EUGENIA DE LA TORRIENTE 25 JUL 2011
"Interpretar a Etta James en la película Cadillac Records me cambió. Era un personaje más oscuro y comprendí que si algo es demasiado cómodo, quiero huir de ello. No es divertido estar seguro", afirma la cantante Beyoncé Knowles en el último número de la revista estadounidense W. La energética Beyoncé y la desgarrada Amy Winehouse son figuras antagónicas en el pop contemporáneo, si me lo permiten, la encarnación de la gracia y la desgracia. Y eso que ambas participan de una tradición musical común, como demuestra que el nombre de Etta James haya sido, junto al de Billie Holiday, uno de los más repetidos en los perfiles escritos tras la muerte de Winehouse.
Leía esa entrevista de Beyoncé más o menos a la misma hora que Winehouse fallecía el sábado en Londres. Qué absurda la necesidad que tiene hasta la más pulcra de las estrellas de incorporar algo de sombra a su narrativa. Culpa nuestra, la verdad. Porque lo perfecto nos aburre. Podemos aceptar su éxito, pero les exigimos un peaje: coquetear con el lado oscuro y demostrar que -aunque solo sea a veces, aunque solo sea un poco- también lo pasan mal. De ahí, el agotador relato de cuánto sufren los actores para preparar sus personajes. Pero si estos pueden construir su mito a partir de los papeles que interpretan, los músicos deben inventarse el suyo. De Elvis a Madonna, el trato es que han de ser inmunes a las arrugas y la celulitis, pero también suficientemente provocativos para mantener el interés. Como señala Lynn Hirschberg en W, sin un poco de drama resultan olvidables. Cuando no directamente insoportables: "soy millonario y feliz" no es lo que queremos oír.
Pero hay que haber estado jodido -jodido de verdad- para sacar emoción y poesía de ese dolor. Además de tener el talento para hacerlo. La diferencia entre Amy Winehouse y otras divas musicales de su tiempo está en que ella sufría más allá de los tres minutos y pico que duraba el videoclip. Siempre resultó vagamente grotesco que una canción como Rehab sonara en bodas y centros comerciales. La autodestrucción es un asunto serio, que exige constancia y vocación. Coreando esa canción como si el alcoholismo fuera divertido y comprando revistas que ridiculizaban su machacado aspecto engordamos la banalidad del caso. Pero esta vez no era una pose. Era una mujer lidiando de verdad con los fantasmas de su alma, con los demonios del soul.
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