Por Santiago Bustamante
Con respecto al idioma: nunca aprendí más allá
de las cordialidades, y a comprar tiquetes de tren. No porque fuera uno de los
idiomas más difíciles (después del chino, aunque usa el mismo alfabeto latino),
sino por la vanidad de aislamiento que produce el arte. Viví los primeros meses
en la última ciudad antes de Ucrania, la próspera capital de la región de
Szabolcs-Szatmár-Bereg. Se llama Nyíregyháza. Demoré semanas en aprender a
escribir el nombre de memoria. La pronunciación me enseñó para siempre que la
"gy" húngara es nuestra "y" (y su hermana la "ny"
es nuestra "ñ"), y que un hispanoparlante con nociones de alemán
puede vocalizarlo perfectamente. Y durante muchos meses escuché la lengua y la
desentrañé gramatical e históricamente, a cada uno de mis estudiantes lo
inquirí sobre su procedencia y estructura. En general, el temperamento del
húngaro, quizá por su misma lengua, es difícil, orgulloso y aislado. Tanto que
mi hermano aprendió muy buen húngaro, y lo celebraban como un caso único. De
hecho, conversando con László, aquel caballero húngaro (que sí llevaba el
bigote a la húngara y además de altura y de estupendo humor), mi maestro en
Eger, donde viví y trabajé siete meses, hablábamos en una ocasión sobre la identidad
húngara, le pregunté si él consideraba que existía una identidad magiar, una
cultura única y diferenciable e irrepetible y que además debería buscarse su
defensa y su protección, y aquel americanista y excelente profesor me dijo,
"¿Entonces tú quieres saber si soy un Nazi?", y ambos nos reímos a
carcajadas.
Bien es cierto que las culturas, al menos las
que perviven en la actualidad, que poseen constituciones legales e
infraestructuras, gramáticas y literatura y una historia que mostrar, y una
economía y un buen ejército, a esas culturas hay que valorarles el simple hecho
de que existen. Así como la naturaleza extingue sus propias creaciones, el
mundo humano cambia, mezcla y constituye sus civilizaciones. Y no es fácil
hacerlas perdurar a través de los siglos. En Latinoamérica aún existen tribus
milenarias con sus lenguas y sus cosmogonías, sus cantos y su pintura corporal
y sus rituales y su comprensión del mundo, su propia estructura cognitiva,
varias de ellas con no más de veinte habitantes, que están condenadas a
desaparecer. No es fácil sobrevivir, porque esto exige esfuerzos individuales y
colectivos, durante mucho tiempo y en contra de adversidades de toda naturaleza
(la geografía y los imperios vecinos), y sería interesante observar la capacidad
de supervivencia de las culturas según la flexibilidad y adaptabilidad de sus
lenguas. En algún momento durante mis clases, hice la relación del idioma
húngaro con el castellano, desde el punto de vista de los hablantes vulgares o
analfabetas, porque la mayoría es siempre malhablada y vive sin pretensiones
intelectuales de ninguna clase. La filología distingue dos clases de Latín, el
culto (utilizado en ceremonias religiosas y legales, y para las obras de
belleza) y el latín vulgar utilizado por la inmensa mayoría. Y es precisamente
esta última lengua la que en mayor medida dio origen a las hijas romances. Una
lengua hermosa como el castellano, fue la evolución del latín "mal
hablado". En Hungría existe una minoría que amenaza convertirse en poco
tiempo en totalidad: una pareja húngara no tiene más de dos hijos, mientras que
una familia gitana se reproduce sin miramientos. Y este asunto racial
constituye otra nación, porque en Hungría el setenta por ciento de los
nacimientos son gitanos. La lengua húngara cambiará inevitablemente dadas las
nuevas circunstancias, y a pesar del "pésimo húngaro que hablan los
gitanos."
Al final de la guerra en el 46, los rusos
implementaron la enseñanza de su lengua a nivel nacional, y su plan duró hasta
la caída del Muro de Berlín, cuando occidente tomó posesión del mercado del
este de Europa. Muchas personas adultas hablan aún el ruso, y las opiniones,
aunque divididas, reafirman la importancia social de aquella lengua.
