Cortazar
María Teresa Andruetto
“Leí Rayuela, si mal no recuerdo, en el 71, mi primer año de vida en la ciudad y en la universidad. Yo ya había leído algunos libros de Cortázar, a Bestiario y Final del juego los leí, seguro, en tiempos de la secundaria. A Rayuela la leí en el momento de idolatría a Cortázar e hice por entonces, en paralelo, un seminario sobre su escritura (lo daba un profesor que era amigo de él y tenía cartas personales, discos en los que lo escuchábamos leer con ese rastro francés en el castellano, libros firmados, todo lo cual nos sumergía en el mito) y otro sobre la de Borges. Por ese tiempo yo había empezado a militar en una organización de izquierda y recuerdo discusiones campales a favor del primero y en contra del segundo, y oscilaba entre uno y otro, más allá de sus posiciones ideológicas. Con Cortázar era fácil acordar, lo leíamos como un escritor de izquierda, en tiempos ‘prefeministas’ aunque ya para entonces me hacía mucho ruido eso de lector hembra (que lee pasiva/convencionalmente) y lector macho. Pero igual, como casi todos por entonces, leí esa novela con entusiasmo y tuve una postal de Cortázar (la foto de Sara Facio) entre mis papeles. En rigor de verdad, de Rayuela, ya por entonces, aunque no me animaba a sostenerlo a viva voz, me gustaban (solo) ciertos fragmentos, no la novela entera (ni leída como hembra ni leída como macho), sobre todo porque ya entonces me parecía muy sesentista (muy centrada en el hedonismo, la valoración de la pereza, lo puramente individual y una cierta atmósfera de romanticismo psicointelectual) y yo era claramente setentista, con las preocupaciones sociales y la militancia tan fuerte de entonces.
”Como dije, no soportó la relectura, no solo ni tanto por cómo aparecen allí las mujeres, la Maga particularmente. No fue/no es eso exactamente lo que me la volvió ajena, es más bien el regodeo en la vida bohemia parisina que ya entonces me parecía banal y, sobre todo, me aburría. Esos personajes vagando por las calles o los bares, o bebiendo y comiendo mal en habitaciones desordenadas, siempre al día, sin más preocupación que por ellos mismos, y esas mujeres idealizadas y a la vez atontadas por el amor y el sexo que no se ocupan de los hijos ni pueden hacer nada por ellas ni por los otros, nada más que estar viviendo.
”Es decir, ideológicamente, ya no pude disfrutarla; quedó más bien como una moda, una lectura de época que pronto se queda fuera de época, una novela muy ‘a la moda’, y, claro, nada pasa tan rápido de moda como lo que ‘está de moda’. En cambio, a los cuentos si he vuelto mucho, sobre todo cuando daba clases de escritura sobre cuento, y regreso a algunos de ellos con frecuencia todavía hoy. La destreza con que sus narradores pasan de lo real a lo imaginario y el manejo del fantástico psicológico me siguen sorprendiendo en su potencia y su eficacia. El Cortázar que más me gusta entonces es el cuentista, el clásico diría, que es el que me parece el más profundo. Ya no me interesa el experimental, el que juega con la ruptura de las formas, ese ha envejecido para mí.
”Es verdad que el personaje de la Maga (es un poco, o un mucho, tonta, no entiende nada, los varones tienen que explicarle todo, porque son ellos los que piensan) está (desde nuestra perspectiva actual) descalificado en la novela, pero no es por eso que esa novela (y el desarrollo de ese personaje) no me gusta; es porque no encuentro allí suficiente profundidad, no puedo percibirla/los como verdadera/ros, y el curso de la lectura me cansa. No me pasa eso con los cuentos (los libros que más me gustan son Bestiario, Final del juego, Las armas secretas y Todos los fuegos el fuego), más allá de cómo sean sus mujeres. Y no he olvidado a las de ‘Cartas de mamá’ (¡esa madre! Y Laura, y él entre ambas), ni a la Irene de ‘Casa tomada’, ni a la Alina Reyes y la mendiga de Budapest en ‘Lejana’, ni la pasión asesina de Delia en ‘Circe’, ni a la muchachita inválida que juega a las estatuas en ‘Final del juego’.”
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