Leonardo Padura: “Me siento un extranjero en mi propia ciudad”
Matías Hinojosa
23 de agosto de 2018
El escritor cubano visita nuestro país a propósito de La transparencia del tiempo, octava novela de su serie policial protagonizada por el detective Mario Conde. Aquí, el autor vuelve a exhibir un excelente oficio narrativo, construyendo una historia con múltiples personajes, rica en detalles y situada en varios períodos históricos. También expresa una mirada descarnada sobre La Habana y sus habitantes. “Esta involución”, dice Padura en la entrevista, “a veces provoca que un personaje como Mario Conde le ocurra lo mismo que me ocurre a mí, que de pronto mira su entorno y no lo reconoce”.
Mario Conde acaba de cumplir 60 años y siente la edad en el cuerpo: le duelen las rodillas, la columna y los hombros. Se lamenta también por su hígado graso y un pene que está “cada vez más perezoso”. Pero la obscena llegada de la vejez lo ha deshecho además espiritualmente: siente que sus proyectos y sueños se han esfumado. Y en su reemplazo, se ha instalado una certeza: “La cercanía numérica y fisiológica de la muerte”.
A estas perplejidades se enfrenta el detective en La transparencia del tiempo, octava novela de esta serie policial. Ahora Mario Conde se reencontrará con su pasado más remoto, cuando Bobby, un viejo compañero de instituto, lo contacta para contratar sus servicios. El viejo amigo, que reaparece ahora asumiendo una homosexualidad que Conde ya sospechaba desde sus años de escolar, necesita que el investigador recupere las cosas que le robó su novio mientras andaba de viaje; en especial necesita encontrar una vieja escultura de una virgen negra. De este modo, el inspector se introducirá en el hermético mundo del intercambio de arte y antigüedades, y sus pesquisas lo llevarán a descubrir la historia de esta virgen, que prontamente se revela como algo más que una simple escultura.
“Sé que en el futuro lo que nos espera a los de mi edad tiene mucho que ver con la decadencia, con el desencanto y con la incapacidad de reciclarnos para vivir en un mundo que necesariamente va a ser diferente y más competitivo”.
La Habana también tiene una presencia importante en los recorridos del protagonista. De hecho, la historia sirve a Padura para pintar un retrato descarnado de la ciudad, sumergiéndose en los barrios menos amables, en los que la miseria bordea lo infrahumano, mostrando a su vez una sociedad sumida en la banalización, reggaetón incluido. “Esta involución”, dice Padura, “a veces provoca que un personaje como Mario Conde le ocurra lo mismo que me ocurre a mí, que de pronto mira su entorno y no lo reconoce. Yo me siento un extranjero en mi propia ciudad”.
El autor de El hombre que amaba a los perros ha cultivado el género policial porque le permite construir estas narraciones con distintos planos. “Es un tipo de literatura muy generoso”, opina, “porque puedes, con determinados elementos, escribir una novela con un fuerte contenido social, filosófico, histórico y cultural, también puedes trabajar el lenguaje, los personajes, no tienes que simplemente que escribir una historia donde hay un misterio que develar”.
En La transparencia del tiempo Padura exhibe nuevamente su notable oficio narrativo, perfilando a los personajes con un excepcional sentido del detalle y desarrollando múltiples marcos temporales. El eje es Cuba en 2014, pero la investigación misma de Conde se intercala con episodios de la Guerra Civil Española o incluso el medioevo. “Yo siempre digo que no soy el escritor cubano más talentoso de mi generación, pero sí estoy convencido de que soy el más trabajador. Y eso que tú ves, es el resultado del trabajo”, asegura.
¿Hay alguna historia real, un episodio o una idea, incluso una obsesión, que esté en el origen de esta novela?
El robo es un hecho real. Pero esa historia era mucho más tremebunda. Aquí yo necesitaba sobre todo que desapareciera un objeto capaz de permitir el desarrollo de una investigación, y que tuviera todo un valor simbólico, para que hubiera distintas posibilidades en su búsqueda. Lo curioso de esto es que cuántas historias uno escucha y dice “chico, pero qué cuento más dramático”, y de esas historias cuántas se convierten en una novela, pues muy pocas. Y cuál es el misterio de que unas puedan convertirse en novela y otras no, no lo puedo explicar, es algo para mí absolutamente misterioso de dónde sale la idea para escribir una novela.
