miércoles, 24 de julio de 2024

Daniel Gascón / Lo que le debemos a Salman Rushdie

 

Salman Rushdie
Salman Rushdie, en el Festival de Literatura de Cheltenham (Reino Unido), en 2015.DAVID LEVENSON 


Lo que debemos a Salman Rushdie

El escritor ha reivindicado el valor de la literatura y el juego, y ha explicado que la libertad de expresión es la libertad de la que dependen todas las demás




Daniel Gascón
17 de agosto de 2022


La persecución a Salman Rushdie tiene algo antiguo y algo moderno. La parte aparentemente antigua es la prevalencia de la visión religiosa sobre la ley de los hombres: un dictador teocrático senil condenó a muerte a un ciudadano de un país extranjero por haber escrito una obra de ficción. La fetua no solo atacaba la libertad de expresión sino también el Estado de derecho y la soberanía nacional. La parte tristemente moderna es que inicia una serie de persecuciones a escritores y artistas que habrían ultrajado al islam: están el caso Rushdie, el asesinato de Theo Van Gogh y las amenazas a Ayaan Hirsi Ali, las caricaturas del Jyllands-Posten, la masacre de Charlie Hebdo. En su momento, algunos vacilaron o culparon al escritor: no hay que ofender los sentimientos de los musulmanes, Rushdie sabía a lo que se exponía. La segunda objeción justifica que nadie critique a un matón y carga la responsabilidad sobre la víctima. La primera ha sido asumida de manera general y su contenido se ha ampliado a otras identidades, todas dispuestas a sentirse ofendidas y a exigir el silencio del agresor con distintos grados de violencia. El caso Rushdie anticipó que el respeto o la prudencia serían los disfraces de la cobardía. Las editoriales y los periódicos occidentales han internalizado la censura. David Rieff ha especulado sobre los cambios que exigirían a Los versos satánicos los “lectores de sensibilidad” que contratan muchas editoriales anglosajonas. Hay un paternalismo perverso en ese supuesto respeto: se considera que los representantes legítimos de una comunidad son las voces más extremas e intolerantes y se silencia a los disidentes. Rushdie nos ha recordado que los debates sobre la libertad de expresión suelen empezar como debates sobre la blasfemia. Se ha negado a ser un prisionero del edicto: escribiendo libros espléndidos, viviendo su vida sin que lo domine el miedo. Ha reivindicado el valor de la literatura y el juego, y ha explicado que la libertad de expresión es la libertad de la que dependen todas las demás: somos un animal del lenguaje y cercenar el lenguaje es amputar una parte de lo que somos como especie. “Conservas las libertades por las que luchas; pierdes las libertades que descuidas. La libertad es algo que alguien siempre te está intentando quitar. Y, si no la defiendes, la pierdes”, ha escrito. Lo sagrado no es lo que se dice sino la posibilidad de la conversación. La voz de Rushdie no podrá ser silenciada: entre otras cosas, porque dice las cosas riendo.


EL PAÍS




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