Danielle Steel, la reina de las novelas para el verano: “Sé que no soy Shakespeare, ni quiero serlo”
Es la autora viva que más libros ha vendido —mil millones de copias— y la que más tiempo ha permanecido en la lista de ‘best sellers’ de ‘The New York Times’. Pero su mejor obra es su propia vida, una historia de romances y tragedias marcada por cinco maridos, nueve hijos y un suicidio
Danielle Steel mide unos 157 centímetros, lo mismo que medía Prince. La escritora estadounidense descubrió esta coincidencia cuando compró el piso parisino del cantante y vio que sus vestidos encajaban como un guante en los armarios hechos a medida para el artista. Pero la altura es lo único pequeño en la biografía de Steel, una mujer con una vida y una obra inconmensurables. Considerada la tercera autora más vendida de todos los tiempos, solo por detrás de William Shakespeare y Agatha Christie, acaba de superar los mil millones de copias vendidas (más que Stephen King y J.K. Rowling juntos). La casa matriz de su editorial, Penguin Random House, ha calculado que todos esos ejemplares apilados equivaldrían a 60.000 torres Eiffel y a 45.000 rascacielos Empire State. En 1989, Steel entró en el Libro Guinness de los Récords por tener un título en la lista de más vendidos de The New York Times durante 381 semanas consecutivas. Todas sus cifras son de récord: 180 novelas —todas ellas han sido best sellers—, 18 libros de cuentos infantiles y cinco de no ficción, un poemario, 25 adaptaciones al cine y a la televisión, traducciones a 43 lenguas en 69 países…
Hablar con la reina de las novelas para el verano —amor, lujo, tragedia— no es fácil. Rara vez da entrevistas y apenas hace promoción de sus libros. Siempre está escribiendo. Cuando termine este año, se habrán publicado siete novelas suyas en Estados Unidos. Dos de ellas, Palazzo y The Challenge, figuran actualmente en la lista de los más vendidos de The New York Times. Otra, La aventura (Plaza & Janés), acaba de ser traducida al castellano y ya está a la venta en las librerías españolas. Tras semanas de negociaciones, Steel finalmente accede a hablar con EL PAÍS, pero su agente pone algunas condiciones: no se puede hacer mención a su edad —aunque todo el mundo la puede googlear— o a los años que lleva escribiendo —su primera novela, Regreso al hogar, se publicó en 1973—, no se le puede preguntar sobre su infancia —privilegiada, pero solitaria—, ni sobre sus maridos —cinco— ni sobre sus hijos —nueve—, salvo que ella los mencione en la conversación.
“Me gusta ser invisible. Los escritores tenemos que ser invisibles”, explica al otro lado teléfono desde su apartamento en París. “Creo que muchos autores nos dedicamos a esto porque somos tímidos y nos gusta más observar las vidas ajenas que protagonizar las propias. Cuando era más joven, me sentía forzada a salir porque los padres de mis hijos eran más sociables que yo. Desde la pandemia, lo hago muy poco”, reconoce. Pasa la mitad del año en su piso en la capital francesa y la otra mitad, en su mansión de San Francisco, un palacio estilo Beaux Arts que se asemeja al Petit Trianon de Versalles. Dedica 12 horas diarias a escribir y entre cinco y ocho horas más a gestionar sus negocios. “Antes podía estar 20 o 22 horas seguidas escribiendo. Pero mi agente literario de los últimos cuarenta años ha fallecido y ahora también tengo que hacer su trabajo”, cuenta. Se refiere al legendario Mort Janklow, que también representaba a Anne Rice, Sidney Sheldon y J.R. Moehringer. Por la noche, solo duerme tres o cuatro horas. “Dormir siempre me ha parecido una pérdida de tiempo. Mi trastorno del sueño ha sido una bendición. Me permitió dedicar el día a criar a mis nueve hijos y la noche a escribir mis libros”.
Steel es una escritora de la vieja escuela. Sigue utilizando la máquina con la que escribió su primera novela, una Olympia de 1946 a la que llama Ollie. Tiene dos idénticas. Una en París y otra en San Francisco. No utiliza ordenador, salvo para enviar emails a sus hijos y abogados. “Soy una analfabeta informática. A veces escribo correos a amigos hablando mal de alguien y los mando por error a la persona que estoy criticando. Así de mal se me da la tecnología”, dice. Lleva una vida de reclusión autoimpuesta, acompañada por tres perros chihuahuas: Lili, Blue y Minnie. “Mis hijos siempre me decían: ‘No te conviertas en una vieja loca que vive rodeada de chihuahuas’. Y me he convertido exactamente en eso”. Desde hace unos años, es muy activa en redes sociales, donde enseña algunos destellos de su vida como una autora superventas. “Odio ser fotografiada, y mírame, ahora estoy en Instagram. Es mi peor pesadilla. Las redes sociales son como las palomitas: rápidas, ligeras y nunca te llenan”.
