Charlotte Perkins Gilman
DELLAS
En la primavera de 1887, una deprimida y desesperada joven de Providencia, Rhode Island, viajó hasta Filadelfia para consultar al doctor Silas Mitchell, el famoso médico especialista en trastornos nerviosos. Llevaba enferma tres años, con unos síntomas que podían indicar un diagnóstico de depresión clínica. Además, su situación, su desdicha, eran ejemplos perfectos de la condición que describiría con gran exactitud tres cuartos de siglo más tarde Betty Friedan, en The Feminine Mystique, como «el problema que no tiene nombre».
Tras un mes de tratamiento en la clínica de Silas Weir Mitchell, la joven fue dada de alta con la siguiente receta: «Llevar en lo posible una vida doméstica... Efectuar dos horas diarias de vida intelectual. Y no tocar nunca pluma, lápiz o pincel en toda la vida».
Afortunadamente para la posteridad, a la paciente, que era Charlotte Perkins Gilman (aunque más tarde cambió el último apellido por el de Stetson, o sea que se casó), le fue imposible seguir las instrucciones del doctor Mitchell y escribió su autobiografía, contando todo lo que la había conducido casi a la locura.
De este modo, en el otoño de 1888, todavía con poca salud y menos dinero, Charlotte Perkins Stetson realizó lo impensable. Abandonó a su esposo, Walter Stetson, con el que llevaba casada cuatro años, y se marchó con su hijita de tres años, Katharine, a Pasadena, California. Allí inició una existencia caracterizada por la independencia, la determinación y el trabajo, tres cosas que fueron su salvación.
Charlotte Perkins Gilman no se convirtió en una de las mejores escritoras y conferenciantes norteamericanas del siglo, gracias a una inclinación casual o puramente intelectual. Había intentado vivir su vida según la tendencia colectiva de su época respecto a las mujeres y había descubierto que los preceptos de las respetadas autoridades estaban no sólo mal dirigidos o equivocados, sino que eran mortales y conducían a unas vidas vacías, a la depresión y la desesperación. Gilman empezó a escribir tanto novelas como obras fundadas en la realidad, explorando sus experiencias personales como muchacha y como mujer, como esposa y como madre, estudiando al mismo tiempo los hechos económicos y sociales de las mujeres norteamericanas. Como la mayoría de mujeres de su generación, había sido educada en un ambiente que consideraba su sexo como su mejor y única baza, para que ocupara su puesto en la esfera doméstica en la que, se suponía, toda mujer hallaba la felicidad y la plena satisfacción. Pero mientras intentaba vivir en esa esfera asignada a las mujeres, con fines que en su época se describían como «el culto de la verdadera feminidad», aprendió de primera mano que, por muy fervientemente que hablaran los líderes religiosos, políticos y sociales sobre las responsabilidades y deberes de las mujeres hacia sus padres, sus esposos y sus hijos, la vida de las mujeres era muy precaria, no era vida en absoluto.
Las experiencias de Charlotte Perkins Gilman sobre el derrumbamiento del culto a la feminidad doméstica de Norteamérica empezó en su infancia, con la relación entre ella y sus padres. Poco después de nacer Charlotte, su madre —Mary Perkins— fue abandonada por su marido, Frederick Beecher Perkins. Es posible que este abandono se debiese a la noticia de que Mary no podría volver a tener hijos. Frederick, miembro de la ilustre familia Beecher, que incluía al predicador Lyman Beecher, los famosos escritores Harriet Beecher Stowe y Catherine Beecher, así como al ministro de la religión protestante y escritor abolicionista Henry Ward Beecher, era por contraste un hombre fracasado y cargado de deudas, muy amigo de eludir toda responsabilidad familiar. Mary se vio obligada a criar sola a sus dos hijitos, viviendo a menudo en asilos o gracias a la caridad de algunos parientes. Ella, Charlotte y Thomas, que tenía un año más que su hermana, se vieron forzados a trasladarse y mudarse de casa unas diecinueve veces durante la niñez de Charlotte.
