Boris Pasternak |
‘Tres minutos’, de Ismaíl Kadaré: el dictador que llamaba a los poetas
El eterno candidato al Nobel analiza con un tono irónico algunas de las versiones sobre la llamada telefónica que hizo Josef Stalin a Boris Pasternak en 1934
“El camarada Stalin quiere hablar con usted”, oyó Boris Pasternak cuando descolgó el teléfono un día de junio de 1934, en Moscú.
El poeta se quedó de piedra. A continuación, efectivamente se oyó la voz del líder, inconfundible por su acento georgiano, que le preguntaba a Pasternak por su amigo, el también poeta Ósip Mandelstam, al que unos meses antes había arrestado la policía secreta. Ante la pregunta del dictador soviético, Pasternak tembló al pensar que, según como recibiera Stalin su respuesta, también él podría ser detenido. Así que contestó con evasivas, diciendo que el poeta encarcelado y él no eran tan buenos amigos como parecía. En su respuesta, Stalin hundió a Pasternak: le espetó que si fuera él, sabría defender mejor a un amigo. Y colgó.
Pasternak, desesperado, intentó llamarle de vuelta para explicarse mejor, pero ya era demasiado tarde. La línea de Stalin permaneció muda.
Durante el resto del año, todo Moscú y Leningrado hablaban de la llamada de Stalin. A algunos les interesaba más Mandelstam, a otros Pasternak. Cuando la poeta Anna Ajmátova, amiga íntima de ambos, recibía a los literatos en su habitación situada en el palacio Sheremétievo sobre el canal Fontanka de Leningrado, preguntaba a cada invitado: “¿Mandelstam o Pasternak? ¿Café o té?”.
Del relato de la llamada se construyó todo un dédalo de versiones. El novelista albanés residente en París Ismaíl Kadaré, uno de los eternos candidatos al Nobel, analiza algunas en su brillante ensayo Tres minutos. Sobre el misterio de la llamada de Stalin a Pasternak. ¿Cómo es que hay 13 versiones, como mínimo, de una sola llamada tan breve? Cada narrador modificó el relato según su temperamento y las habladurías de la gente hicieron el resto. Mientras que la mayoría de los autores de las distintas versiones insisten en que el propio Pasternak les contó consternado la historia de su traición a Mandelstam, su esposa, Zinaída Pasternak, presenta un relato distinto: en él, su marido mantuvo la sangre fría en todo momento.
Mientras cuenta las distintas narraciones de la llamada, Kadaré regala al lector un sinfín de anécdotas. Así nos enteramos de que Zinaída Pasternak “siempre mantuvo la tendencia al buen entendimiento con el régimen”, mientras Olga Ivínskaya, la amante de Pasternak, fue condenada al Gulag dos veces, la segunda con su hija Irina.
Una de las cualidades del libro son las reflexiones de Kadaré sobre la relación entre el poder y la literatura, mientras hace desfilar ante el lector a muchos de los grandes literatos rusos de la primera mitad del siglo pasado. Siempre en un tono juguetón, irónico y a veces hasta travieso. Sin embargo, la versión castellana no ayuda al placer de la lectura. Aunque hay que alabar a Alianza Editorial por publicar esta joya literaria y prácticamente toda la obra de Kadaré en castellano, no se puede pasar por alto que la edición no es todo lo rigurosa que debería. A veces los errores hasta pueden resultar cómicos, como cuando Kadaré habla del poeta Jlébnikov (en el libro de Alianza figura como “Khelbnikov”) y su lenguaje transmental (en ruso zaúmnyi) que en la traducción castellana consta como transmetal.
Tal vez Stalin lo intuía y por eso hizo la llamada e intentó ridiculizar a alguien cuya obra le superaría con el tiempo
Kadaré, que antes de exiliarse tuvo a su censor en el dictador albanés Hoxha —igual que Pasternak tuvo a Stalin—, según cuenta en la primera parte del libro, no ofrece ninguna indicación sobre cuál de las 13 versiones de la conversación telefónica entre el poder y el poeta es la que realmente sucedió. Y al acabar el libro, tengo la clara sensación de que no hay manera de alcanzar la verdad sobre aquella llamada que tuvo lugar hace 90 años. ¿Por qué? Porque nunca se ha demostrado con mayor claridad que la verdad es manipulable, escurridiza. Como también es huidizo y destinado al olvido el poder político comparado con una obra de literatura de la talla de El doctor Zhivago. Tal vez Stalin lo intuía y por eso hizo la llamada e intentó ridiculizar a alguien cuya obra le superaría con el tiempo.
Tres minutos
Traducción de María Roces González
Alianza, 2024
152 páginas. 18,50 euros
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