Yoko Ono |
La cuarta edad
La industria del lujo ficha a figuras del diseño y la música de más de 70 años, como Joni Mitchell, Joan Didion o la decoradora neoyorquina Iris Apfel.
Céline o Yves Saint Laurent insuflan nuevos aires en un sector tiranizado por el mito de la juventud, pero que vive en gran parte de clientas mayores.
En pleno debate sobre la hipocresía que rodea al hecho de saber envejecer cuando afecta a las estrellas de Hollywood, una nueva firma de moda se apunta a la tendencia publicitaria del momento: mitos de la tercera, e incluso cuarta, edad. Con su huracán de arrugas y sus gafas de Mister Magoo, la excéntrica decoradora Iris Apfel (93 años), colorista y sonriente icono del estilo estadounidense, se suma de la mano de la firma Kate Spade a otras dos campañas que han causado sensación por sus veteranas protagonistas: la cantante Joni Mitchell (71 años), para Saint Laurent, y la escritora y periodista Joan Didion (80), para Céline. Merece la pena celebrar la belleza pura de estas ancianas –sin olvidar a las alegres nonnas del último anuncio de Dolce & Gabbana– como un símbolo de vida, sabiduría e inteligencia. Sobre todo ahora, cuando a nadie se le escapa la esquizofrénica relación con el espejo que impera en un mundo que desprecia tanto el paso del tiempo como el a veces patético e infructuoso intento de detenerlo.
Mientras Apfel es de pura raza neoyorquina –el Metropolitan dedicó una exposición a sus objetos y el gran documentalista Albert Maysles ha estrenado este otoño una película sobre su vida–, Joni Mitchell (nacida en Canadá) y Didion (en Sacramento, California) son supervivientes de la era de Acuario. Con sus canciones, una, y sus crónicas, la otra, reflejaron como pocas esa feliz melancolía de las mujeres de la Costa Oeste.
Fotografiada por Hedi Slimane, director creativo de Saint Laurent, dentro de la campaña conocida como Music Project, Joni Mitchell también ha sido la portada del último especial de moda de New York Magazine. La diosa folk, cuyo aire de suma sacerdotisa es imposible disociar de aquel legendario y fértil vecindario de Laurel Canyon (Los Ángeles), le roba hoy el protagonismo a cualquier modelo. En las imágenes en blanco y negro de Slimane, con sombrero y la guitarra entre las manos, la autora de Blue tiene el aura de una distante abuela hippy. Menos seria e intensa, en la entrevista para New York Magazine reconoce que siempre estuvo más bien lejos de resultar estilosa, pero que le divertía posar para Saint Laurent. “No lo encuentro muy innovador, pero son el estilo de prendas que, en un momento u otro, siempre he llevado”.
La imagen de Didion, fotografiada por el alemán Juergen Teller, ha armado un mayor revuelo. Como un pajarito, la autora de El año del pensamiento mágico –cuya terrible y apasionante vida recoge ahora un documental rodado por su sobrino Griffin Dunne– aparece oculta tras unas enormes gafas negras, un jersey también negro y un enorme medallón dorado. Según The New York Times, cuando Vogue anunció que su antigua colaboradora protagonizaba la última campaña de Céline se desencadenó un vendaval viral solo comparable al desnudo de Kim Kardashian para Paper. Didion se limitó a dar una lacónica explicación: “No tengo ni idea de a quién se le ocurrió la idea. Me gusta la marca y tengo algunas cosas suyas”.
Sin olvidar que en los mercados tradicionales las consumidoras del lujo son mujeres de ya cierta edad, el impacto ha roto las barreras generacionales y ha sido incuestionable. También las críticas. El poder de fagocitación de la moda, su manera de camuflarse bajo el paraguas de las referencias culturales, su casi obsesiva necesidad de legitimarse a través del arte. “Es deprimente”, escribió la periodista Hadley Freeman en The Guardian, “ver a tus ídolos utilizadas para vender ropa cara”. Tim Teeman opinaba en The Daily Beast que, pese al mérito de usar modelos casi octogenarias, no hay nada de radical en un gesto que en el fondo se aprovecha de su casi sagrada imagen “para vender bolsos y perfumes”.
En cualquier caso, no deja de ser estimulante el aire fresco que aportan estas veteranas, liberadas de su juventud, ilustrando con su casi inocente presencia una reflexión reciente de otro mito de la cuarta edad, Yoko Ono (81 años): “Ahora me gustan mis manos nudosas, aunque durante mucho tiempo me avergonzaron. Hoy las acepto. Es más, estoy agradecida de que sigan conmigo. Gracias, gracias, gracias. Al final llega el día en el que nos despertamos agradecidos por lo más básico”. Después de todo, quizá no sea tan imposible envejecer en paz.
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