Al parecer, Mary Perkins era una mujer de cortas luces y escaso saber. Sufría patéticamente la falta del amor conyugal, y pensó que si le negaba a su hija Charlotte toda señal de cariño, la niña no las añoraría jamás. Mary solamente revelaba el amor que sentía por Charlotte cuando ésta dormía. Tras descubrir esto, Charlotte, ávida de cariño, trataba siempre de permanecer despierta hasta que su madre se acostaba «llegando a usar alfileres para no dormirse... Luego —escribió en su autobiografía— fingía estar dormida, y disfrutaba sintiéndome acunada por los amorosos brazos de mi madre, que me apretaba contra sí y me cubría de besos».
Cuando llegó a la adolescencia, Charlotte se había formado ya la resolución, decidida y fuera de lo normal, de no casarse. En un párrafo de su diario, iniciado a los veintiún años, escribió cierto número de motivos para permanecer soltera, entre los que se contaban su deseo de «libertad», de poder hacer su «plena voluntad» en todos los aspectos y su preferencia a proveer de sí misma y no tener que confiar en otra persona para ello. Añadía la descripción de uno de sus objetivos: «Me gusta ser capaz y libre de ayudar a todo y a todos, cosa que jamás podría hacer si mi tiempo y mis pensamientos estuviesen ocupados por ese extenso yo: una familia».
Irónicamente, sólo unos días más tarde de haber escrito esto, Charlotte conoció a Charles Walter Stetson, un atractivo artista. Éste la cortejó asiduamente, superó las ideas y las objeciones de la joven al casamiento y dos años más tarde estaban casados. Como hemos visto, por los desastrosos efectos y desgracias psicológicas que padeció durante los años que convivió con su esposo, aquel casamiento unió a dos personas cuyos caracteres, ambiciones, valores y necesidades eran completamente diferentes.
Un aspecto del carácter de Walter, destructor para Charlotte, era su romántica idea del dominio del macho. Incluso durante su noviazgo, Walter dio a entender su deseo de que Charlotte «me considerara como su superior... que mi amor hacia ella la había conquistado». A Walter le disgustaba el carácter independiente de la joven y quería creer que el espíritu de Charlotte «estaba quebrantado». A menudo bondadoso y nunca malicioso, Walter era simplemente un individuo más bien convencional, del tipo norteamericano del cambio de siglo, al que no gustaban las ambiciones y deseos de su esposa, sino estaban relacionadas con sus deberes de esposa y madre. Vulnerable como pintor que luchaba para que fuese reconocida su labor, indudablemente opinaba que el deseo de su esposa por convertirse en una escritora de fama era algo antinatural, que se reflejaba de modo desfavorable sobre él.
Este inevitable problema se vio exacerbado por el nacimiento de Katharine, a menos de un año de estar casados, y las circunstancias tirantes del hogar. Incapaz de cumplir con sus papeles de esposa y madre, incapaz de conllevar su deteriorado estado físico y mental, e incapaz de encontrar una eficaz ayuda médica, Charlotte abandonó Providence y nunca más volvió a los brazos de Walter.
Se instaló en Pasadena, deseando vivir cerca de la familia Channing. Charlotte se había relacionado íntimamente con ellos, especialmente con Grace Ellery Channing, durante los años que pasó en Providence. William F. Channing, su esposa y sus dos hijas formaban una familia afectuosa, animada y bien educada. En su acogedor hogar, Charlotte había mantenido estimulantes discusiones y actividades literarias en un ambiente relajado y amistoso. Todos ellos mostraban una gran simpatía hacia ella, deseosos de ayudarla en lo posible, llegando a buscar y encontrar la pequeña cabaña de madera en Pasadena, que Charlotte alquiló para ella y su hija.
Charlotte y Grace se hicieron muy buenas amigas, ya que tenían muchas cosas en común. Grace escribía novelas y poesía, y las dos jóvenes se divirtieron colaborando en una comedia durante un viaje de vacaciones. Curiosamente, tal amistad no finalizó cuando Grace se casó con Walter Stetson, tan pronto como estuvo consumado el divorcio entre éste y Charlotte. Por el contrario, como Charlotte sabía que Grace era una mujer amable, afectuosa y formal, y como durante aquel período ella viajaba mucho, preocupada por ganarse su sustento, dispuso que Katharine, que a la sazón contaba nueve años, viviera con Grace y Walter, cuando éstos se casaron en 1894.
