sábado, 8 de agosto de 2015

Ray Bradbury / Los sesenta años de Crónicas marcianas

Ray Bradbury

Tenían los ojos dorados

Una nueva edición celebra los 60 años en castellano de 'Crónicas marcianas', de Bradbury

Ray Bradbury, en su casa de Los Ángeles en una imagen de archivo tomada en octubre de 2000. / JONATHAN ALCORN
Esta es la historia de tres héroes y un marciano. Explotó en agosto de 1955, en un verano de cohetes de plata, planetas rojos y perritos calientes, pero tardó décadas en gestarse. Del resultado, la creación de la editorial Minotauro y la aparición de su título fundacional, las Crónicas marcianas de Ray Bradbury (1920-2012) se cumplen estos días 60 años. Una breve cita del libro —“cuando no se puede tener la realidad, bastan los sueños”, en la página 168— permitiría sintetizar la trascedencia de la efeméride, que cuenta con celebraciones, guiñosonline y una reedición especial del libro, numerada y con diversos extras: prólogos añadidos (de John Scalzi y del autor, además del ya clásico de Jorge Luis Borges), relatos nuevos (Los globos de fuego y el inédito en español El desierto, sobre las mujeres que siguen a los colonizadores) y cuatro ilustraciones a color de Edward Miller.
La historia completa, de todos modos, merece la ocasión de explayarse un poco más.
El primero de esos héroes se llamaba Sherwood Anderson y en 1919 publicó un libro fundamental para la narrativa norteamericana, un compendio de relatos entrelazados sobre un pueblecito que trata de adaptarse a la modernidad. El día en que ese libro, Winesburg, Ohio, llegó a manos de un joven de 24 años llamado Ray Bradbury, este pensó: “Ay, Dios. Si pudiera escribir un libro que fuese la mitad de bueno, pero ambientado en Marte, ¡sería increíble!”. Quedaba así el futuro marcado para el segundo héroe, el editor de Doubleday Walter I. Bradbury (ningún parentesco). En junio de 1949, con 29 años, el aún inédito Ray, que llevaba desde la infancia soñando con poéticas expediciones espaciales, viajó de Waukegan (Illinois) a Nueva York para mover sus manuscritos. Allí, los editores le dijeron que buscaban novelas, pero él solo tenía cuentos aparecidos en revistas. Finalmente, Ray y Walter cenaron, y el segundo Bradbury dijo al primero: “Creo que ya ha escrito usted una novela. ¿Qué piensa de esa cantidad de cuentos marcianos que ha publicado? ¿No hay un hilo común escondido? ¿No podría coserlos, hacer una especie de tapiz, medio primo de una novela?”. “Dios mío”, respondió el escritor, “¡Winesburg, Ohio!”. Un día después, cobraba un anticipo de 1.500 dólares (1.360 euros) por Crónicas marcianas y el proyecto de El hombre ilustrado. Y cinco años más tarde, un tercer héroe, el argentino Francisco Porrúa —uno de los más grandes editores en lengua española, responsable de descubrir y publicar Cien años de soledad, Rayuela o El señor de los anillos— estrenaba en Buenos Aires su recién creada editorial Minotauro con la contratación de ambos libros: el hoy conmemorado, que había conocido leyendo un artículo de Jean-Paul Sartre (otros dicen que por recomendación de Marcial Souto, su asesor en la sombra y amigo de Bradbury), acabó por traducirlo él mismo —como tantos en adelante— bajo el pseudónimo de Francisco Abelenda, su apellido materno.
Nacía así, gracias a los heroicos Anderson, Bradbury (Walter) y Porrúa, y gracias sobre todo a su propio talento y tesón —escribía 1.000 palabras diarias desde los 12 años—, el autor legendario, el amante de listas, gatos y viñedos, el futuro autor de Fahrenheit 451 y guionista de Moby Dick, uno de los más grandes renovadores de la ciencia ficción.
Alguien especial. Un marciano. El poeta de las estrellas.


De héroe a villano
“Me cambió la vida, leí sus Crónicas... de adolescente y fue como recibir un puñetazo en el plexo solar”, rememora el premio Nacional César Mallorquí, que en septiembre, con la esperada Trece monos, vuelve a la ciencia ficción. “El ser humano, con Bradbury, pasó de héroe a villano, y esa melancolía, pura poesía nostálgica, proviene de la pérdida del mundo de su niñez por la Segunda Guerra Mundial. Él nos enseñó a reinventarnos”, añade.
“Bradbury va a la esencia, no se deja cegar por la tecnología”, dice el hoy editor de Minotauro, José López Jara, tras reivindicar a Porrúa y a su continuador, Francisco García Lorenzana. “Nos llevó del pulp a la new wave, advirtiéndonos de que vayamos adonde vayamos, cargaremos con nuestro infierno”. Para el editor, que anima a las generaciones más jóvenes a descubrir la genialidad del estadounidense, la efeméride es además motivo para sacar pecho: “Los 60 años de Minotauro nos obligan a seguir el legado de Porrúa, somos una de las grandes marcas de Planeta y tenemos que pelear para estar a la altura”. De ahí que, junto a un jugoso anuncio sobre el otro gran creador marciano del sello —Kim Stanley Robinson, también hijo de Waukegan, de quien tras su célebre Trilogía marciana Minotauro lanzará Aurora en 2016—, López Jara se muestre orgulloso de rescatar en breve El tiempo de la noche, de William Sloane, con un nuevo prólogo de Stephen King. “Hay joyas como estas en el catálogo que conviene revalorizar, Bradbury es el mejor ejemplo: hay mucha más gente que lo conoce que gente que lo haya leído. Y no saben lo que se pierden”. La realidad, los sueños, la épica lírica de nuestra más ambiciosa colonización. Se pierden, sí, a héroes, a traidores, a marcianos, todos más pronto o más tarde, como profetizó el autor hace 60 años, de piel oscura y de ojos dorados. Es la hora de aceptarlo, de dar, admoniciones incluidas, el salto final: al fin y al cabo, y gracias al gran soñador de Waukegan, todos tenemos plaza en los cohetes de la posteridad.



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