Alfonso Orejel
Teléfono
Mamá toma el teléfono
y dura horas y horas hablando con Juanita,
su comadre.
De los tamales rojos de Huajicori,
la enjundia de gallina para los empachos,
la Tere que no tiene apuro de casarse,
de las pitayas sangrientas
o la muy poca nata que da la leche ahora.
Es un largo monólogo
donde las palabras saltan como gotas de lluvia.
Su voz, caudalosa, se desborda
como el río en el lluvioso agosto.
Las dos se intercambian en voz baja
recuerdos y lágrimas,
pronósticos de sus hijos,
risitas prohibidas,
desvergonzadas carcajadas.
Papá toca su hombro y le dice:
– Ya cuelga. Estás cansada.
-Hablé con mi mamá. ¡Pobrecita!
le tiene tanto miedo al río
que se persigna si llovizna.
Lucina quiere embarazarse
pero ya le dije que lo haga
hasta que se alivie de la muerte.
Luego la mira con cierta compasión.
Ella se levanta con dificultad
y mueve sus piernas flacas
- con artritis, que (dice) no le duelen -.
– Voy a meter la ropa, se va a serenar.
- Boris ya no se queja, y hasta ladra.
- Hace un buen rato El Chino
se puso a contar monedas en el fondo.
-¿Sabes quién me habló, Martín?
¡Nacho, mi guero Balí!
Y se aleja hacia su cuarto
con pasos titubeantes.
Él toma el auricular y escucha
el lúgubre silencio palpitando
-como un corazón -, en su interior.
Y sonríe con amargura
porque sabe, que el teléfono
de disco, de nuestra casa,
desde hace años está muerto.
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