Mientras tanto, una maestra orgullosa y todavía bellísima a sus 43 años da a luz a su octava hija: nace Maryse, una bebita flacucha e inesperada que, como sus hermanos, recibirá una exquisita formación francesa en los mejores Liceos. Las calles de Pointe-a-Pitre arden con los ritmos antillanos y en una casita reluciente un bebé llora, sin saberlo, por la herencia de su negrura que nadie le contará; una pequeña enclenque berrea por todos los silencios y los olvidos obligados que más tarde descubrirá. Sus primeros latidos apenas sí se oyen tras los encajes y las sedas. Su hermano Sandrino la quiso nada más verla, tan diminuta y tan fea.
La fiesta y el trauma se encuentran desde el principio en Corazón que ríe, corazón que llora, un libro de memorias noveladas que va mucho más allá de la fabulación mítica de la infancia perdida. La autora, premio Nobel Alternativo 2018, maneja con maestría los mecanismos de la narración ensoñada y de las canciones de cuna, es cierto, pero consigue abrir en ellos pequeñas fisuras, grietas supurantes: nos arrulla con su voz dulce de niña bien y nos deslumbra con la luz guadalupeña de su adolescencia solitaria; pero a continuación, y sin previo aviso, nos aplasta con la solidez de su conciencia política y nos lanza contra los escollos de los agrestes parajes identitarios. Porque aquí la negrura es la epidermización de las desigualdades económicas y sociales, la conversión de las diferencias de cultura y de clase en un vistoso color de piel. El rechazo de la propia negritud será el recurso que muchos antillanos usarán para huir de la espiral de pobreza y violencia de sus vidas colonizadas.
Y entonces la niña revoltosa e insolente se enfada con su familia porque su esforzada condición francesa no puede ocultar la obviedad de su piel estereotipada. Un color, el negro, que se multiplica en sus viajes a París. Aunque sus padres declaren que Francia es la «auténtica madre patria», allí no son sino unos «negritos» encantadores con un brillante francés de libro. La niña Maryse sospecha que detrás del fervor familiar por la cultura europea se esconde un miedo enquistado; que tras las ínfulas burguesas se oculta la herida invisible de la esclavitud ancestral. En este sentido, Corazón que ríe, corazón que llora es el testimonio punzante de una adolescente rebelde en el descubrimiento de sí y de una identidad ahogada en unas categorías fijas, incapaces de decir su verdad. La protagonista se niega a aceptar los vestidos rígidos que le pone su madre, pero tampoco quiere asumir los trajes exóticos que le ponen los camareros, las maestras o las amigas de París.
Y es que la autora es, desde que le arrancan del vientre materno, una apátrida: un yo siempre desubicado en constante reconfiguración. En la vejez de sus padres, Maryse Condé es una negra negrísima ennegrecida por el sol del Caribe. Pero es también una privilegiada: su rigurosa formación burguesa le permite escapar del legado femenino familiar, constituido por mujeres violadas y cocineras esclavas. No sin razón, la escritora antillana pregunta: ¿son de verdad sus padres o ella misma ejemplos de existencias alienadas? Todavía no es mayor de edad cuando se traslada a París para estudiar Humanidades. Sola y hastiada, abandona los estudios y la expulsan del Liceo. Ingresa entonces en La Sorbona, pero también saldrá decepcionada. Hundida en la grisma parisina, ve películas de Louis Malle, y en el instante preciso en que empieza a ser feliz, el libro termina. Y es un final perfecto hecho de orígenes y de principios: una página en blanco se abre a la vida nómada y a la escritura: hacia allí se dirige Condé, deslumbrada e incauta.
De la pluma de Maryse Condé brota, luminoso y rugiente, un magma literario arrollador. Corazón que ríe, corazón que llora es un libro mágico que ostenta el don de la universalidad: da igual que hable en criollo o en pulcrísimo francés: sus palabras derriban toda frontera. Entre la fabulación mítica y la sinceridad brutal, su corazón nos devuelve la belleza perdida de nuestra propia infancia.
CORAZÓN QUE RIE, CORAZÓN QUE LLORA ES UN LIBRO MAGICO QUE NOS DEVUELVE LA BELLEZA PERDIDA DE NUESTRA PROPIA INFANCIA.
Begoña Méndez
IMPEDIMENTA
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