jueves, 23 de julio de 2015

Enrique Vila-Matas / Diez grandes que no lee nadie

João Guimarães Rosa
Poster de T.A.

Diez grandes que no lee nadie


En su formato digital, brillantes revistas literarias como The White Review, Quarterly Conversation o Words Without Borders, están entre las más visitadas en lengua inglesa, pero donde se está produciendo ahora una buena movida es en LitHub (Literary Hub), un centro de ideas activo y divertido, donde ayer leí Diez grandes escritores que no lee nadie, un artículo de Stephen Sparks, “ensayista ocasional” y librero en Green Apple Books on the Park, San Francisco.
He especulado con lo siguiente: si este ensayo de Sparks hubiera sido leído por todas las personas que aún leen en el mundo, habría llegado al 0,017% de la población mundial, pues el resto de la humanidad, según últimas y fiables estadísticas, no lee absolutamente nada.
¿Y qué habrían encontrado? La lista de Sparks es muy subjetiva y por tanto excluyente: Marcel Schwob, Mary Butts, Marguerite Young, João Guimarães Rosa, Julien Gracq, Augusto MonterrosoJane Bowles, Rosemary Tonks, Driss ben Hamed Charhadi y Fran Ross. Y fácilmente discutible, porque algunos de estos autores todavía son leídos. Por ejemplo: si no me equivoco, los chinos acaban de traducir La oveja negra, de Monterroso.
Sparks no se detiene mucho en cada uno de los infortunados escritores, pero tiene siempre palabras compasivas para ellos. Así de Marcel Schwob, por ejemplo, viene a decirnos que es un escritor enormemente influyente y sin embargo sin lectores, aunque su presencia en Jarry, Borges, Bolaño y Michon le permite seguir vivo en la obra de los otros. En Mary Butts la tendencia al escándalo oscureció sus méritos literarios. Jane Bowles no para de ser continuamente “redescubierta” y poco después siempre abandonada. Fran Ross se adelantó demasiado a su tiempo y en 1974 su mejor libro no encajó dentro del movimiento del Black Power. Marguerite Young empleó tantos años en terminar su novela —más de dos décadas para Miss Macintosh, My Darling— que su público dejó de esperarla.
A Rosemary Tonks le horrorizaba no leer un libro que no fuera la Biblia y decidió ocultarse de la vista de todos (mejor que el propio Salinger). A João Guimarães Rosa le tradujeron torpemente en Estados Unidos su mejor libro, Gran Sertón: Veredas. Y como encima esa gran novela es una especie de Ulises brasileño, hoy está descatalogada. A Julien Gracq le gustaba ser un desconocido incluso en su casa natal y va ya camino de conseguir un feliz anonimato en la eternidad.
En cuanto a Monterroso, dice Sparks que le faltó la buena fortuna de Borges. “No escribas nunca para tus contemporáneos, hazlo para la posteridad, en la cual sin duda serás famoso”, recomendaba Monterroso en su irónico Decálogo del escritor. ¿Será algún día célebre mundialmente y alcanzará esa cima del 0,017?
Pero por dios, ¿no es demasiado ridícula esa cifra? En fin, acabo. No queda espacio para el resto de los diez elegidos, una prueba más de lo rápido que perdemos de vista a los grandes. Como dice un amigo, a propósito de escribir máximo para el 0,017 de la humanidad: es como para pensárselo.



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