“Siempre los escritores policíacos por excelencia eran norteamericanos, ingleses y franceses y en estos momentos hay muchos escritores italianos, griegos, nórdicos, latinoamericanos que cultivan esta novela, y que la cultivan con mucha dignidad”.
Mario Conde ha llegado a un punto de su vida en que ya no se hace demasiadas ilusiones. Usted, que tiene la misma edad del protagonista, ¿está cruzando por un proceso similar?
En el libro hay un fuerte sentimiento de desencanto, porque mi generación fue una generación que tuvo sus años de futuro, un futuro que no era espectacular pero que era posible, y en los años 90 esas expectativas prácticamente se desvanecieron. En mi caso particular, he tenido la fortuna de poder llegar a tener en reconocimiento, en trabajo, en satisfacciones mucho más de lo que pude imaginar en mi juventud, pero el común de mi generación no. Y sé que en el futuro lo que nos espera a los de mi edad tiene mucho que ver con la decadencia, con el desencanto y con la incapacidad de reciclarnos para vivir en un mundo que necesariamente va a ser diferente y más competitivo.
¿De dónde sacas la fuerza para escribir estas tramas tan complejas y llenas de detalles?
Este libro pudo haber sido perfectamente una novela policial de 250 páginas, que hubiera escrito en un año, pero no hubiera significado el reto que fue. Creo que estoy, como el mismo Mario Conde, lamentándome por tener 60 años. Pero también sé que estoy en mi década decisiva como escritor y que cada proyecto tiene que ser un reto. Después de los 70 eres intelectualmente viejo y eso se ha demostrado muchísimo en la literatura: hay escritores –y en el caso latinoamericano lo estamos viendo– que escriben libros que uno dice “para qué lo hizo, no necesitaba escribirlo”, y yo no quiero que me pase eso. Por esa razón La transparencia del tiempo es una novela policíaca que es mucho más que una novela policíaca, es una novela histórica que es mucho más que una novela histórica y tiene elementos de novela filosófica, igual que Herejes. Ahora estoy escribiendo una novela en la que manejo 10 personajes, con ocho o nueve locaciones diferentes, porque creo que puedo hacerlo y que el esfuerzo vale la pena. No puedo conformarme con escribir una novela policíaca que ya me sé y que ya he escrito. Tengo que escribir algo diferente.
¿Y cómo ve el estado del policial a nivel global?
La novela negra en lo últimos 30 años consiguió dar el salto de una novela que tenía algunos excelentes cultores y muchos escribidores a ser una novela que se instaló en el mainstream de la cultura; lo interesante de todo esto es que el proceso de crecimiento de este género ha tenido un aporte muy importante de culturas que estaban en la periferia. Siempre los escritores policíacos por excelencia eran norteamericanos, ingleses y franceses y en estos momentos hay muchos escritores italianos, griegos, nórdicos, latinoamericanos que cultivan esta novela, y que la cultivan con mucha dignidad. En el caso de la lengua española, creo que Manuel Vázquez Montalbán y su serie Carvalho es una de las mejores crónicas de lo que significó la transición en España. Yo pretendo de alguna manera que Mario Conde sea una crónica de la vida cubana de estos años. A lo mejor no lo logro como lo logró Vázquez Montalbán, pero es mi ambición. Y todo eso se debe a que hemos ganado en libertad y hemos perdido prejuicios. Por parte de los lectores, siempre hemos tenido el favor, pero ahora además hemos logrado el favor de la academia, de los círculos de respeto.
“Yo pretendo de alguna manera que Mario Conde sea una crónica de la vida cubana de estos años. A lo mejor no lo logro como lo logró Vázquez Montalbán, pero es mi ambición”.
Volviendo al libro: los pies tienen una presencia importante a lo largo de la historia; al parecer los personajes ven en ellos el reflejo de los caminos que les ha tocado transitar. ¿Podría referirse al momento en que Mario Conde regala sus zapatos a un vagabundo que lleva bolsas en los pies? ¿Qué podemos ver allí?
