Autora exitosa a los 18, millones perdidos en la ruleta y adicción a los opiáceos: la atribulada vida de la brillante Françoise Sagan
La escritora francesa fue un mito de la 'Gauche Divine' y murió arruinada a causa de sus deudas con Hacienda en 2014. Este 2020 hubiera cumplido 85 años.
CARMEN LÓPEZ | 17 AGO 2020 18:09
Empezó su existencia en una cuna de comodidades burguesas en 1935 y la terminó endeudada hasta las orejas en 2004. Los últimos ingresos de la escritora Françoise Sagan (Cajarc, 1935-Honfleur, 2004) llegaron de la mano de los amigos que conservaba. Algo trágico que, en realidad, habla bien de ella: después de todos los excesos y los líos en los que se metió, que todavía tuviese a gente a su alrededor dispuesta a ayudarla resulta bastante asombroso. Quizás todavía le debían dinero de las copas a las que les invitó en aquellas juergas interminables que lideró en su juventud.
Su apellido real era Quoirez, pero cuando le contó a su padre de qué iba la novela que iba a publicar, él le impuso que utilizase un seudónimo (otro más, porque en su casa la llamaban ‘Kiki’) . El ‘Sagan’ salió de un personaje de una novela de Proust y con él se dio a conocer en 1954, cuando su primer libro Buenos días, tristeza revolucionó a la sociedad francesa primero y a la internacional después. El título también lo tomó prestado de otra obra, un poema de Paul Éluard. Aquella novela corta que escribió en solo siete semanas durante las vacaciones estivales cuando tenía 18 años fue la más exitosa de una carrera también gloriosa. La historia del verano de la adolescente Cécile en la Costa Azul con su padre y sus amantes vendió más de cuatro millones de copias en cinco años. Llegó a ser número uno en la lista de libros más vendidos que publica The New York Times y se ha traducido a más de 20 idiomas. Otto Preminger la adaptó al cine en 1958, protagonizada por Jean Seberg, David Niven y Deborah Kerr.
Por supuesto, la prensa buscó trazas de la vida de Sagan en la novela. Al fin y al cabo, tanto ella como sus personajes pertenecían a la burguesía acomodada francesa y tenían el hedonismo como filosofía. Pero la escritora no contó su presente sino más bien su futuro a medio plazo sin saberlo. Mientras creaba la obra solo era una estudiante de la Sorbona que había suspendido sus exámenes de literatura, pero fue cuando se hizo famosa cuando empezó el verdadero disfrute. Y también la tristeza. En la novela, la joven Cécile sale del internado en el que estudia para pasar las vacaciones con su padre en una casa estupenda en el Mediterráneo. Huérfana de madre, tiene una buena relación con su progenitor, un entregado al gozo casi de manera profesional. Con él aparece Elsa, su amante. Los tres se dedican al ocio y al disfrute hasta que aparece Anne Larsen, una antigua amiga de su madre y enamorada de su padre, que acaba con aquel ambiente e impone disciplina en aquel verano de ensueño. La satisfacción se convierte en rabia y la venganza en un accidente de coche mortal.
En una Francia en la que el sexo antes del matrimonio aún no estaba aceptado, aquella obra cargada de lujuria cayó como una bomba y hasta el Vaticano se manifestó para vituperarla. Pero la parte de la sociedad que poco después se liberó de las ataduras morales de la religión y las políticas conservadoras la recibió con alborozo.
Dos años después de su debut, ya se había mudado de la casa de sus padres en el Boulevard Malesherbes (la zona donde vivía la gente de su clase) a un apartamento pequeño y moderno en la Rue de Grenelle. En una entrevista concedida a Paris Review en 1955 –vestida con una sencilla falda gris y un jersey negro pero con zapatos de tacón, según los periodistas– explicó: “Me he esforzado mucho y nunca he encontrado ningún parecido entre mis conocidos y las personas de mis novelas. No busco exactitud en la representación de personas. Trato de dar a los personajes imaginarios una especie de veracidad. Me aburriría mucho poner en mis novelas a las personas que conozco”.
Sin embargo, su vida cada vez se parecía más a sus historias. En 1956 ya había publicado otra novela de éxito, Cierta sonrisa (1956) y Hélène Gordon-Lazareff, la fundadora de la revista Elle, la había enviado a Italia –Nápoles, Venecia, Capri– para escribir reportajes sobre lo que se cocía por allí. Su vida social desenfrenada cargada de alcohol, carreras y excesos ya era una realidad. El ‘monstruo encantador’, según la había definido el crítico François Mauriac, era cada vez más fuerte.
