jueves, 3 de diciembre de 2020

Jo Nesbø: «¿Acaso le parece poco entretener?»

 

Jo Nesbø

Jo Nesbø «¿Acaso le parece poco entretener?»

Es uno de los autores de novela negra más leídos en todo el mundo, creador del carismático detective Harry Hole, cuyas aventuras parecen no tener fin. Llega su última entrega


Marina Sanmartin
3 de noviembre de 2019

Nadie diría que Jo Nesbø (Oslo, 1960) está a punto de cumplir sesenta años. Al menos, no la mañana en que concertamos una entrevista para conversar sobre Cuchillo, la duodécima entrega de la serie literaria protagonizada por el inspector de homicidios Harry Hole y sus idas y venidas, siempre inquietantes, por las calles de Oslo.

No, cuando nos encontramos para reflexionar a partir de su obra acerca de la pasión del público por la ficción criminal, Nesbø, de complexión algo menuda, viste un atuendo deportivo -vaqueros, sudadera abierta, camiseta blanca de algodón y zapatillas caras, de color azul eléctrico- y tiene la expresión juvenil, quién sabe si heredada de su pasado más canalla como líder del grupo musical Di Derre, de esa clase de rockeros que se resiste a dormir, atisba el mundo con cierta insolencia a través de sus gafas de pasta y sufre achinando los ojos como los vampiros por el suave impacto del sol de otoño.

Al principio mis sospechas parecen acertadas, puesto que lo primero que solicita con suma cortesía el autor de Headhunters y Muñeco de nieve, cuyos libros se han traducido a más de cincuenta idiomas y cuentan con más de cuarenta millones de lectores, es si puede mantener la conversación recostado en el sofá. Nadie se lo niega. Parece rendido. Sin embargo, pronto me doy cuenta de que no es así; en cuanto le formulo la primera pregunta -a qué cree que se debe el éxito internacional de la novela nórdica más negra, del que es sin duda pionero- y responde con una voz profunda, llena de rocas: «Me gustaría darle una respuesta ingeniosa para presentarme ante usted como una persona inteligente y reflexiva, pero le diré la verdad: no tengo ni la más remota idea».

¿Ni siquiera de por qué gustan tanto sus historias? Algo le habrán comentado los lectores…

Es que no suelo hablar mucho con ellos; intento mantenerme lo más alejado posible de mi público. Prefiero conservar la ilusión de que, como cuando empecé, solo escribo para dos buenos amigos y poco más, porque no quiero corromperme. Me preocupa mucho cómo puede influir en mi literatura el hecho de escuchar las opiniones, expectativas y deseos de las personas que disfrutan con mis relatos, sus explicaciones sobre por qué les gustan. Creo que, si les hiciera caso, inconscientemente trataría de adaptarme a lo que ellos esperan de mí y no debe ser así. No siento ninguna lealtad hacia mis lectores, pero tengo una personalidad débil, me gusta complacer y temo caer en la tentación de hacerlo si les presto demasiada atención.

Lo que está claro es que la fórmula le funciona. Lleva más de veinte años, desde la publicación de «El murciélago», en 1997, conviviendo con su protagonista estrella, Harry Hole, un hombre nada fácil, en el que se imponen las sombras; casi un sociópata a pesar de ser a la vez un buen policía. ¿Cómo se mantiene con vida un mismo personaje durante tanto tiempo?

No todo ha sido idílico. Hemos pasado largos periodos de tiempo sin vernos y dormimos en habitaciones separadas.

O sea, que hay Harry Hole para rato.

No puedo revelarle eso.

«No escribo contra reloj, ni por obligación. Es más, he llegado a destruir dos novelas completas»

Uno de los rasgos que definen a Harry, más presente que nunca en «Cuchillo», es su talante trágico y conflictivo, tan cercano al de los personajes más sombríos de Shakespeare. Hace poco tiempo usted aceptó el reto del Proyecto Hogarth Shakespeare y transformó «Macbeth» en un «thriller» regido por las técnicas narrativas del siglo XXI. ¿No sintió vértigo ante propuesta semejante?

Pues la verdad es que no. Para escribir la adaptación me refugié una vez más en la idea de que sólo mis dos mejores amigos me leen y he de confesarle una cosa: ni en esta ni en ninguna ocasión, aunque he oído hablar de él, he sufrido el temido bloqueo del escritor ante la página en blanco. Quizás se deba a que en mi mente siempre pervive la idea de que, si no me gusta, no tengo por qué entregar el texto en el que estoy trabajando para que se publique. No escribo contra reloj, ni por obligación. Es más, he llegado a destruir dos novelas completas, una de la serie de Harry, porque el resultado final no fue el que yo quería. Si uno es capaz de trabajar desde esa posición de lujo, desde esa libertad, la escritura deja de ser una obligación y el bloqueo desaparece.