Ese personaje es real, es una persona con alguna afección mental que anda por mi barrio y que he visto caminando descalzo o con bolsas en los pies. En una ocasión yo le regalé unos zapatos y la próxima vez que lo vi, lo vi otra vez sin zapatos. En el caso de Conde, este personaje se convierte en un posible espejo de lo que pudiera ocurrirle a él en un momento determinado, que es ese abandono total. Este es un personaje que al final uno no está muy seguro de si es real o si es una ensoñación. A mí me gusta mucho esta ambigüedad. Pero este hombre significa sobre todo eso: el desvalimiento al que puede llegar un individuo que lo ha perdido todo, porque yo creo que los pies aquí significan el camino, pero los pies descalzos significan la pérdida última de la dignidad y cuando pierdes la dignidad, ya lo has perdido todo.
Conde sufre por la decadencia material de su país y también por la excesiva vulgaridad que ve en las calles. La escena del taxi, donde el personaje observa cómo un grupo de personas canta a coro un reggaetón, es un buen ejemplo. ¿Le parece a usted que la sociedad cubana se ha empobrecido espiritualmente?
Hay de todo y hay empobrecimiento, sin duda. Yo creo que es el reflejo de un fenómeno universal, no solamente es un fenómeno cubano. Creo que a nivel universal, la densidad cultural y espiritual que existió en otras épocas se ha esfumado. Hace 50 o 60 años la mitad de la población mundial era analfabeta, hoy quedará en el mundo quizás un 10 por ciento, pero ese 50 por ciento de la población que era capaz de leer y escribir hace 60 años casi todos leían de vez en cuando algún libro. En el mundo hispanoamericano, por ejemplo, era muy raro encontrar a una persona que no se supiera un poema. Es decir, que la literatura tenía un espacio en la vida de las personas y eso se ha ido perdiendo. En el caso cubano, la crisis que se vive a partir de los años 90 y que dura hasta hoy, ha hecho que la gente se adapte a encontrar las soluciones más fáciles e inmediatas para su vida, reduciendo el espacio para la cultura. El fenómeno del reggaetón no es una causa sino que una consecuencia de esa pérdida de densidad en un país como Cuba, que puede ufanarse de tener una de las músicas que más ha influido en el mundo.
“El fenómeno del reggaetón no es una causa sino que una consecuencia de esa pérdida de densidad en un país como Cuba, que puede ufanarse de tener una de las músicas que más ha influido en el mundo”.
¿Y piensa que esto pueda revertirse?
Soy pesimista. Creo que la cultura del espectáculo, como la llama Vargas Llosa, se está imponiendo. Los grandes poderes fácticos prefieren al ciudadano estúpido que al interrogativo. Estamos viviendo un nuevo tipo de dictadura, que no es de carácter político sino de carácter económico y social, en la que el consumo marca la vida de las personas y en el que además se ha perdido una categorización de los valores que existían; el mismo hecho de pérdida de prestigio y de valor del periodismo a nivel universal con lo que ha significado el crecimiento de las redes sociales, donde existe esa anarquía en la que cualquiera puede decir cualquier cosa, hace que uno mire con cierto escepticismo lo que pueda venir en el futuro.
En su libro vuelve a menudo sobre la idea de que es imposible sustraerse de la Historia, a las fuerzas políticas y económicas. ¿Ve algún margen de libertad para el individuo en ese escenario?
Yo creo que la Historia nos mueve a su antojo y es muy difícil escapar de las corrientes que nos dicta, que pueden ser corrientes suaves o corrientes traumáticas. De todas maneras, creo que el hecho de que el hombre intente ejercitar su libertad individual es una de las maneras que tiene de oponerse a esa marea. No es fácil, no lo podemos hacer siempre, los espacios son reducidos, pero no hay que perder la voluntad de practicar ese libre albedrío que como seres conscientes tenemos y que es un privilegio que no debemos desperdiciar.
¿Podría adelantar algo más del libro en el que trabaja?
Es una novela que tiene que ver con la diáspora de mi generación. Como te decía, estoy trabajando con 10 personajes en distintos escenarios. Tratará sobre la dispersión que se produce a partir de los años 90 y estoy tratando de construir historias muy fuertes, con entrelazamientos que comienzan en Cuba y que siguen fuera de Cuba, con personajes en los Estados Unidos, Puerto Rico, España y Argentina. Para ella estoy pensando tomar el título de una novela que Alejo Carpentier dijo que iba a escribir en los años 20 o 30 y que nunca realizó: El clan disperso.
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