lunes, 7 de diciembre de 2020

Charlotte Perkins Gilman / Dellas / Una utopía de amazonas

Charlotte Perkins Gilman

Charlotte Perkins Gilman
DELLAS

Elizabeth Russell

Una utopía de amazonas

    Dellas, de Charlotte Perkins Gilman, es el ejemplo más destacado de utopía de amazonas que poseemos. Escrita en 1915 y publicada en forma serializada en la revista mensual que dirigía y editaba la misma autora, The Forerunner, la utopía no se presentó en forma de libro hasta 1979, con una introducción de Ann J. Lane. A principios de siglo, Charlotte Perkins Gilman (1860-1935) era conocida sobre todo por su actividad como conferenciante y crítica sobre temas sociales. Había adquirido considerable fama a través de su libro, Women and Economics (1896), que fue traducido a siete idiomas y en el que describe como causa de la subordinación de la mujer su dependencia económica a su padre primero, y a su marido después. Charlotte se había sentido atraída muy pronto por el darwinismo social y por las tesis de Herbert Spencer y su homólogo norteamericano, William Braham Sumner. Pero finalmente adoptó las teorías del sociólogo estadounidense Lester Frank Ward, que combinó con su personal forma de «feminismo». Charlotte no se consideraba feminista, aunque sin duda lo era, y prefería definirse como «humanista», insistiendo en que su objetivo no era sólo el bienestar del sexo femenino sino el de ambos sexos. Al igual que los darwinistas sociales, pensaba que el individuo era un producto de su medio, en el que tenían un peso fundamental las condiciones económicas. La civilización, para ella, estaba evolucionando en el sentido de una creciente perfección (y de hecho ésta es la principal línea de pensamiento que hay detrás de Dellas), pero el papel subordinado asignado a las mujeres impide que se pueda alcanzar la perfección. En vez de promover un individualismo exacerbado, Charlotte —como otros intelectuales de su época— depositaba sus esperanzas de que pudiera crearse una nueva sociedad por la acción de entidades colectivas organizadas, sobre todo las formadas por mujeres.





