martes, 15 de diciembre de 2020

El cine callado de Kim Ki-duk

 


El cine callado 

de Kim Ki-duk


ELSA FERNÁNDEZ-SANTOS
San Sebastián, 18 de septiembre de 2005

Hijo de campesinos, Kim Ki-Duk (Bonghwa, Corea del Sur, 1960) fue pintor, albañil y escultor antes que cineasta. Considerado como uno de los directores más personales e imaginativos del momento, Ki-Duk descubrió relativamente tarde su vocación como cineasta: "Decidí hacer cine después de un viaje de dos años que hice por Europa. Algo cambió sobre mi percepción de la vida, empecé a cuestionarme muchos prejuicios con los que me habían criado. Al volver a Corea empecé a rodar". "Para hacer películas", añade Ki-Duk, "lo importante es vivir la vida. Para mí ha sido la mejor escuela".

Ki-Duk ha recibido en San Sebastián el premio de la Asociación Internacional de Críticos por Hierro-3. Ayer, en la sección de Zabaltegui Perlas de otros festivales, se presentó su nuevo trabajo: El arco. El filme narra la historia de amor de un anciano y una adolescente que, secuestrada por él desde niña, vive recluida en un barco de pesca. La llegada de un joven estudiante a la embarcación acabará con el sueño del anciano, que durante años ha esperado a que la niña crezca para casarse con ella. "No, no. Mi punto de vista no es el del hombre joven", advierte Ki-Duk. "Yo soy el anciano. Soy el hombre que no quiere perder su juventud y se aferra a toda costa a ella".

Segunda oportunidad

Acompañado en todo momento por su traductora, vestido con unos vaqueros y siempre cubierta su cabeza con una gorra, Ki-Duk no para de romper en mil pedazos un papel que sostiene entre sus manos. Su cine encierra una extraña violencia sexual. Un humor tan inocente que resulta perverso. Un cine contenido que, según él, está lleno de secretos. Ahora prepara una película sobre una mujer muy bella que quiere a toda costa perder su belleza. Con la mirada seca Ki-Duk responde: "No creo que mis películas sean especialmente intransitables. Si no se entiende algo quizá es que debe verse una segunda vez. Si la segunda vez tampoco ha quedado claro, dele una nueva oportunidad. Todas las películas encierran secretos y esos secretos se van descubriendo poco a poco".

Como ocurre en otras de sus películas, en El arco apenas hay diálogos: "En el cine de hoy sobran palabras. Creo que para expresar lo que quiero no necesito que se hable mucho. Son los gestos lo que me importa. Pregúntese qué prefiere, ¿una caricia en la mano o que le repitan diez veces te quiero? Yo tengo claro lo que prefiero".

Para el director de Primavera, verano, otoño, invierno... y primavera es el público europeo el que mejor entiende su cine y sus singulares historias de amor. "Supongo que las grandes producciones son una tentación para muchos directores. No es mi caso, yo quiero preservar mi idea del cine y aceptar un gran presupuesto significaría asumir una serie de condiciones que no me interesa aceptar. Prefiero trabajar con medios limitados".

* Este artículo apareció en la edición impresa del 0018, 18 de septiembre de 2005.

EL PAÍS


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