Cuando Charlotte llegó por primera vez a Pasadena, se esforzó mucho por la manutención propia y su hijita, pero el traslado a California resultó ser una buena terapia revitalizante. Poco después, empezó a ganar dinero con sus escritos y conferencias. Su poema «Similar Cases» (publicado en 1890 en The Nationalist) atrajo la atención de William Dean Howells, el influyente autor y editor del Atlantic Monthly. Así empezó a establecerse como escritora, primero local y luego nacionalmente, y ante todo como una eficaz e inspirada conferenciante sobre el socialismo y los problemas de la mujer. Los temas de sus conferencias fueron un anticipo de los que ocurrirían entre los grupos que despertaron la conciencia femenina norteamericana a finales de la década de los 60 y 70 del siglo XX. Gilman reconocía la dependencia económica, el enclaustramiento de la mujer en el hogar, la exclusión femenina en multitud de profesiones, la industria y el comercio, y su obligada sumisión a la autoridad masculina, todo lo cual, según ella, conducía a que la mujer no pudiera llevar una vida plenamente humana y productiva. Más importante todavía, aseguraba que los problemas de la mujer no eran casos aislados o individuales, y que sólo una reforma del sistema a nivel nacional mejoraría sus condiciones de vida. Gilman viajó por todo Norteamérica, predicando la necesidad de una reforma económica, social y política en las relaciones, tanto en las familias como en el trabajo.
Su fama como conferenciante estuvo unida inexorablemente a su celebridad como escritora. Los temas de su primera obra realista, Women and Economics: A Study of the Economic Relation Between Men and Women as a Factor in Social Evolution (1898), eran los mismos que ya había anticipado en sus provocativas conferencias.
Mientras Charlotte escribía este libro, en el que enfocaba de manera pública los problemas más trascendentales de su vida, también escribió sobre sí misma, de forma privada, una extraordinaria serie de cartas a su primo, George Houghton Gilman. Charlotte y Houghton habían sido muy buenos amigos de niños. Individuo excepcionalmente culto, Houghton ejercía la abogacía en Nueva York. Aunque muy competente y profesional en su labor, no era especialmente ambicioso ni había orientado su carrera en este sentido. Tras un breve encuentro en 1897, ambos iniciaron una extensa correspondencia. Las cartas de Charlotte fueron haciéndose cada más largas e introspectivas, describiéndole sus temores, sus dudas, sus necesidades, sus esperanzas y sus creencias a ese comprensivo pariente.
Durante aquel noviazgo por correspondencia, pues esto acabó siendo, Charlotte reveló todos los rasgos y aspiraciones de su persona, que debía haber imaginado la hacían incapaz de ser amada. Con gran placer, descubrió que sus revelaciones sobre sí misma no desalentaban a Houghton en absoluto. En realidad, Charlotte recuperó la confianza en sí misma, lo que posibilitó una auténtica intimidad. En 1900 estaban casados.
Cuando Charlotte recordó sus treinta y cuatro años de matrimonio con Houghton, en su autobiografía The Living of Charlotte Perkins Gilman, juzgó que ambos habían «vivido siempre felices —y pensando como escritora, añadió—: Si esto fuese una novela, tendría un final feliz».
Segura como esposa amada y cada vez más confiada como autora famosa de ámbito nacional, Gilman escribió —después de Women and Economics— cuatro libros estrechamente relacionados con aquél: Concerning Children (1900), The Home: Its Work and Influence (1903), Human Work (1904) y The Man-Made World; or Our Androcentric Culture
(1911).
