El escritor albanés Ismaíl Kadaré bajo el régimen de Enver Hoxha: las otras formas de (no) ser disidente
La publicación en castellano de la novela basada en hechos reales ‘Tres minutos. Sobre el misterio de la llamada de Stalin a Pasternak’, finalista para el International Booker Prize 2024, invita a reflexionar sobre la relación del escritor con el régimen comunista
Miguel Roán
23 de marzo de 2024
¿Cómo llegó Ismaíl Kadaré a ser publicado en el extranjero durante los tiempos de la dictadura de Enver Hoxha? Fue un poco por azar. Una editorial local se dedicaba a traducir a autores albaneses a las lenguas europeas más importantes, el francés entre ellas. El director de la revista Europe, Pierre Paraf, periodista francés y apasionado de la cultura albanesa desde los tiempos del rey Zog I, pasó por Tirana y se hizo con un ejemplar de El general del ejército muerto. Paraf quedó prendado del texto y preguntó al embajador albanés en París si se podía publicar en Francia. Kadaré (Gjirokastra, 88 años) recuerda: “El embajador albanés no dijo ni sí ni no, porque tenía miedo”. Paraf se tomó la licencia y le entregó la novela a la editorial Albin Michel, sin contrato y sin nada. Era 1970. El libro luego se convertiría en película en 1983, protagonizada por Marcello Mastroianni.
En su encuentro con el embajador albanés, ya en París, este quería ver la invitación para poder viajar al extranjero, pero el escritor albanés no la tenía. Estando en Tirana, habían llamado a Kadaré desde el Ministerio de Asuntos Exteriores para decirle que como el enemigo asumía que la invitación no iba a ser aceptada, habían decidido llevarle la contraria, así que debía partir.
La siguiente pregunta es cómo logró mantenerse como escritor en aquel régimen. Se ha hecho popular su frase: “La literatura me llevó a la libertad, no al revés”. De hecho, su estancia entre 1958 y 1960 en el Instituto Gorki de Moscú fue un punto de inflexión; una institución donde, según el escritor, se fabricaban escritores para el régimen. Disfrutó de su etapa en Moscú, una ciudad en aquellos días menos represiva que Tirana. Conoció a Borís Pasternak, mientras se iniciaba la purga que pesaba sobre el escritor ruso, tras la obtención (y rechazo) del premio Nobel. Esta experiencia le aportó una mirada más certera sobre la vida literaria bajo una dictadura comunista. En un documental de Piro Milkani, Kadaré relata que, aunque estuviera en contra de aquellas represalias, no intercedió, y sentía, además, que como extranjero no podía involucrarse. Precisamente, se acaba de publicar en español Tres minutos. Sobre el misterio de la llamada de Stalin a Pasternak (Alianza, 2023, traducción de M. R. González), incluido hace unos días en la lista de finalistas del International Booker Prize 2024. En la obra se narran diferentes versiones sobre la conversación telefónica mantenida entre Stalin y Pasternak en junio de 1934 (comidilla cultural en tiempos soviéticos).
El escritor albanés Bashkim Shehu, con ocasión de la entrega a Kadaré del Príncipe de Asturias 2009, contaba que este no era ni un disidente ni un portavoz del régimen: “Ninguno de esos dos términos es adecuado para desentrañar el fenómeno literario de Kadaré”. José Carlos Rodrigo Breto, experto y autor del ensayo Ismaíl Kadaré: la gran estratagema (Ediciones del subsuelo, 2018), sostiene que, hasta el año 90, el autor “no fue un disidente, sino un luchador, un opositor feroz y tenaz al régimen”. Los márgenes de discrecionalidad creativa eran restringidos, pero el régimen operaba para que los escritores no sólo no impugnaran al Estado, sino para que trataran los temas que le interesaba al poder. Kadaré midió los tiempos y las épocas de distensión. Más de una década después de que Albania rompiera relaciones con la Unión Soviética, el escritor publicó, primero, El gran invierno (Vosa, 1991, trad. J. Hernández), donde se anima a ficcionar el encuentro entre Hoxha y Nikita Jrushchov (con un retrato deliberadamente halagador del primero) y, después, El ocaso de los dioses de la estepa (Anaya, 1991, trad. R. S. Lizarralde), donde se enfatiza la mediocridad de la Unión Soviética a raíz del caso Pasternak. Después de que Albania rompiera relaciones con China, publicó El concierto (Anaya, 1991, R. S. Lizarralde), donde se ventilan críticas contra el gigante asiático. En estas obras la estrategia narrativa es recurrente: sobre la base de la crítica a la potencia enemiga, cuestionaba veladamente a ambos países.
