EL LEGADO DE UN ESPÍA
John Le Carré, el rey de las insinuaciones
El novelista aportó un nuevo estilo en la literatura de intriga, con grandes clásicos del género
En una casa de huéspedes en un tranquilo lugar de la costa de Inglaterra, un hombre agradable, servicial y adorado por su casera (a quien incluso ayuda a servir mesas si hay mucho trabajo) acude regularmente, cada año, para tomarse un descanso. No se le conocen esposa, hijos (en verdad, tampoco su verdadero nombre).
Un espía perfecto, publicada en España en 1986 por la editorial Plaza & Janés (en aquellas ediciones coloridas y de batalla de gran tamaño, la colección Éxitos) y por Edicions 62, se lee hoy como un gran retrato de esa clase de individuo que, en algún momento de su juventud, comienza por ponerse orgullosamente al servicio de Su Majestad y termina por servir a varias majestades a la vez.
En esta novela de diálogos de altísimo grado de sutileza se encuentra un tratado de anatomía y fisiología de ese ser –el espía– en permanente juego de malabarista, y que en algún momento, en ese mismo hotelito, entiende que es hora de que al menos alguien en este mundo lo sepa todo sobre él, su hijo. Esta novela es magnífica –John Le Carré es magnífico– por sus elegantes veladas en la embajada británica en Viena, por los cruces de miradas en las cenas de matrimonios, y por la esposa que advierte en los ojos de los otros la condena futura.
Queriéndolo o no, Le Carré publicó a los treinta y dos años un clásico del suspense, ‘Un espía perfecto’
Cuando la publicación de ese libro, el joven inglés David Cornwell, nacido en 1931 en Cornualles, hacía tiempo que era el admirado y famoso John Le Carré. El autor de El topo (1974) y creador del gran espía George Smiley –que consigue dar con el traidor dentro del ‘Circus’, en memorable pesquisa–, contaba con algo muy grande en su haber. Queriéndolo o no, Le Carré, a los treinta y dos años, publicó un clásico.
Esto es lo que le piden al agente Alec Leamas sus jefes: que ande por la calle con aspecto mustio y de tipo acabado, que se meta en algún bar para alcoholizarse y liarla, de puro aburrido. Así es como atraerá a los agentes del otro lado del Telón de Acero, así se fijarán en él y lo tomarán como un candidato a reclutar para el lado del Este. La paradoja bestial es que Alec, en verdad, está fingiendo lo que realmente es. El espía que surgió del frío (1963) contiene un drama profundo, a la vez que esa tensión asfixiante del tipo que camina por un túnel cada vez más estrecho y oscuro.
Se pensó que con la caída del Muro de Berlín se acababa la comedia humana de Le Carré. Ya no habría un agente Smiley y su sombra o némesis, Karla. Ya no había, para simplificar lo que Le Carré en cambio captó en toda su complejidad, esos dos mundos divididos. Se terminaban los juegos de inteligencia de burócratas y señoritos, la permanente incomodidad, la imposibilidad de tener amigos, el adulterio que soporta Smiley en su círculo cerrado y la desconfianza como principio. Le Carré, a lo largo de todas sus novelas de la Guerra Fría, es el rey en un extraño país: “Este es el país de las insinuaciones. Hablar sin rodeos es para pecadores”.
Y sigue reinando. Como gran investigador y periodista, y como narrador de finos recursos, sigue paso a paso el cambio de decorado europeo. Tim Crammer es un espía retirado tras la caída del muro en Nuestro juego (1995). El sastre de Panamá (1996) contiene una mordaz interpretación sobre en qué ha devenido un agente secreto. El veterano y retirado George Smiley es invitado a conversar con jóvenes estudiantes en El peregrino secreto (1990), y aquello será algo grande.
Y hay mucho más. Le Carré es implacable cuando retrata el cuerpo diplomático de su país en África. Esa serie de individuos irritantes y apalancados son el triste coro de El jardinero fiel (2001), una denuncia escrita por un autor que declara, sin perder elegancia, que si sigue viviendo en Inglaterra, su país, es porque le gusta estar en el epicentro del infierno. Y con esa misma actitud describe escenas de mujeres y niños en un oscuro recinto en Kenia, conejillos de indias de multinacionales farmacéuticas en la experimentación con el SIDA.
Escribe Antonio Lozano que, en su entrevista en un pub, en 2018, se encontró con un hombre “de una calidez, sentido del humor y agudeza mental apabullantes”. Allí Le Carré habló de todo, desde Trump a Snowden y Putin. En Un hombre decente (2019), su protagonista a punto de ser un espía acabado abre los ojos a la complejidad y la injusticia, convocado a una unidad que recuerda a esos reductos del servicio británico, uno de ellos adonde van a parar los Caballos lentos de Mike Herron. Alan Furst, Joseph Kanon, Charles Cumming... la lista de discípulos de Le Carré que ahora mismo se encuentra en librerías es insigne.
Cuando el ya retirado Smiley se baja de un tren con aquel aire “de llegar con retraso a un sitio al que preferiría no ir”, es posible dejarse engañar por ese tipo con gafas “varado entre el pudding y el oporto”. Pero toda la verdad la dirá su anfitrión poco más tarde: “Yo lo había invitado porque era una leyenda del pasado. No obstante, estaba resultando el profeta iconoclasta del futuro”.
LA VANGUARDIA
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