viernes, 1 de enero de 2021

Ramón Andrés / "Tras un primer tiempo de pudor con el mundo y el prójimo, volveremos a las andadas"

 

Ramón Andrés


Ramón Andrés: "Tras un primer tiempo de pudor con el mundo y el prójimo, volveremos a las andadas"

El filósofo, autor de 'Semper dolens', acaba de publicar el poemario 'Los árboles que nos quedan'.

Manuel Llorente
4 de mayo de 2020

Pensador, sabio en los dolores del hombre (ahí está su monumental Semper dolens. Historia del suicidio en Occidente, Acantilado) y en los de la partitura (en septiembre publicará Filosofía y consuelo de la música, Acantilado ), acaba de publicar el poemario Los árboles que nos quedan (Hiperión). Desde Elizondo (Navarra), Ramón Andrés (Pamplona, 1955) aconseja los clásicos, Bach y alerta de los becerros de oro.

¿Cómo lleva la reclusión?
Con serenidad. Mi vida apenas ha cambiado. Pero siento un dolor de fondo que viene del sufrimiento de tanta despedida.
¿Cómo se reparte el día?
Tampoco en eso he variado. Escribo, leo, pienso. Y la música.
Igual estamos descubriendo que el hombre no tiene límites.
Sí, el ser humano tiene límites, muchos, pero aun así ha conseguido culminar muchas cosas. El problema estriba en que, reforzado por la presuntuosa idea de la técnica, cree que es ilimitado.
Todo parece una broma de mal gusto: un virus desconocido pone en jaque a 25 siglos de civilización.
El mundo, su historia, la realidad, están cogidos con alfileres. El ejército más poderoso, un colosal monopolio, un banco omnipotente, son representaciones, torres de babel, becerros de oro, esplendor de un momento, bajo los cuales está la muerte que lo mina todo.
Aunque no sea muy optimista, algo quedará.
Soy más bien escéptico. Salvo un primer tiempo de cierto pudor con el mundo y el prójimo, volveremos a las andadas. No nos va a cambiar un virus, que no es de los más mortíferos, si no nos hemos corregido ante los autocastigos a los que la humanidad se somete desde hace milenios. Me refiero a las guerras, a la necesidad de aniquilación y a la moneda corriente de la mentira.
¿Cómo se ve el mundo desde Elizondo?
Como desde el último piso del rascacielos más alto de Nueva York. El mundo es el mundo siempre, pero puedes mirar a la bolsa de Wall Street o elegir los árboles y la bondad de la gente que va despacio y te mira a los ojos.
¿En qué nos estamos confundiendo?
Hemos sido muy arrogantes al subestimar el mundo, la naturaleza, y ceder a la ideología de lo blando; me refiero a nuestra tendencia a la comodidad y a haber renunciado a asumir dos cuestiones principales: la responsabilidad y el sacrificio.
Uno de los retos de estos días es qué hacer con el tiempo...
El tiempo lo ha creado Occidente, es decir, el tiempo que contamos y el que nos cuenta. Es el tiempo de la muerte, porque lo vivimos todo muy deprisa, acuciados por el miedo y la idea de final. Oriente está cayendo en esta misma trampa; ellos han abierto mercados en nuestros países, y nosotros los hemos contagiado de ansiedad, o todavía más, de angustia. El tiempo no dañino es el que te permite vivir el presente, no como conflicto, sino como vida desnuda.
Y aguantarnos a nosotros mismos.
Un clásico escribió que no hay batalla más dura que la librada contra uno mismo.
¿Por qué cree que para avanzar hay que retroceder? ¿Porque no oímos y leemos a los clásicos?
No los leemos porque necesitan tiempo, no son siempre una lectura fácil. La espera, como espacio temporal, se ha perdido. Es todo inmediato. Una cultura urgente que procesa, corta y pega. Es lo opuesto a lo que piden los clásicos.
¿Qué nos pueden enseñar?
Casi todo. A vivir, a morir, a conocernos mejor, a respetar, a no avergonzarse del error, a corregir la soberbia. La música de Josquin Desprez, de Bach y de Ligeti, la de Schubert y la de Schnittke, por ejemplo; leer al divertidísimo Plutarco, a Montaigne, a Shakespeare, buena poesía como la del Siglo de Oro y la de los metafísicos ingleses, Hölderlin, Rilke; filosofía que espolee, como la de Nietzsche, que los jóvenes entienden bien, y la de tantos autores de hoy, como Agamben, Sloterdijk, Brandom... Leer La montaña mágica de Thomas Mann, El cuarteto de Alejandría, de Durrell, el Viaje al fin de la noche, de Céline, novelas que son realmente novelas y no sólo entretenimiento.
Ser austero en el mundo del consumo es muy difícil, requiere mucha personalidad.
No se necesita personalidad sino firmeza, honestidad, pensar si necesitamos tantas cosas para vivir.
¿Qué libros está leyendo?
En mi mesa tengo La nostalgia del futuro, de Luigo Nono; L'Homme en perspective, de Daniel Arasse; la Poética del espacio, de Gaston Bachelard... Antes de dormir, ya en la cama, leo a Galdós y El Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán, que es extraordinario.

EL MUNDO

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