DIARIO I
1914
1º de abril. Pasé otro día espantoso. Nada me ayuda o podría ayudarme salvo una persona que pudiera adivinar. Fui a dar un paseo y tuvo cierta vaga alegría que me dieron unos niños y el ruido del agua como olas que se elevan.
1915
1º de enero. […] Para este año tengo dos deseos: escribir, ganar dinero. Consideremos. Con dinero podríamos marcharnos como queremos, tener una casa en Londres, ser libres como lo deseamos, y ser independientes y orgullosos con todos. Es sólo la pobreza la que nos mantiene unidos. […]
1916
22 de enero. [Villa Pauline, Bandol.] Ahora, realmente, ¿qué es lo que de verdad quiero escribir? Me lo pregunto. ¿Soy menos escritora que antes? ¿Es menos urgente la necesidad de escribir? ¿Aún me parece tan natural buscar esa forma de expresión? ¿La ha satisfecho el habla? ¿Pido algo más que relatar, recordar, asegurarme?
Hay veces en que estos pensamientos casi me asustan y casi me convencen. Me digo. Estás ahora tan realizada en tu propio ser, en estar viva, en vivir, en aspirar a un sentido mayor de la vida y un amor más profundo, que lo otro ha desaparecido de ti.
Pero no, en el fondo no estoy convencida, porque en el fondo nunca mi deseo fue tan ardiente. Sólo la forma que elegiría ha cambiado marcadamente. Ya no me siento intensada en el mismo aspecto de las cosas. La gente que vivió o a quien deseé introducir en mis historias ya no me interesan. Los argumentos de mis historias me dejan absolutamente fría. Aceptado que esa gente exista, y que todas las diferencias, complejidades y resoluciones sean verdaderas para ellos, ¿por qué debería yo escribir sobre ellos? No están cerca de mí. Todas las falsas cuerdas que me unen a ellos están cortadas del todo.
Ahora… ahora quiero escribir recuerdos de mi propio país. Sí, deseo escribir sobre mi propio país hasta que simplemente agote mis recuerdos. No sólo porque se trate de una “deuda sagrada” que le pague a mi país porque mi hermano y yo nacimos allá, sino también porque en mis pensamientos recorro con él todos los lugares recordados. Nunca me aparto de ellos. Deseo renovarlos por escrito.
Ah, la gente… la gente que amamos allá… de ellos, también, deseo escribir. Otra “deuda de amor”. Oh, quiero que por un momento nuestro país no descubierto salte ante los ojos del Viejo Mundo. Debe ser misterioso, como si flotara. Debe quitar el aliento. Debe ser “una de esas islas…” Lo diré todo, incluso el asunto de la canasta de la ropa. Pero todo debe ser contado con un sentido del misterio, con brillo, con un resplandor crepuscular, porque tú, mi pequeño sol de ese mundo, te has puesto. Te has caído por el enceguecedor borde del mundo. Ahora yo debo hacer mi parte.
Luego quiero escribir poesía. Siempre me siento temblando al borde de la poesía. El almendro, los pájaros, el bosquecito donde estás tú, las flores que no ves, la ventana abierta por la que me asomo y sueño que te reclinas contra mi hombro, y las veces que tu fotografía “parece triste”. Pero principalmente quiero escribir una especie de elegía a ti… tal vez no es poesía. Tal vez tampoco en prosa. Casi con seguridad en una especie de prosa especial.
Y, por último, deseo llevar una especie de libro de pequeñas notas, que se publique algún día. Eso es todo. Nada de novelas, nada de historias con problemas, nada que no sea simple, abierto.
1920
19 de diciembre.
Sufrimiento
Deseo que se acepte esto como mi confesión.
