Marlon Brandon |
Marlon Brando,
una divinidad
en sí mismo
En el centenario de su nacimiento, TCM dedica los miércoles del mes a las películas de un actor inigualable, que representa tanto la rebeldía como la polémica, tanto la genialidad como el desapego hacia su profesión
Miguel Angel Palomo
2 de abril de 2024
Marlon Brando. Su solo nombre basta. De muy pocos se puede decir algo similar. Brando es Brando. En la segunda década del nuevo siglo, los ídolos de la pantalla son Timothée Chalamet o Zendaya. El signo de los tiempos. De malos tiempos.
Brando representó en el cine el inconformismo y la rebeldía. También la genialidad actoral. Eran los años cincuenta del pasado siglo. Quizá hace una eternidad, pero solo en la vida real, mucho menos importante que la vida de la pantalla. Rodó su primera película, Hombres, con 26 años y la segunda, Un tranvía llamado deseo, lo convirtió de inmediato en un referente interpretativo. Antes ya había despuntado en las tablas del teatro, recién salido de la legendaria escuela de interpretación Actor´s Studio, donde se empapó de las técnicas del ‘método Stanislavski’ de la mano de mitos como Stella Adler y Lee Strasberg. Por sus aulas pasaron estrellas como Montgomery Clift, James Dean, Steve McQueen, Paul Newman, Robert DeNiro, Al Pacino, Julie Harris y Sissy Spaceck. Pero en el momento de la eclosión de Brando, en 1956, James Dean llevaba muerto un año y Paul Newman despuntaba con Marcado por el odio aunque, durante varios años, sus interpretaciones tomaron como modelo el estilo actoral de Brando.
Kim Hunter y Marlon Brando en Un tranvía llamado Deseo, de Elia Kazan
Sí, Brando es Brando. El 3 de abril de 2024 hubiera cumplido 100 años, y con tal motivo, TCM le dedica una retrospectiva con algunas de sus películas. Es cierto que en su filmografía abundan las películas mediocres, en las que se embarcaba sin motivos razonables, pero también hay muchas obras maestras y otras tantas cimas actorales. Dominó las pantallas con suficiencia en los años cincuenta y, parcialmente, en los sesenta, y trabajó con los cineastas más grandes de su tiempo. ¡Hasta lo dirigió Charles Chaplin en la aún incomprendida La condesa de Hong Kong! Y, cuando su figura parecía diluirse, llegaron en 1972 El padrino y El último tango en París, dos trabajos al alcance de unos pocos genios, de unos pocos elegidos. Desde entonces, y hasta 1979, solo un par de películas irrelevantes hasta que llegase Apocalypse Now, en la que únicamente unos minutos en la pantalla sirvieron para ver de nuevo al más grande. Tan grande, que su sola presencia hacía explotar la película en una febrilidad inimaginable.
De Brando se he dicho, y casi siempre con toda la razón, que era un actor descuidado, incluso prepotente, aficionado a la improvisación. Francis Ford Coppola lo supo muy bien en Apocalypse Now, pese a que el resultado apagase las calamidades sufridas. Desde esa película hasta su última obra en 2001 solo pueden reseñarse filmes indignos de su talento. Mediocridades a las que contribuyó el propio Brando con su progresivo desinterés hacia el cine y su acercamiento a los honorarios desmesurados. ¿Tiró su carrera a la basura? Bien, si hubiera sido un actor preocupado por su carrera, sí, desde luego. Pero a Brando lo que le importaba era Brando.
El canal TCM repasa algunas de sus mejores películas en un ciclo que se desarrolla durante todos los miércoles del mes de abril. Supone un perfecto acercamiento a la obra del actor porque incluye películas maravillosas y otras que no lo son tanto. La cita comienza de buena manera el día 3, en que el canal emite Reflejos en un ojo dorado, un asfixiante drama con John Huston como director, Rebelión a bordo, un clásico del cine de aventuras con Brando en todo su esplendor, y Superman, la obra por la que el actor cobró unos honorarios desmesurados, históricos, por aparecer poco más de diez minutos en pantalla. El resto de los miércoles de mes, TCM se llenará de películas, como el día 10, que reúne La condesa de Hong Kong y ¡Viva Zapata! y Un tranvía llamado deseo, las dos películas que rodó a las órdenes de Elia Kazan. El día de la despedida, el miércoles 24, llegará, entre otras, Julio César, donde Mankiewicz convirtió a Brando en la mejor encarnación del Marco Antonio de Shakespeare que pueda imaginarse un cinéfilo. En esos tiempos, era mucho más que un actor. Era la electricidad interpretativa con forma humana, la divinidad en sí mismo. Su monólogo ante el pueblo de Roma supone una cima estelar, sideral, de la interpretación en el cine. Supone uno de los estallidos de genialidad más absolutos de la historia de la imagen en movimiento. Sí, Brando es Brando. En estos tiempos, conviene no olvidarlo.
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