Raúl Castro David Farnun |
El rey, el presidente y el dictador
La anunciada visita, “lo antes posible’, de los reyes Felipe y Letizia a Cuba servirá para que las máximas autoridades españolas comprueben que un totalitarismo no se ablanda ni se democratiza, solo cambia de piel
YOANI SÁNCHEZ
22 ABR 2017 - 17:00 COT
En el palacio de los Capitanes Generales de La Habana hay un trono que espera por su rey. Fue preparado cuando Cuba era aún una colonia española y nunca se ha sentado un monarca en su imponente estructura. La visita de Felipe VI quizás ponga fin a tan prolongada espera, pero la isla necesita más que gestos simbólicos y protocolares.
El Rey y el presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, llegarán al país pocos meses antes de que Raúl Castro abandone el poder. La visita oficial, largamente preparada, tiene todas las trazas de una despedida. Será como el adiós de la Madre Patria a uno de sus descendientes de ultramar. Alguien que comenzó como un revolucionario de izquierdas y terminó siendo parte de una dinastía inmovilista.
Los visitantes llegarán también en medio del “enfriamiento del deshielo” entre Washington y La Habana. Las expectativas que provocó la normalización diplomática anunciada el 17 de diciembre de 2014 se han diluido con el paso de los meses ante la ausencia de resultados tangibles. Han pasado más de dos años y la isla no es un país más libre ni logra salir del atolladero económico.
Las aerolíneas de Estados Unidos han comenzado a reducir la frecuencia de sus vuelos a Cuba, desanimadas por la baja demanda y las limitaciones de viajar como turistas que se mantienen para los estadounidenses. Castro no ha retirado el 10% del gravamen que mantiene sobre el dólar y conectarse a Internet desde la isla sigue siendo una carrera de obstáculos. Todo eso, y más, desestimula a los viajeros del país del Norte.
Las fotos de derrumbes y autos viejos llenan las cuentas de Instagram de los yumas (estadounidenses) que recorren las calles, pero de ruinosos parques temáticos se cansan hasta los más ingenuos. Cuba ha pasado de moda. Toda la atención que captó después del 17-D ha dado paso al aburrimiento y la apatía, porque la vida no viene acompañada de una cómoda butaca para soportar esta larguísima película donde apenas ocurre algo.
El turismo alcanzó el pasado año un récord histórico de cuatro millones de visitantes, pero los hoteles deben hacer malabares para mantener estable el surtido de frutas, cervezas y hasta agua. Entre el desabastecimiento y la sequía no son raras las imágenes de clientes haciendo largas filas para tomarse una cerveza Cristal o cargando cubos de agua de una piscina para usarla en los baños.
Los inversionistas extranjeros tampoco parecen muy entusiasmados por colocar su dinero en la economía de un país que todavía tiene altos índices de centralismo y estatización. El puerto de Mariel, salpicado por los escándalos de la compañía brasileña Odebrecht y con una actividad muy por debajo de sus proyecciones iniciales, parece condenado a convertirse en la última obra faraónica e inútil del castrismo.
Sin embargo, la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca tampoco ha significado el advenimiento de la mano dura contra la plaza de la Revolución como profetizaban algunos. Simplemente, el nuevo presidente estadounidense ha evitado mirar hacia la isla y ahora mismo se muestra más concentrado en el lejano y peligroso Kim Jong-un que en el cercano y anodino Raúl Castro.
El viaje se produce en medio del “enfriamiento del deshielo” entre Washington y La Habana
El Gobierno de La Habana perdió su más importante oportunidad al no aprovechar el empujón de Barack Obama que apenas pidió algo a cambio. En este tiempo ni siquiera se inició la redacción de la nueva Ley Electoral anunciada en febrero de 2015. ¿Fue acaso aquella noticia una maniobra para que la Unión Europea se decidiera finalmente a derogar la Posición Común? ¿Fake news que buscaba convencer a incautos y encender los titulares de la prensa extranjera con frases de apertura?