Su método de escritura es, como mínimo, poco ortodoxo. Suele escribir cuatro o cinco novelas al mismo tiempo y tarda entre dos y tres años en terminar cada una. Ella se compara con los pintores, que trabajan simultáneamente en varios cuadros: “Los artistas empiezan una pintura, la dejan, se ponen con otra, y luego retoman la primera. Mi proceso es parecido”. Así es como ha conseguido publicar 180 novelas. Casi todas ellas presentan a una heroína que tiene que sortear todo tipo de obstáculos para ser feliz. “Intento transmitir mi fuerza a los demás. No es un secreto que perdí un hijo y que no sigo casada con mi primer marido. Me han ocurrido cosas difíciles, pero me siento una privilegiada. Mi misión es dar esperanza a mis lectores”, afirma.
Steel, como las protagonistas de sus historias, ha tenido que luchar contra muchos elementos para llegar a la cima. A sus padres les parecía ridículo que trabajara. A sus maridos no les gustaba la idea de que fuera escritora. Y sus hijos no han leído ninguna de sus novelas. Su obra podría tener una lectura feminista, pero ella se resiste a definirse como tal: “Por supuesto que estoy a favor de la igualdad y en contra de los hombres que tratan mal o subestiman a las mujeres, pero no me considero una militante”, aclara. No quiere definirse como feminista, pero reconoce que es difícil ser una mujer exitosa en un mundo de hombres. “Por eso llevo veinte años sin pareja. Para los hombres de mi generación mi éxito era amenazante. No les molestaba mi fama, les molestaba que me fuera bien. Muchos asumían que era una bruja porque se presupone que una mujer triunfadora tiene que ser una mala persona. Algunos de los hombres de mi vida tenían más éxito que yo y, aun así, se sentían amenazados por mí”, dice. Sus dos últimos maridos, el magnate de Sillicon Valley Thomas Perkins y el naviero John Traina, eran dos de los más ricos de Estados Unidos. “Los hombres con éxito protegen celosamente su territorio. Y los que no tienen éxito, simplemente te odian”.
A veces los críticos literarios —muchos de ellos hombres— han sido despiadados con su obra, pero ella asegura que no los lee. “Me interesan más las reseñas de los lectores en Amazon que las que escriben los críticos literarios. Yo escribo para los lectores, no para los críticos. Sé que no soy Shakespeare, ni quiero serlo. Prefiero ser yo misma”, afirma. Muchas la han intentado imitar, incluida Ana Rosa Quintana, que en el año 2000 publicó una novela que plagiaba fragmentos de Álbum de familia, el exitoso título de Steel de 1985. Planeta terminó retirando los ejemplares de la obra de la presentadora española, titulada Sabor a hiel, ante las contundentes pruebas de apropiación. “Me he encontrado con varias impostoras a lo largo de mi carrera. Una vez, escuché en la radio a un hombre que afirmaba que tenía una relación conmigo y que tenía cartas de amor que lo probaban. Fui a conocerle y me dijo: ‘Usted no es Danielle Steel’. Alguien se estaba haciendo pasar por mí”, recuerda entre risas.
Las cifras de ventas la avalan desde hace décadas, pero dice que cada vez le preocupa más mantenerse en lo más alto. “Sienta bien ser el número uno. Y nunca lo doy por hecho. Ahora la competencia es más feroz; las novelas compiten con muchas cosas que antes no había. La gente tiene Netflix y no me necesita. Por eso, el hecho de que me sigan leyendo y no estén viendo la tele me parece un halago tremendo”. Sus libros cautivan a millones de lectores en todo el mundo porque las historias que cuenta también hablan de ella. En Ahora y para siempre (1978) abordó en clave de ficción su matrimonio con un hombre acusado de violación. Para escribir Loving (1980) se habría inspirado en su infancia, una niñez triste y solitaria. En Remembranza (1981) hay ciertas similitudes con su tercer marido, un exadicto a la heroína que casi la lleva a la ruina. En Su luz interior (1998), un libro de no ficción, narra la vida y muerte de uno de sus hijos, Nick Traina, que se suicidó en 1997, con 19 años. “Lo escribí justo después de su muerte. Fue una manera de mantenerlo vivo un poco más. Y lo hice por dos razones: para honrarlo y para dar visibilidad al hecho de que es muy difícil vivir con alguien que sufre una enfermedad mental", señala. “Ahora la gente habla sin tapujos sobre qué antidepresivos está tomando. Hace dos décadas era impensable. Una vez, en una cena, comenté que mi hijo era bipolar y la gente se quedó de piedra, como si hubiera soltado una bomba”. Su luz interior se sigue editando y se enseña en escuelas de Medicina y departamentos de Psiquiatría de Estados Unidos.
Tras la muerte de su hijo, Steel creó una fundación que promueve la atención médica para personas con enfermedades psiquiátricas. “A mi hijo no querían tratarlo hasta que cumpliera los 20 años. Finalmente, encontré un médico que lo atendió y eso le cambió la vida durante un tiempo. Pero me costó dar con el profesional adecuado. Ahora estamos en el otro extremo y se medica a niños de tres años”, señala. “Soy una gran defensora de la terapia. He recurrido a ella en momentos complicados de mi vida, aunque nunca he tomado medicación. Me lo sugirieron cuando murió Nick, pero no quería que la química aplacara el dolor. Sabía que tenía que sufrir. Fue duro. La vida es difícil, pero se hace más fácil cuando escribes sobre ella”. Y para millones de personas, la vida es más fácil leyendo sus novelas.
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