Aunque había escrito y publicado poesías y novelas cortas durante más de dos décadas, al fundar su propia revista mensual, The Forerunner, en 1909, Charlotte Perkins Gilman inició un asombroso período creativo de ocho años. La revista estaba escrita enteramente por ella y por lo general contenía un relato corto, totalmente desarrollado, un artículo muy breve y didáctico, el capítulo de una novela (por lo general serializada en los doce números anuales), así como poemas, artículos varios y reseñas de libros. En vida de Gilman se publicaron tres de las novelas señalizadas en la Forerunner como libros separados: What Diantha Did (1910), The Crux (1911) y Moving the Mountain (1911). Los otras novelas publicadas en la revista fueron: Mag-Marjorie (1912), Won Over (1913), Benigna Machiavelli (1914), Dellas (1915) y With Her in Ourland (1916).
Prolífica escritora y activista incansable a favor de los derechos de la mujer, Charlotte Perkins Gilman creía que el cambio, aún lejano, sólo se lograría mediante la educación y la experiencia. Si los seres humanos pudieron abandonar sus cuevas, sus cabañas, sus antiguos hogares para vivir en modernos edificios bien construidos y tecnológicamente sofisticados, también podían abandonar sus ideas acerca de las vidas femenina y masculina, ahora tan primitivas e inútiles como las cuevas lo serían a una familia del siglo XX.
Gilman creía en su tarea de llevar su mensaje a todas las mujeres, de la misma manera que sus antepasados Beecher habían predicado sobre el pecado y la salvación a sus fieles oyentes. A pesar de una enfermedad terminal, el cáncer, se esforzó por escribir y dar conferencias durante sus últimos meses de vida. Sabiendo que su fin estaba muy próximo, Gilman regresó a Pasadena, al santuario del que huyera tantos años atrás, ahora hogar de su hija Katharine, ya casada. Durante las últimas semanas de Charlotte, Grace Channing Stetson, ahora viuda como Charlotte, también cuidó a su vieja y querida amiga. Con sus días de trabajo detrás y sólo la agonía de una enfermedad incurable al frente, Charlotte Perkins Gilman terminó su vida, suicidándose con cloroformo, el verano de 1935.
En las décadas siguientes pareció como si Charlotte se hubiese equivocado sobre el significado de su labor, especialmente en sus escritos. Las descripciones de su vida y sus contribuciones simplemente desaparecieron. Pero, en la década de 1960, el interés creciente por los problemas feministas indujo a los historiadores, críticos sociales, profesores y estudiantes a bucear en las fuentes sobre la condición de la mujer. Y esta búsqueda condujo inevitablemente a Charlotte Perkins Gilman: 1966 marcó la reedición de Women and Economics, la primera de sus obras que serían reeditadas en los años siguientes. Aunque el interés de los lectores pareció concentrarse en las obras realistas de Gilman, la publicación del relato «The Yellow Wallpaper» por la Feminist Press, en 1973, redescubrió el valor de Charlotte como poderosa fuerza literaria de Norteamérica.
Dadas las preocupaciones de su existencia y el optimismo de Charlotte Perkins Gilman, no es sorprendente que Dellas, una novela utópica feminista, fuese la quintaesencia de la ficción. En 1915, año de su publicación, había escrito más de cien relatos breves, seis novelas y cinco libros de literatura realista sobre temas relacionados con la vida de las mujeres. El centro de sus pensamientos era la necesidad de una reforma. Norteamérica, afirmaba, necesitaba cambiar de opinión sobre las mujeres. Los hombres debían abandonar sus ideas acerca de las diferencias existentes entre los dos sexos y la clase de vida que debe llevar cada uno de ellos como resultado de estas diferencias. Las mujeres que aceptaban su condición convencional debían reconsiderar sus opiniones al respecto y reeducarse para descubrir la verdad sobre sus fuerzas potenciales y la clase de personas que podían llegar a ser en un mundo no limitado por las estrechas miras de la sociedad.
La ficción utópica era el género ideal para que Gilman expusiera sus creencias y designios de reforma. Las utopías eran paisajes de la imaginación en los cuales sus habitantes tenían vidas casi perfectas. En ellas, un escritor puede describir cómo debe estar organizada una sociedad de acuerdo con principios racionales y en bien de la comunidad. Los objetivos Gilman eran instruir, cuestionar, estimular la reevaluación, tal vez por el contraste, y entretener. Y lo consiguió.