Hungría
sufrió la ocupación soviética, de la misma manera impuesta y desgarradora como
ha sucedido siempre en periodos de postguerra, y en la actualidad su geografía,
sus mecanismos sociales y el espíritu nacional no se despoja de su pasado
oprimido. Para algunos la llegada de los rusos significó el fin de la presencia
alemana, poco querida inexplicablemente, siendo los alemanes una excelente
comunidad y líderes en toda actividad. Para otros, los rusos fueron el gran
enemigo, los que destruyeron su gloria y les redujeron la aristocracia al nivel
de los trabajadores de fábrica. Lo cierto del caso es que durante aquella era
soviética, el país produjo de su propia cosecha, de sus frutos jugosos y sus
nutridos minerales. En cambio ahora se quejan de que las manzanas parecen
corozos y su propia carne sabe a plástico y cartón. Todo esto influye en la
constitución de una lengua. Si observamos la influencia de lengua rusa en el
húngaro, encontramos muy pocas palabras, tal vez porque para aquel entonces ya
muchas denominaciones existían o porque el desagrado general los encerraba en
su propia lengua, en sus hábitos, aislando cualquier influencia lingüística que
proviniera de afuera. (No es para menos: los cosacos no son como los pinta
Tolstói en los capítulos de Guerra y Paz,
y los húngaros sí saben que los campos de concentración y los gulags los
inventaron los rusos.) No ocurre igual con el inglés actual y la influencia de
la tecnología informática y los medios de comunicación, que en dos décadas han
dejado cientos de palabras nuevas. Si esculcamos un poco más el pasado, durante
el imperio austrohúngaro, la lengua alemana permeó muchas industrias y dejó un
vocabulario extenso en las áreas técnicas, y palabras como
"príncipe", "armadura", "castillo",
"objetivo", "cuñado", "cárcel". Y algunos siglos
atrás, con la presencia turca, los húngaros mezclaron su lengua y la
enriquecieron con términos de la religión, la agricultura, la ganadería, la
pesca y el comercio, algunos animales (león, búfalo), nombres de plantas,
nombres familiares (chico, gemelos) y de la vestimenta. Un ocho por ciento del
vocabulario húngaro proviene del turco. Pero esto pasa en todas las lenguas
debido a las interacciones entre culturas, y de hecho la flexibilidad
adaptativa es fundamental para la supervivencia de todo organismo vivo.
Algo muy interesante, que no sucede en las
lenguas romances ni en la rama germánica, es que un nativo húngaro, con un
grado de educación media, puede leer textos de hace quinientos o mil años, como
aquel "Sermón funerario y oración" (Halotti beszéd és könyörgés), y
que dice "¡Ved, hermanos míos, con vuestros ojos, lo que somos! Contemplad
que somos polvo y cenizas." Es como si durante mil años la lengua no
hubiera tenido una evolución dramática, como sí la tuvieron el inglés y el
alemán y el español (que de hecho hace mil años no existía o se constituía
apenas). Históricamente, la lengua húngara proviene de la familia de lenguas
urálicas. La lengua magyar proviene de los Urales, de donde en el siglo IX d.
C. las tribus magiares emigraron hacia lo que es hoy Hungría. Esta teoría se
debe a János Sajnovics de 1770, y es la más aceptada. Durante aquellos años, el
auge de las teorías nacionalistas hacía bullir los espíritus patriotas, porque
todos querían hallar el pasado glorioso del país. Hoy día aún hay teorías que
desvirtúan su relación con el finlandés y la conectan con tribus de Mongolia y
China, pero rara vez el idioma resuena de tal manera.
El idioma húngaro ha producido una literatura
riquísima, y su estructura gramatical aglutinante (en la que prefijos y sufijos
se le añaden a una raíz), su armonización vocálica y el orden libre de sus
piezas en la oración, ofrecen una flexibilidad musical para la poesía. Sin
embargo, la literatura húngara es un tema extenso y deberá ser dejado para otra
ocasión.
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