Triunfo Arciniegas
LAS SOMBRAS DE GREY
Estoy seguro de que la
mayoría de los críticos que denigran a E.L. James no ha leído su polémica
trilogía: se requiere, por lo menos, de diez días de dedicación. Y de ese
tiempo no dispone cualquiera. Lo peor que puede hacer el lector es atender un
juicio de salón: alguien oye en una reunión que tal libro es malo y lo repite
como un loro sin tomarse la molestia de leer el libro. Se han visto casos en
que ni los reseñadores de las revistas leen los libros: repiten solapas.
Leer lo que a uno se le da la gana es uno de los derechos
del lector. Leí más de una vez “El Padrino”, de Mario Puzo, que se vendió y se
sigue vendiendo como pan caliente, y que me parece una obra maestra de la
literatura universal. Y he leído, no siempre con respeto pero sí con disfrute,
muchísimos libros que los críticos no consideran serios. No cualquiera escribe
un libro que fascina a millones de lectores y leer por absoluto regocijo también
es un derecho del lector. E.L. James ha vendido cien millones de su trilogía.
Cien millones, madre mía. Entre nosotros, un autor apenas vende mil o dos o
tres mil ejemplares. De ahí en adelante, se consagra en el estrecho panorama de
la literatura nacional y las revistas le dedican sus portadas. Facundo Cabral
decía en sus conciertos: “Coma pasto, millones de vacas no pueden estar
equivocadas”.
No confundo a E.L. James con Marguerite Yourcenar ni con Alice Munro, ante quienes me quito el sombrero y por quienes confieso eterna admiración, pero no siempre estoy para vuelos tan altos.
He devorado la hierba fácil de E.L. James y no me he sentido
menos que nadie. Como tampoco me siento más que otros cuando leo a Proust o a
Faulkner o al mismo Joyce. Dicen que E.L. James hace “porno para mamás”. ¿Qué
demonios significa esto? ¿Qué una mamá es menos que otras mujeres? ¿Que
una mamá sólo lee basura? ¿Que soy una mamá si leo a E.L. James? ¿Qué mi pobre
entendimiento no da para más?
El fuego de la polémica se reavivó en estos días con el
estreno de la película. Así como un niño ve en la pantalla a Superman y no se
lanza a volar desde una azotea, tampoco los adultos deben confundir los planos
y rasgarse las vestiduras por la versión cinematográfica de una novela. Se trata de una
ficción, no de un documental. Nadie se vuelve sádico o masoquista por ver “Cincuenta
sombras de Grey” ni nadie sale a matar gente después de ver “Caracortada” o “El
Padrino”. Y ni la una es una celebración de determinadas prácticas sexuales ni
las otras son la exaltación del crimen. El arte se rige por sus propias leyes.
Y así como no se requiere matar a una anciana con un hacha para entender y seguir con interés “Crimen
y castigo”, tampoco se requiere de prácticas sexuales previas para adentrarse en el
mundo narrativo de E.L. James. En este acercamiento no expongo mi vida ni
comprometo mis principios.
Si bien el arte hace la vida más rica y compleja o, digamos, menos tediosa, no es imprescindible. Si bien el arte tiene la virtud de hechizarnos y de librarnos por momentos de nuestra propia fugacidad y nuestras limitaciones, podríamos sobrevivir sin ese lujo. La vida sería más dura y plana, por supuesto. Podríamos sobrevivir sin la pintura, sin el cine, sin los libros, y creo que hasta sobreviviríamos si fuésemos aún más brutos y salvajes.
Pero en realidad no creo que sea posible sobrevivir sin fantasía, sin imaginación. La literatura, el cine, la plástica, y el arte, en general, son apenas expresión de esa necesidad del ser humano. Si no existiese el arte, algo parecido hubiera inventado el hombre para cubrir el vacío.
Por mi parte, ya no concibo la existencia sin la pintura de Balthus o las novelas de Raymond Chandler, sin la música de Pink Floyd o la contemplación de Scarlett Johansson. No me gusta la vida tal como es pero festejo y agradezco estas manifestaciones de la belleza, festejo y agradezco el deseo y la posibilidad de fundirme con otro ser humano, festejo y agradezco el humor, la conversación, los inventos que hacen los días más amables.
Por otra parte, y volviendo al mundo de E.L. James, la concepción ideal del amor es muy
diferente a la práctica del amor. En una relación amorosa nadie se guía por
tratados ni se defiende con los grandes filósofos. Sin ropa, somos otros. La
intimidad no se rige por las leyes de la vida pública. En el amor hay entrega y
a menudo sometimiento, y a menudo entrega absoluta y sometimiento extremo. He
visto a mis amigos, grandes personas y muy respetados en su profesión,
dispuestos a todo por una mujer. Y he visto a bellas e inteligentes mujeres rendidas
sin condiciones a hombres que casi nunca valen la pena. ¿De dónde viene entonces
el desgarramiento de los tangos y las rancheras? De la vida misma. ¿De dónde
esa pérdida y esa derrota que nos dejan los malos amores? Las relaciones
amorosas suelen abarcar sombras, territorios inconfesados, historias que nos
avergüenzan, aunque en un principio uno haya pretendido alcanzar la
iluminación, el entendimiento e incluso la felicidad. Casi podría decirse que
el amor es otra perversidad del ser humano.
15
de febrero de 2015
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