?

-Para mí no existe.

-¿Usted considera que no es válido?

-Raramente lo es.

-¿Cuándo es válido?

-Es válido cuando cumple perfectas reglas estéticas y de buen gusto, respaldado por reglas morales, que todos sabemos cuáles son. Lo malo es la actitud ordinaria, que es la usual en el caso. Lo malo es la actitud vulgar, la ausencia de toda conciencia de lo que es el cuerpo humano, del respeto que le debemos. Lo atroz es ese asesinato del misterio de la mujer, que conduce, se quiera o no, a la pederastia masculina. Yo creo que la mujer que deja mucho ver también deja mucho que desear.

-¿Usted recuerda algún desnudo en el cine que cumpla con estos requisitos que enumera?

-No. No recuerdo ninguno. ¡Y vaya que si he visto cine!. Yo creo que las mujeres que se desnudan por oficio no piensan, o piensan muy poco. ¿Qué queda para una mujer que no guarda nada para los momentos del milagro?. El desnudo en el cine es una simple impudicia, es aburrido e inútil, y sólo degrada al ser humano de modo profundamente imbécil. La mujer que se presta a ello se despoja de su mujerío, de su privilegio, se transforma en un animal que a mí me da vergüenza. Es cierto que dejo algunas escenas como el baño de tina, porque ¡ni modo que me iba a bañar vestida!. Pero si ves la cinta, sólo verás espuma. Los franceses me convencieron para que mostrara mi espalda, pero nada, nada más. Yo nunca me desnudé porque nunca hubo un rol que lo justificara, y no creo que exista ese rol para ninguna actriz. No es una mojigatería. Es un punto de vista. Bueno, ahora tú respóndeme algo: ¿crees que tienen razón cuando dicen que soy altanera?

-No, Doña. Creo que son temores sin fundamento.

-Muy bien. Entonces hemos terminado de conversar. Tú has venido a preguntarme, y yo te he respondido. Ahora terminamos la entrevista. Todo tiene su momento. Las cosas suceden en la vida porque tienen que suceder. Ahora, haremos las fotos porque te dije que las haríamos, ¿qué te parece si elegimos la ropa? He seleccionado algo de lo que me han confeccionado Hermès, Dior... ¿o les parece hacer primero unas fotos con lo que traigo puesto?

-Se harán las fotos como usted desea. Gracias.


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