No hay límite para el sufrimiento humano. Cuando uno piensa:”Ahora he tocado el fondo del mar… ya no puedo ir más abajo”, uno se hunde más Y así es para siempre. El año pasado en Italia pensé: La mínima sombra más y sería la muerte. ¡Pero este año ha sido tanto más terrible que pienso en la Casetta con afecto! El sufrimiento es infinito, es la eternidad. Un remordimiento es el tormento eterno. El sufrimiento físico es… juego de niños ¡Tener el pecho aplastado por una gran piedra… uno podría reírse!
No quiero morir sin dejar asentada mi convicción de que el sufrimiento pueda superarse. Porque de verdad lo creo. ¿Qué se debe hacer? No tiene sentido lo que se denomina “ir más allá del dolor”. Eso es falso.
Uno debe rendirse. No resistirse. Aceptarlo. Dejarse abrumar. Aceptarlo por completo. Convertirlo en parte de la vida.
Todo lo que realmente aceptamos de la vida sufre un cambio. Así, el sufrimiento debe convertirse en Amor. Este es el misterio. Eso es lo que debo hacer. Debo pasar del amor personal al amor más grande. Debo darle a la totalidad de la vida lo que le di a uno. La presente agonía pasará… si no mata. No durará. Ahora soy como un hombre a quien le han arrancado el corazón… pero… ¡hay que soportarlo… hay que soportarlo! Tanto en el mundo físico como en el espiritual, el dolor no dura para siempre. Sólo que es tan agudo ahora. Es como si hubiera ocurrido un espantoso accidente. Si puedo dejar de revivir toda la conmoción y el horror del dolor, si ceso de recordarlo, me pondré más fuerte.
Aquí, por una extraña razón, surge la figura del doctor Sorapure. El era un buen hombre. Me ayudaba no sólo a soportar el dolor, sino que sugería que quizá la enfermedad física sea necesaria, sea un proceso reparador, y siempre me decía que consideraba cómo el hombre solo desempeñaba sólo una parte en la historia del mundo. Mi dolor simple y amable era puro de corazón, como Chéjov. Pero para estas enfermedades uno es el propio médico. Si el “sufrimiento” no es un proceso reparador, yo lo convertiré en tal. Aprenderé la lección que enseña. Estas no son palabras vanas. Estos no son los consuelos del enfermo.
La vida es un misterio. El dolor que atemoriza se atenuará. Debo dedicarme a mi trabajo. Debo poner mi agonía en algo, cambiarla. “La pena se convertirá en alegría”.
Es perderse de manera más total, amar más profundamente, sentirse parte de la vida, no separado.
¡Oh, Vida! Acéptame… hazme digna… enséñame.
Escribo eso. Levanto la vista. Las hojas se mueven en el jardín, el cielo está pálido, y me sorprendo a mí misma llorando. Es duro… es duro hacer una buena muerte…
Vivir… vivir… eso es todo. Y dejar la vida sobre esta tierra como la dejaron Chéjov y Tolstoi.
Después de una terrible operación, recuerdo que cuando pensaba en el dolor de estar toda tendida, me ponía a llorar. Cada vez volvía a sentirlo, y era insoportable.
Eso es lo que se debe controlar. ¡Extraño! Las dos personas que quedan son Chéjov, muerto, y el indiferente doctor Sorapure. Esos son los dos hombres buenos que he conocido.
1922
16 de enero. […] Hoy estoy en un cenagal de desaliento, y como todos los que están así, estoy fea, me siento fea. Es el triunfo de la materia sobre el espíritu. Esto no debe ser. Mañana, a toda costa (aquí lo juro) escribiré un cuento. Esta es mi primera resolución… en este diario. No me atrevo a deshacerla.
Octubre. Importante. Cuando podemos empezar a no tomarnos en serio nuestros fracasos, significa que estamos dejando de tenerles miedo. Es de suma importancia aprender a reírnos de nosotros mismos.
Katherine Mansfield
Diario
Traducción: Antonio Bonanno. Centro Editor de América Latina,
Buenos Aires 1978.
Buenos Aires 1978.
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