Para colmo, se han elevado los grados de la represión contra opositores y hace pocos días una estudiante de Periodismo fue expulsada de la universidad por pertenecer a un movimiento disidente. Un proceso al más puro estilo estalinista le cortó el camino para graduarse de esa profesión que el oficialismo hace décadas condenó a ser vocera de sus logros y muda ante sus descalabros.
Cuidado. La visita de Felipe y Letizia se inscribe en tiempos de fiascos. Fracasos entre los que se cuenta la recesión económica que atraviesa el país con un producto interior bruto que cerró el pasado año en números negativos, a pesar del consabido maquillaje que el Gobierno le aplica a todas sus cifras. Chasco también de la aliada Venezuela que trata de sacudirse a Nicolás Maduro, cada vez menos presidente y más autócrata. La convulsión en el país sudamericano ha dejado a la isla prácticamente sin gasolina premium y con severos recortes de combustible para el sector estatal.
No son momentos para mostrar con orgullo la casa a los visitantes, pero sí una magnífica ocasión para que las máximas autoridades españolas comprueben que un totalitarismo no se ablanda ni se democratiza, solo cambia de piel. La Zarzuela deberá hilar muy fino para no convertir la visita del jefe de Estado en un espaldarazo a un sistema agonizante. Los Reyes se verán rodeados de atenciones oficiales que buscan evitar, fundamentalmente, que se salgan del milimétrico decorado que les preparan desde hace meses. Como una vez se intentó durante la visita en 1999 de Juan Carlos de Borbón para participar en una Cumbre Iberoamericana.
La Zarzuela deberá hilar fino para no convertir la visita del jefe de Estado en un espaldarazo a un sistema agonizante
En aquella ocasión, y durante una caminata junto a la reina Sofía por las calles de La Habana Vieja, el oficialismo cortó el paso de los vecinos, vació las aceras de curiosos y obró la magia de convertir uno de los municipios con más habitantes por metro cuadrado de toda Cuba en un despoblado escenario por donde caminaba la pareja real.
A sus sucesores, que viajarán a la isla “lo antes posible”, no les vendría mal estudiar las maneras con las que Barack Obama logró sacudirse ese asfixiante abrazo en marzo de 2016. El mandatario salió airoso, incluso, del gesto de guerrillero vencedor —con puños levantados— al que quiso condenarlo Raúl Castro en una instantánea. En lugar de eso, el inquilino de la Casa Blanca relajó su mano y miró hacia otro lado. Una derrota para la épica visual de la Revolución.
Rajoy tampoco la tiene fácil. La prensa oficial no le quiere y lo rodea desde siempre de críticas y noticias negativas sobre su partido. No goza de simpatías entre los círculos del poder en La Habana a pesar de haber rebajado los grados de tensión que alcanzaron un pico durante el mandato de José María Aznar. Pero en la isla viven más de 100.000 cubanos nacionalizados españoles, a los que también su Gobierno representa y que son, a fin de cuentas, sus más importantes interlocutores.
Felipe VI y Rajoy tienen a su favor que ya no estarán obligados por el protocolo a hacerse la foto reglamentaria con Fidel Castro en su retiro de convaleciente. El Rey declinó en su padre la participación en el homenaje por el fallecimiento del expresidente en noviembre pasado en la plaza de la Revolución. De esa forma el joven Monarca logró que su nombre y el del Comandante en Jefe no se lean juntos en los libros de historia.
Sin embargo, todavía le queda por superar la prueba más difícil. Ese momento en que su visita puede pasar de ser un necesario acercamiento a un país muy familiar culturalmente para transformarse en una concesión de legitimidad a un régimen en decadencia.
Mientras en el Palacio de los Capitanes Generales un trono aguarda por su rey, en la plaza de la Revolución una silla espera la partida de su dictador.
Yoani Sánchez es periodista cubana y directora del diario digital 14ymedio.
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