Dellas es un país en el que no hay hombres ni los ha habido por espacio de dos mil años. Sin la experiencia del noviazgo ni esperanzas de un amor romántico, las mujeres del país son distintas del resto de las mujeres del mundo, pero estas diferencias son positivas y de largo alcance. Sin necesidad de vestirse o comportarse para agradar a los hombres, estas mujeres gozan de libertad para satisfacer sus propias expectativas, para depender de sí mismas y de las demás mujeres, en pro de una vida civilizada.
En la acción central de Dellas, tres jóvenes norteamericanos, Vandyke Jennings, Terry O. Nicholson y Jeff Margrave, exploran esta tierra sin hombres. Los tres se caracterizan casi exclusivamente en términos de una cualidad: su opinión sobre las mujeres. Terry, en un extremo, es un mujeriego que ve a todas las mujeres como objetos sexuales que, por mucho que protesten, han de ser dominadas por el varón. Jeff, en el otro extremo, es el caballero romántico que idealiza a las mujeres y le gustaría tenerlas en un pedestal donde fuesen adoradas y protegidas por los hombres. Vandyke, el narrador de la novela, es el más moderado en sus opiniones sobre las mujeres y el más abierto a las nuevas ideas y experiencias del momento.
A medida que los visitantes se enteran del modo en que viven las mujeres de Dellas, el lector de la novela hace dos descubrimientos. Primero, se entera de las creencias y expectativas de los tres exploradores sobre las mujeres... una de las fuentes de la comedia. A este respecto, muchas escenas de la novela describen la forma en que las mujeres de Dellas desafían ingenuamente las «verdades» acerca de las mujeres que Van, Jeff y Terry siempre han aceptado y, más importante aún, actuado en relación con aquéllas. Sin saber que lo están haciendo, las mujeres de Dellas demuestran que las bien conocidas «verdades» sobre las mujeres son realmente sólo convencionalismos.
El segundo descubrimiento resulta del contraste entre los comentarios, las acciones y los objetivos de las admirables mujeres de Dellas y algunas de las típicas prácticas y los ideales de las convencionales mujeres norteamericanas. Muchas contemporáneas de Gilman jamás examinaron seria ni críticamente las actitudes tradicionales que habían absorbido y aceptado desde siempre. El método de la autora para urgir una reforma fue pintar a las inspiradoras mujeres de Dellas, a fin de que las demás mujeres norteamericanas observasen su propio mundo desde un punto de vista más ventajoso y enriquecido.
Por ejemplo, las mujeres de Dellas visten de modo muy distinto a las mujeres de Norteamérica y también de Europa. En su primer encuentro con un grupo de muchachas, Van observa: «Vimos unos cabellos cortos sin sombrero, sueltos y relucientes; iban vestidas con una tela liviana y a la vez sólida, una especie de conjunto de túnicas y bombachos, y calzaban adornadas polainas». Poco después, Van habla de la conducta de los hombres con un grupo de mujeres de cierta edad de Dellas, y del burdo intento de Terry para impresionarlas con regalos:
Se adelantó un paso, luciendo su más alegre y seductora sonrisa, y se inclinó profundamente ante las primeras mujeres que tenía adelante. Después sacó otro regalo, un gran chal de tela suave y fina, rico en colorido y dibujos, una prenda muy bella incluso a mis ojos, y con otra reverencia se lo ofreció a la mujer alta y seria que parecía encabezar el grupo. Ella lo aceptó con una amable inclinación de la cabeza y lo pasó a las de la fila de atrás.
Terry volvió a intentarlo con una diadema de piedras de imitación, una reluciente corona que habría seducido a cualquier mujer de la tierra. Y dijo un breve discurso, en el que nos incluyó a Jeff y a mí, como asociados en su empresa, y les ofreció el adorno con otra de sus reverencias. También este obsequio fue aceptado y, como la vez anterior, fue pasando de mano en mano hasta perderse de vista.
