miércoles, 18 de septiembre de 2024

Teru Miyamoto / "La literatura japonesa contemporánea es infantil"



Imagen tomada en el tren que va de Tokio a Kamakura, en 1961.RENE BURRI / MAGNUM


"La literatura japonesa contemporánea es infantil"


Gonzalo Robledo

18 de junio de 2011


Teru Miyamoto tiene ochenta libros de narraciones publicados en japonés y como cada uno le toma un promedio de tres años escribe varios a la vez. Imagina las tramas sobre la marcha. Le basta encontrar un eje central que lo incentive y sus personajes empiezan a moverse sobre la página.


"No preparo una estructura, no soy ese tipo de escritor", asegura este hombre menudo, afable, de voz pausada y enemigo declarado de la retórica, las metáforas y todo tipo de exceso literario.


En 1978, a los 31 años, consiguió el más codiciado reconocimiento literario de los escritores japoneses, el Premio Akutagawa, y pese a una vida de frecuentes convalecencias a causa de tuberculosis y ataques de ansiedad no ha parado de trabajar. Ahora se edita una obra suya por primera vez al español: Kinshu. Tapiz de otoño (Alfabia), que podría ser catalogada por el lector extranjero de "muy japonesa".

"Solo los novelistas estamos condenados a explicar cosas que no se pueden expresar con palabras"

Encontramos a Miyamoto (Kobe, 1947) en su casa situada en el sector más elegante de Shin Itami, en las afueras de Osaka, donde entre sorbo y sorbo de té verde nos cuenta que escribe todos los días de dos a seis de la tarde, bebe sake, investiga sus libros por la noche y dos veces por semana practica el golf. Adora ese deporte pues en él encontró un ídolo español que le sirvió de motivación para su trabajo.


"Después de ver el swing de Seve Ballesteros aprendí que todo es posible si se hace con pasión".


Explica cómo un día, mientras intentaba imitar el famoso giro de Ballesteros mirando una fotografía, arqueó con tal fuerza el torso que se lesionó una costilla. Su médico no pudo evitar la risa.


Sus historias suceden en ambientes cotidianos y están pobladas por elencos reducidos. Describe tragedias personales con la concisión de alguien acostumbrado a indagar en episodios familiares. Como narrador ejerce la compasión y tiene una visión positiva pero distanciada de la existencia originada en una especie de humanismo budista que en vez de explicar lo deja todo al karma.


Está presente en Internet, con una sobria página web que le administra un ayudante con corbata, quien se encarga además de su agenda diaria. No tiene dirección de correo electrónico, sufre de alergia a los teclados y escribe con una pluma de tinta negra. "Estoy preparado para el libro electrónico", queriendo decir que no se opone a que sus textos sean convertidos al formato digital. Respecto a la incorporación de elementos audiovisuales en las novelas electrónicas su objeción es previsible, pues prefiere "que cada novela despierte imágenes diferentes en cada lector".


Para los traductores de Miyamoto, el principal reto es encontrar el tono y el ritmo de una narrativa afinada, libre de estridencias y sin ninguna concesión a las tendencias de moda.


El hecho de tener más seguidores dentro que fuera de Japón es atribuido por algunos críticos a que su obra carece de las rarezas con las que espanta el tedio de sus personajes Banana Yoshimoto o a que no se deja embelesar como Haruki Murakami por los iconos de la cultura popular americana.


Confiesa que solo leyó las primeras obras de Murakami. "La literatura escrita por mis contemporáneos japoneses es infantil". Se decanta por los clásicos y los libros de historia, con el ocasional libro extranjero recomendado por sus amigos.


De la literatura en lengua española cita a Gabriel García Márquez y a Mario Vargas Llosa, y lamenta la escasez de traducciones al japonés de obras de autores españoles. A Antonio Muñoz Molina lo leyó gracias a las traducciones que hizo un amigo suyo profesor de literatura.

"El invierno de Lisboa se me quedó en el corazón", afirma.


Aunque solo habla japonés tiene una peculiar opinión sobre lo que llama "la lógica de cada idioma".


Para explicarla traza una línea recta entre un imaginario punto A y otro B: "Los norteamericanos llegan a un concepto así (directamente)". A continuación, su dedo describe un amplio semicírculo para ilustrar el parsimonioso circunloquio de los japoneses y después dibuja un rápido zigzag para describir los inesperados cambios de rumbo que encuentra en la forma de comunicar del idioma español.


Kinshu. Tapiz de otoño, su primera novela en español, podría ser vista como muy japonesa porque está centrada en una escena de doble suicidio y sus protagonistas incurren a menudo en ese silencio telepático característico de las relaciones sociales en un país donde quedarse callado es signo de muy buena educación.


La obra, escrita hace treinta años, marca un punto de inflexión en el historial clínico de Miyamoto, pues su inspiración surgía mientras descubría su tuberculosis y su desarrollo fue una forma de paliar agudos ataques de ansiedad.


Era otoño y en un viaje al monte Zaô, en la provincia noreste de Yamagata, empezó a sentir una extraña fatiga cuando miraba un espectacular cielo estrellado. El cansancio resultó ser el inicio de la tuberculosis que lo obligó a ingresarse. Cuando sus compañeros de hospital empezaron a morir, Miyamoto reflexionó sobre la vida y la muerte, y el cielo estrellado de Zaô lo remitió al insignificante tamaño del ser humano en el universo. Al mismo tiempo consultaba a un psiquiatra para tratar su ansiedad.


"El médico me dijo que los ataques de ansiedad eran típicos de genios como Mozart, Einstein y Goethe. Lo decía para animarme, pero me alegré y me puse a escribir".


Empezó a escuchar a Mozart y a urdir la trama de un hombre y una mujer que se encuentran fugazmente y por casualidad en el monte Zaô diez años después de su divorcio, ocurrido cuando el marido es hallado moribundo en la habitación de un hotel junto al cadáver de su amante.


Aki, la esposa abandonada, casada de nuevo y madre ahora de un niño discapacitado, siente que tiene muchas cosas que decir, y más con una intención catártica que con el ánimo de entablar un diálogo envía una larga misiva a su exmarido.


El intercambio de cartas permite al lector conocer al mismo tiempo que los protagonistas secretos inusitados y participar del desarrollo paulatino de una nueva relación que termina con la última página y decide el rumbo de la vida de ambos.


Miyamoto se muestra sorprendido y casi contrariado de que el suicidio haya estigmatizado la imagen literaria de un archipiélago famoso por el haraquiri, los pilotos kamikaze y, más recientemente, los suicidios colectivos pactados por Internet. Enfatiza que "el doble suicidio en el que se ve implicado el protagonista masculino de Kinshu se debe a una licencia dramática".

"Necesitaba que (Yasuaki) entendiera lo que es debatirse entre la vida y la muerte. Inventé el personaje de la amante que lo intenta matar con ese fin".

Señala que de sus ochenta libros publicados solo dos tienen temas de suicidio.


"Personalmente, estoy en contra del suicidio. Debido a mi físico débil y a mis enfermedades, valoro mucho la vida".


Para evitar una larga disquisición religiosa sobre el karma le preguntamos qué quisiera ser si tuviera esa segunda oportunidad que ofrece el budismo a sus creyentes y responde risueño y sin titubear: "Todo menos novelista. El otro día, para una foto, tuve que poner sobre una mesa mis ochenta libros, y solo con ordenarlos quedé sudando".


Ya en serio explica que "la imposibilidad humana de expresarse con palabras ha dado lugar a artes como la pintura, la música o el ballet. Solo los novelistas estamos condenados a explicar cosas que no se pueden expresar con palabras".


EL PAÍS







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