Satoshi Kitamura y Triunfo Arciniegas Bogotá, 23 de abril de 2024 |
Triunfo Arciniegas
SATOSHI KITAMURA
19 de abril de 2024
En México, hace unos diez años, tomé un taller con Satoshi Kitamura y, de paso, me firmó todos los libros que había publicado en Fondo de Cultura Económica hasta el momento. Una experiencia inolvidable. Hoy sólo le tomé una foto mientras se dirigía a uno de los salones de la Feria Internacional del Libro de Bogotá a conversar con Claudia Rueda. Nunca nos tomaremos una cerveza. Ni en una esquina de barrio ni en un bar.
De tomar a tomar hay mucho trecho. Perdón por el texto tan insensato. No se tomen las palabras tan a pecho. ¿Cómo salgo de acá?
Lo que quiero expresar es la alegría de volver a ver al maestro, cuyos libros he disfrutado tanto. Uno vive con los autores desde siempre, año tras año, pero ellos no lo saben. Uno es otro de sus lectores. Uno más que admira su obra. A veces se tiene la suerte de cruzarse en su camino y decirle unas palabras y conseguir su firma. Para el lector la experiencia es inolvidable. Para el autor no. No recordará nuestro rostro y pronto olvidará nuestras palabras.
Lo que quiero decir es que hay que quedarse con los libros, los que nos impulsaron a decirle unas palabras al autor, hombre de carne y hueso con afanes propios. Para él es otra jornada de trabajo: el encuentro con los lectores. La cosa pública: relaciones, entrevistas, conferencias, promoción. Es el escritor de gira.
El otro es el que escribe en la soledad de su casa. Nunca lo veremos, pero está en los libros. El hombre público es efímero, circunstancial, el otro no. El hombre que habita en los libros nos acompañará toda la vida.
Porque eso es una biblioteca: una multitud de presencias.
***
22 de abril
Privilegios bonitos, momentos que se dan pocas veces en la vida. Mientras desayunaba con el cubano Sergio Andricaín y el venezolano Fanuel Hanan Díaz en el restaurante del Hilton, y hablábamos del duro ejercicio del exilio, Sergio con más de veinte años fuera de su patria y Fanuel con diez, en la mesa de al lado estaban Satoshi Kitamura y su esposa, y al otro lado, solo, José Luis Rodríguez El Puma. De salida, me acerqué al cantante para saludarlo y desearle una feliz estadía. “Muchas gracias, hermano”, fue su respuesta. A Kitamura, quien hoy imparte una clase magistral de cuatro horas, no le dije nada. El japonés es una de las lenguas que no domino.
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23 de abril
Lo vi un montón de veces. Incluso desayuné muy cerca de su familia. Unas veces lo encontré muy ocupado, otras veces había dejado cargando los celulares en la habitación y otras no tenía un libro a la mano.
Pero al fin se dio la oportunidad, a la salida del restaurante del Hilton. Le di uno de mis libros, El dragón viejo, y le asombró que las fotos también fueran mías. Le conté que tenía cinco libros publicados en su casa editorial en México, FCE. Me pidió el correo electrónico. Me dio el suyo y un número telefónico. Ya tengo a quien llamar cuando pase por Tokio. No se rían. Porque cuando les presente la foto de nuestro paseo por un jardín japonés se van a arrepentir de haberse burlado.
No sé acordaba que hice con él un taller de ilustración en Ciudad de México. ¿Cómo demonios iba a acordarse de un alumno más de otro taller en uno de los numerosos países que ha visitado? Aunque un ángel colombiano tuvo que terminar las frases de mi inglés miserable, fue un momento dichoso.
Cuando subí a Facebook la foto, escribí: “Con Haruki Murakami”. Perdón por la confusión. Lo que pasa es que mi adoración por Murakami todavía es mayor. Imagínense que llegó a Tokio, le marco al Satoshi y le digo: “Llame al Haruki, hombre, y nos vamos a pasear por uno de esos jardines tan bacanos que ustedes tienen”. Y cuando ya hayamos entrado en confianza en el jardín y nos hayamos tomado un montón de fotos o unos cuantos sakes, podré decirles: “¿No tendrán por ahí una geisha que me presenten?”
No va a pasar, así que imagínenselo.
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