Gilman no consideraba que el asunto de las ropas femeninas y sus accesorios fuera algo trivial, y en 1915 publicó doce capítulos de una obra extensa, realista, titulada Las ropas femeninas, en los mismos números de la revista Forerunner en que aparecía Dellas.
Los convencionales y elaborados vestidos de las mujeres en la época tenían consecuencias significativas. Reflejaban la insistencia de la sociedad en que las mujeres llevaran una «máscara de belleza», y la intensa búsqueda de muchas mujeres para encontrar vestidos y telas que realzaran su hermosura, lo que las volvía vanidosas, frívolas y desproporcionadamente competitivas. Juzgadas y evaluadas en base a su aspecto, muchas mujeres gastaban sus energías en la prosecución de la belleza y no de la educación, la fortaleza de carácter y un trabajo lleno de significado.
Existían razones compulsivas más allá de estos efectos de la «máscara de belleza» para el ataque de Gilman a las modas de su tiempo. Los corsés de ballenas de las mujeres, los zapatos estrechos y las enaguas bajo las largas faldas, les impedían dedicarse a actividades físicas normales, dando así apoyo a los convencionalismos de la literatura, la pintura y los anuncios, que las retrataban como delicadas criaturas sólo aptas para vivir en el hogar.
Además, las ropas a veces les causaban graves enfermedades e incluso la muerte. Ahora sabemos hasta qué punto la presión ejercida por los corsés de ballena podían lesionar y desplazar los órganos internos de las mujeres y hasta impedir la circulación de la sangre. Los pequeños y puntiagudos zapatos que calzaban les dañaban el empeine de los pies y las pantorrillas, al tiempo que originaban los juanetes y toda clase de callosidades. Las largas faldas las hacían vulnerables a accidentes tales como caídas y fuegos. También los grandes y extravagantes sombreros femeninos, aunque no peligrosos físicamente, causaban el deplorable efecto de que los demás no las tomaran nunca en serio.
Así, en una de las típicas escenas de descubrimientos, nuestros exploradores describen sus ideas sobre los sombreros de las grandes damas a las mujeres de Dellas, que nunca han llevado adorno alguno, posiblemente para inspirarles una emulación. Terry ilustra la clase de sombreros que conoce y que aprueba, «con plumas y otros grandes adornos que sobresalían mucho...»
Nos explicaron que ellas sólo llevaban sombrero para protegerse del sol cuando trabajaban; y éstos eran anchos y ligeros sombreros de paja, parecidos a los que usan en China o en Japón. Durante la estación fría se usaban gorras o capuchas.
—Pero como adorno —dijo Terry—, ¿no os gustaría poneros uno de éstos? —y dibujó lo mejor que pudo una señora tocada con un impresionante sombrero de plumas.
A ellas no pareció impresionarlas en absoluto el argumento, y se limitaron a preguntar si los hombres también los llevaban. A lo cual nos apresuramos a responder que no, mientras dibujábamos los modelos masculinos.
—¿Los hombres no se ponen plumas en los sombreros?
—Sólo los indios —explicó Jeff—. Son salvajes, ¿sabéis? —Y dibujó un tocado de guerrero.
—Y los soldados también —añadí, dibujando un casco militar con plumas.
Nada parecía escandalizarlas ni molestarlas, y tampoco se mostraban demasiado sorprendidas, sólo atentamente interesadas. Y no paraban de tomar nota... ¡millas y millas de notas!
En este diálogo y en toda la novela, Gilman explora el doble nivel de vida norteamericana para hombres y mujeres. De forma similar, casi todos los ideales y prácticas de Dellas son temas para descubrimientos, que a menudo conducen a comparaciones explícitas con la vida en Norteamérica, articuladas por los sorprendidos personajes masculinos.