¿Y cómo ha evolucionado su estilo en estas dos décadas?¿Qué diferencia la primera entrega de Harry Hole de la última?

Como novelista, necesito aferrarme a la ilusión de que voy mejorando libro a libro, esa es la única razón para continuar escribiendo más allá de tener que pagar las facturas. Hace poco me acerqué a mi primera novela, la releí, y empecé a hacerlo presa de un pánico muy parecido al del adulto que se adentra en su diario de adolescencia, sin embargo me sorprendió gratamente la relectura. La novela no me pareció tan mala ni tan alejada cualitativamente de esta última.

En «Cuchillo», recupera a uno de sus más terribles antagonistas, el violador Svein Finne, y convierte la violencia machista, tan presente en nuestro entorno actual, en uno de los temas principales de su historia. La novela negra tiene una larga tradición de denuncia social, pero ¿hasta qué punto cree usted que la ficción literaria puede influir en la vida real?

No lo sé, esta es una pregunta difícil. Si uno se remonta a autores como Charles Dickens, entonces sí lo vemos claro: hay novelas que no sólo se convierten en herramientas de mejora social, sino que además contribuyen a cambiar el entorno, a mejorarlo; pero aún así, y sobre todo a corto plazo, es difícil saber si la ficción influye sobre las ideas y pensamientos que ya existen, entre otras cosas porque creo que hay muy pocos escritores con ideas verdaderamente originales. Ni siquiera ocurre con la filosofía. La mayor parte de los pensadores no aportan nada nuevo ni son capaces de enfrentar los fantasmas sociales del momento, aunque por fortuna hay excepciones. Por ejemplo, las autoras que respaldaron con su obra las primeras oleadas del movimiento feminista. Sus textos fueron indispensables para la movilización social.

«Es difícil saber si la ficción influye sobre las ideas que ya existen. Ni siquiera ocurre con la filosofía. La mayor parte de los pensadores nada aporta»

Y sus libros, ¿aspiran a influir en el devenir de los acontecimientos o se conforman con entretener?

¿Acaso entretener le parece poco? El entretenimiento es en sí mismo una aspiración. Hay que tomárselo muy en serio y definir el concepto como se merece. Si lo pensamos bien, incluso la filosofía es, después de todo, entretenimiento, porque no la necesitamos para sobrevivir. Es el resultado de la curiosidad humana y el deseo de satisfacerla; un proceso, el de saciarla, que nos proporciona diversión. Basta con reflexionar un instante para darnos cuenta de que hasta las páginas que los periódicos dedican a la política son al fin y al cabo material de entretenimiento. Contar lo que ocurre a diario en la Casa Blanca resulta inocuo y carece de impacto alguno sobre nuestra cotidianidad, es más bien como una lucha entre gladiadores: Trump y los republicanos contra los demócratas. Es la parte de espectáculo que tiene la política la que nos deslumbra, y no las decisiones de calado social, aunque esas sí nos afectan realmente.

Dando un paso más, aparte de entretener, ¿cuál es el reto que la novela negra todavía tiene pendiente?

Aunque parezca que, desde el punto de vista del relato más clásico y la composición en tres actos, ya está todo escrito, no hay nada más lejos de la realidad. En la literatura, como en el ajedrez, las combinaciones son infinitas. Por otra parte, la relación entre el novelista de género negro y sus lectores ha cambiado. Estos últimos están cada vez más cualificados y consumen diez veces más ficción que la que consumieron nuestros abuelos, por eso son más exigentes y sorprenderlos resulta más complicado. Siempre que veo una película con mi hija, ella anticipa el final. Este fenómeno ha estimulado la producción de series de televisión, donde se prueban nuevas estructuras cada día, algo que en la novela negra también debería ocurrir. Deberíamos rebelarnos contra la forma tradicional del género e introducir líneas narrativas subversivas, que revirtieran las expectativas de los formatos más previsibles.

El mundo audiovisual al que se refiere tampoco le es desconocido. Su novela «Headhunters» fue adaptada al cine; una experiencia que repitió hace un par de años con «El muñeco de nieve». ¿Quedó satisfecho?

Ni sí, ni no. Siento que no formo parte de las películas. Cuando trabajan con mis novelas para la gran pantalla procuro no interferir, prefiero desentenderme. Me conformo con ver el resultado final aunque, en el caso de El muñeco de nieve, ni siquiera ha sido así. No he llegado a ver la película completa. Cuando se estrenó no estaba en Oslo y, al regresar, nunca encontré el momento.

ABC



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