El “sutil disidente”, tal como lo definió el especialista Robert Elsie, recurría a varias estrategias más. Kadaré ambienta sus novelas en atmósferas asfixiantes y fatales, con días fríos y lluviosos, como es el caso de Abril quebrado (Anaya, 1990, trad. R. S. Lizarralde), ambientes divorciados del clima mediterráneo albanés, con lo que confrontaba el relato luminoso de la propaganda oficial. El recurso a la mitología, como alegoría o ambages, es otro medio para enmascarar su reproche político. Para John Cox, profesor de la Universidad de Dakota del Norte, la obra de Kadaré relata “experiencias que miran hacia adentro y hacia afuera al mismo tiempo. La cuidadosa estratificación o enumeración de posibilidades también fomenta la contemplación de resultados éticos alternativos”. Y esta conciencia repleta de subterfugios es extensible a su manera de lidiar con el régimen. Claude Durand, el editor de Fayard, fue hasta en dos ocasiones a Albania a recoger manuscritos que en aquel momento no eran publicables, pero que Kadaré contemplaba lanzar cuando los tiempos lo propiciaran.
En 1981, con la publicación de El palacio de los sueños (Cátedra, 2005, trad. R. S. Lizarralde), su novela más conocida, Kadaré, tal como declara Rodrigo Breto, “se jugará la vida”. Como señaló su gran descubridor para el público en español, Ramón Sánchez Lizarralde, “en muchas ocasiones el autor fragmentaba sus novelas más comprometidas, las disimulaba entre otros textos menos agresivos, preparaba el terreno para ellas dando a la luz pública relatos que luego habrían de crecer y desarrollarse (…)”. La novela, una fábula entre kafkiana y orwelliana, ambientada en tiempos otomanos, pero dirigida contra el régimen, aborda el control social que ejerce el Sultán, al tener una institución dedicada a interpretar los sueños de los súbditos. La concibió entre 1972 y 1973, pero no fue publicada hasta nueve años más tarde y vendió inmediatamente 20.000 copias. No obstante, a principios de 1982, se convocó una reunión de emergencia de la Unión de Escritores de Albania, donde había varios miembros del Politburó, entre ellos Ramiz Alia, quien tomaría el poder en 1985, tras la muerte de Hoxha. Se ha hecho célebre cómo Alia increpó al escritor: “El pueblo y el Partido te han elevado al Olimpo, pero si no les eres fiel, te arrojarán al abismo”.
Kadaré se marchó a Francia en 1990, inquieto por su propio destino y por el de su país, que viviría en adelante una década convulsa. El autor nunca se consideró a sí mismo ni héroe ni disidente, tal como declaró él mismo en 1998. La respuesta a si lo fue no se sitúa en su condición como tal, dado que la épica de la disidencia resulta tan atractiva como presa de la idealización, sino en resaltar cómo un creador se abrió paso entre las grietas y contradicciones de un sistema paranoico, hasta lograr mantener su esfera de libertad según coyunturas y aquiescencias, buscando el favor de la élite cuando tocaba o forzado por ella como activo del régimen, mientras fue miembro del Partido o diputado. En los términos que plantea Cox: “Era principalmente un disidente artístico, a diferencia de un artista disidente, pero también era un poco de lo segundo. No todos los disidentes tienen que ser solzhenitsyns o havels”.
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