    Dellas es la maqueta de una sociedad utópica diseñada por Charlotte Perkins Gilman, pero es importante señalar que no se trata de una utopía estática, sino que tiene a sus espaldas más de dos mil años de evolución de acuerdo con los valores de las mujeres, evolución que continúa más allá del final del libro. La sociedad que presenta está compuesta exclusivamente por mujeres: tres millones de amazonas que habitan un país semitropical del tamaño de Holanda, donde viven en una perfecta comunidad fraternal dentro de una sociedad igualitaria. Las leyes que regulan sus vidas tienen como principios básicos la comunidad espiritual, la cooperación y la comunión con la naturaleza. Las amazonas se reproducen a través de la partenogénesis y practican una religión que ellas mismas definen como un «panteísmo materno». Tenemos ante nosotras una sociedad separatista en la que no han intervenido jamás los hombres. Las mujeres que la habitan son claramente supermujeres: conocen sus propias fuerzas y no tienen una dependencia psicológica ni económica respecto a los hombres. Su medio casi perfecto es el resultado de una cuidadosa planificación y control de la población (no todas las mujeres están autorizadas a concebir), de la manipulación genética (los gatos y gatas de Dellas no matan a los pájaros), de los hábitos de alimentación (las mujeres son estrictamente vegetarianas), de la agricultura (se han suprimido vacas y caballos para disponer de más espacio habitable), de la higiene y la cultura física. Para las mujeres de Dellas su «casa», su «hogar» es el país entero, y la comida, la cocina y las actividades domésticas se realizan de forma comunitaria. Libres de las ataduras de un hogar o de un marido, las mujeres de Dellas pueden pensar en términos colectivos como «nosotras», viéndose como hermanas, y no como rivales o competidoras. Contrariamente a la opinión corriente en su tiempo, Gilman consideraba que la inclinación natural a la cooperación se daba, no en el hombre, sino en la mujer. Si se concedía autonomía a la mujer para decidir sobre su propio destino, si se le permitía disponer de «una habitación propia» en la cual desarrollar sus capacidades, la sociedad realmente conseguiría evolucionar hacia una era mejor. Dellas no es sólo un alegato en favor de los derechos de la mujer, también es un ataque contra las virtudes del «eterno femenino»: la modestia, la paciencia, la sumisión, valores representados en la figura del ángel de la casa, que no era más que un reflejo del deseo masculino.
    Dellas merece ocupar un lugar especial dentro de nuestro legado literario. Pero esta utopía también contiene dos aspectos que enturbian el placer de su lectura en los años ochenta.
    En primer lugar, la utopía aparece teñida de prejuicios raciales, evidentes en expresiones como «salvajes», «nativos con flechas envenenadas», «pureza de raza», y en la insistencia en señalar que las mujeres de Dellas son de «raza aria». Aunque con ello Charlotte Perkins Gilman sólo reflejaba una visión corriente en su tiempo, que atribuía superioridad a unas razas sobre otras, no podemos olvidar que muchas feministas contemporáneas suyas participaron activamente en la lucha contra el racismo en los Estados Unidos. En este sentido, la autora comete el mismo crimen del que acusa a los hombres, esto es, juzgar a las personas de acuerdo con estereotipos que les han sido impuestos. Esto la lleva a juzgar las distintas razas según los ideales occidentales, ideales surgidos de una sociedad basada en la supremacía del hombre. El racismo de Gilman tiene sus raíces en la creencia darwinista de la superioridad de la raza blanca sobre todas las demás y en un absoluto desconocimiento de la historia cultural de otros pueblos.
    El segundo obstáculo con que tropezamos en la lectura de Dellas, son sus opiniones sobre la sexualidad. Las amazonas, se nos informa, son asexuadas. Dos mil años de desuso les han hecho perder casi totalmente el deseo y toda la energía sexual que puedan manifestar se recanaliza inmediatamente hacia el trabajo productivo. La autora deja claro que sus amazonas no son lesbianas. También nos informa de que el deseo de practicar el acto sexual responde a una necesidad puramente psicológica y no fisiológica. Por este motivo Charlotte Perkins Gilman se manifestó decididamente contraria al control de la natalidad en 1923. Si bien más tarde, en 1927, apoyó los métodos anticonceptivos cómo un medio para evitar lo que describió como el «deterioro de la raza a través de la reproducción incontrolada y excesiva».
    A pesar de estos dos puntos negros, la impresión general que nos deja la lectura de
Dellas es muy positiva. Es una utopía llena de humor.Al invertir los roles asignados a cada género, la autora consigue dejar al descubierto el sexismo del lenguaje y las instituciones. Cuando uno de los invasores les explica a las mujeres de Dellas qué es una «virgen», ellas le preguntan inocentemente si existe un término equivalente para designar al hombre que no se ha apareado. También surgen algunas confusiones en torno al uso genérico de la palabra «hombre» cuando los tres exploradores les dicen a las mujeres de Dellas que «ningún hombre» en su sano juicio trabajaría si no estuviera obligado a hacerlo:

    —¡Ah, ningún hombre! ¿Es este entonces uno de los rasgos que distinguen a vuestros dos sexos?

    Los exploradores se apresuran a aclarar que, cuando usan la palabra «hombre», muchas veces también se refieren a la «mujer».
    La sociedad de Dellas ha evolucionado durante dos mil años como una sociedad integrada exclusivamente por mujeres. Cuando los tres hombres exploradores la descubren, encuentran una raza de supermujeres o «ultramujeres» tal como ellos las describen. Durante su estancia en Dellas, los exploradores ven desmoronarse progresivamente sus ideas tradicionales, al reconsiderar y comparar su propia sociedad con esta nueva. Mientras uno de los hombres reafirma sus actitudes chovinistas, sus dos compañeros ya no se sienten «tan orgullosos» de ser hombres como en el momento de llegar. Aceptan los nuevos valores: ya no se consideran varones, machos, y a las mujeres como «el sexo», sino que ven a unos y otras como personas.

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