Invirtió sus ganancias en los casino y en coches de carreras (Ferrari, Aston Martin, Jaguar), con los que recorría París a toda velocidad. La prensa de sociedad la convirtió en un mito de la Gauche Divine que vivía peligrosamente. Pero en 1957 tuvo un accidente con su Aston Martin en el que casi pierde la vida y para calmar sus dolores le administraron un fuerte opiáceo, al que se hizo adicta. Su paso por una clínica de desintoxicación no tuvo los resultados esperados y la drogadicción se sumó a su alcoholismo y sus problemas con el juego (llegó a dilapidar millones en la ruleta). En 1958 se casó con el que había sido su protector en la industria de la cultura, el editor Guy Schoeller. El matrimonio solo duró dos años y poco después volvió a tener una boda, en esta ocasión con el modelo Robert Westhoff. Aquella relación tampoco terminó bien. Tuvieron un hijo llamado Denis Westhoff, al que no veía demasiado, porque el ajetreo de su existencia no cuadraba demasiado con los horarios de un niño.
Se le atribuyen muchos amantes –como Ava Gardner, por ejemplo– pero el verdadero amor de su vida fue Peggy Roche. Ambas estaban aún casadas cuando se conocieron a finales de los años sesenta –Peggy con el actor y piloto Claude Brasseur– pero según el libro Peggy dans les pares, escrito por Marie-Ève Lacasse, después de conocerse en la redacción de Elle se separaron de sus respectivas parejas y empezaron su relación.
Vieron juntas en un apartamento del Distrito XIV por el que pasó la flor y nata de la burguesía parisina y hasta 1991 fueron felices. Roche no solo fue su amante, también fue su cuidadora. Conseguía mantener a raya, dentro de lo posible, el desorden de Sagan e hizo que la relación con Dennis fuese más estrecha. Pero en 1989 falleció su hermano Jacques –uno de sus compañeros de correrías–, lo que la dejó muy afectada y poco depués, en 1991, Peggy murió en 1991 de un cáncer de páncreas. A partir de ahí, la escritora no fue capaz de frenar su declive ni de cuidar de su salud.
Sufrió un edema pulmonar durante un viaje a Colombia con la comitiva de François Mitterrand (gran amigo de la escritora, según algunas voces también amante). En los noventa la pillaron en posesión de grandes cantidades de cocaína pero en el 2002 llegó la gran tormenta que arrasó con todo. Fue acusada de fraude fiscal en relación al escándalo político-financiero de la petrolera Elf y el gobierno de Mitterrand. Aunque fue condenada a prisión, finalmente la indultaron. Ese fue uno de los momentos en los que sus amigos mostraron un apoyo férreo a la escritora en un momento delicado. Los actores Isabelle Adjani o Vincent Lindon y escritores como Patrick Besson, Frédéric Beigbeder y Geneviève Dormann se movilizaron para pedir una “solución rápida y decente” para los problemas de Sagan con el fisco. “Si Françoise Sagan le debe dinero al Estado, Francia le debe mucho más: prestigio, talento y gusto por la libertad y la dulzura de la vida”.
Arruinada, tuvo que vender su apartamento y dejó de escribir, algo que no había hecho ni en sus momentos más críticos. Hasta entonces había escrito 30 novelas además de biografías, obras de teatro, artículos de prensa, guiones de cine y letras de canciones. Pero a partir de la sentencia todo lo que ganaba iba para pagar los 900.000 euros que le debía a Hacienda, su cuenta estaba bloqueada. Se mudó a casa de una amiga, la multimillonaria Ingrid Méchoulam, que la cuidó durante la última década de su vida e incluso llegó a comprar algunas de las propiedades de Sagan para que no las embargasen. Sagan se dedicó a fumar y a leer, cansada de todo.
Finalmente murió en 2004 a los 69 años, víctima de una embolia pulmonar y sin haber pagado sus deudas, que dejó en herencia a su hijo. Este aceptó ese legado pese a todos los problemas que incluía, porque de esta manera también se hizo albacea de su obra. Incluida la novela Les quatre coins du coeur: Roman, desconocida y que se publicó de manera póstuma en 2019. La autora había escrito su propio obituario en 1998. Fue su aportación a El diccionario. Literatura francesa contemporánea de Jerome Garcin: “Sagan, Françoise. Hizo su aparición en 1954, con una pequeña novela, Buenos días, tristeza, que fue un escándalo mundial. Su desaparición, después de una vida y una obra agradables y destartaladas, fue un escándalo solo para ella misma”.
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