El funcionamiento de los hogares es uno de los temas más significativos de todos ellos. Cuando Van, Jeff y Terry intentan instalar hogares convencionales con sus esposas de Dellas, las mujeres y los hombres describen sus expectativas sobre lo que es un hogar para cada uno de ellos. Para Ellador, Celis y Alima, el hogar es un lugar de reposo y relajación después del extenuante trabajo exterior. Asumen que los quehaceres domésticos, como se hace en todo Dellas, deben realizarlos las profesionales de tales menesteres. Para Van, Jeff y Terry, el hogar es un sitio donde sus esposas tienen que servirles, guisar, limpiar y lavar. Un hogar, para un esposo, es un sitio donde descansa de su labor y donde es cuidado y mimado; un hogar, para una esposa, es a menudo el lugar donde trabaja, realizando por lo general los trabajos domésticos más bajos. El problema presentado por Charlotte Perkins Gilman puede resumirse en esta pregunta: ¿por qué en el hogar no se puede cuidar y mimar a las mujeres como se hace con los hombres y los niños?
Entre las preocupaciones más graves de la novela se halla la crianza de los hijos. El lazo común que mantiene junta a la sociedad de Dellas y proporciona el ímpetu para las más nobles actividades femeninas es la crianza y educación de las jóvenes. Gilman abominaba de la práctica de la clase media norteamericana de dar a cuidar y educar los hijos a mujeres mal preparadas para ello, cuyas habilidades y educación eran tan mínimas que no podían aspirar a ninguna otra clase de empleo.
Repetidamente, Van, el narrador de Dellas, se asombra ante el modo con que son tratadas las bebés y las niñas en muchas escenas en las que observa y discute sobre ello, llegando a la conclusión de que las mujeres del país han creado un «perfecto sistema de crianza», lo que explica que, en su deseo de educar a las niñas para que «pudieran disfrutar de un nacimiento digno y ser criadas en un entorno que no limitara su desarrollo, habían transformado y mejorado el estado entero». Todas las habitantes del país, en efecto, centran su inteligencia y talentos en el verdadero futuro de su mundo, en la siguiente generación. Aquí, el bienestar, el desarrollo y la felicidad de cada niña son una de las grandes preocupaciones, no sólo de la madre que acaba de tener una bebé, sino de toda la comunidad. Las parturientas tienen la ayuda de todas las demás mujeres de Dellas, al compartir una obligación sagrada hacia las pequeñas. A Van se le ocurre una inmediata comparación:
La gran diferencia estriba en que nuestros hijos se crían aisladamente cada uno en su casa y con su familia privada, rodeados de toda suerte de barreras contra los peligros del exterior, mientras que allí las niñas crecían en un mundo libre y sin límites, que desde el primer día sabían que les pertenecía.
Charlotte Perkins Gilman reconoció que en Norteamérica la crianza de los hijos era una carga y una aislada responsabilidad de las mujeres. Mientras las alegrías de la maternidad eran alabadas, y muchas personas expresaban su preocupación por las necesidades de los niños, la realidad era que pocos recursos se obtenían para paliarlas, y que los sacrificios que se esperaban de las madres no tenían parangón con los sacrificios de los padres.
En las páginas de Dellas se ofrecen atractivas alternativas. Las mujeres de su país imaginario destacan que sus objetivos son distintos de los nuestros. Su modo vital diario y su forma de estructurar la vida familiar y social demuestran alternativas en la educación de los niños, en la manera de dirigir un hogar, de ejecutar el trabajo, y de relacionarse unos con otros en términos humanos y satisfactorios. Dellas, así como otras novelas suyas, es un vehículo a través del cual intentaba, en primer lugar, mejorar la condición de las mujeres, y asimismo mejorar la de los hombres. Creía que mientras la mitad de la humanidad careciese de las mismas oportunidades, del respeto y las comodidades concedidas a la otra mitad, no se hallaría satisfacción ni placer en las relaciones de los seres humanos.
En su calidad de creyente en el progreso, utilizó su considerable habilidad para transportar a sus lectores a lugares distantes donde, como Gulliver entre los Brobdingnagianos, pudieran ver la conducta humana desde una perspectiva radicalmente diferente. Cuando hoy en día luchamos para mejorar la calidad de vida en un mundo cada vez más materialista, violento, estresado e indiferente hacia el prójimo, la visión de Charlotte Perkins Gilman sobre una utopía humana se torna más apremiante con el transcurso de los años.
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