Paulina Vega |
El trabajo de ser
la mujer más linda del universo
La Miss Universo Paulina Vega habló en exclusiva con la revista BOCAS.
Por Carolina Venegas
20 de abril de 2015
Las oficinas de la organización de Miss Universo no tienen el lujo ni el glamour que proyecta el concurso y su fastuosa noche de coronación. Me siento en una sala de espera de techos bajos y veo que en la mesa de centro hay dos libros sobre los rincones turísticos de Colombia y una revista de moda del mes pasado. Me hacen pasar a una sala de juntas y me ofrecen un té y un vaso de agua y me advierten que no me apoye mucho en la mesa porque está rota desde hace algún tiempo. En el centro de la belleza nadie lleva tacones ni tiene piernas de modelo. La oficina, localizada en Manhattan, en el centro del mundo, parece escogida al azar entre cualquiera de los edificios de los años setenta del centro de Bogotá. Está llena de cubículos independientes en los que cada cual se ocupa de sus responsabilidades. Acá la gente viene a trabajar. Nadie espera que en algún cajón de uno de esos cubículos esté guardada una corona llena de topacios azules y avaluada en unos 300.000 dólares.
Paulina entra a la sala y casi ni la noto, hasta que la oigo hablar inglés con un fuerte acento barranquillero. No tiene una gota de maquillaje y sin duda se ve mucho mejor que la versión de Paulina que ganó la corona de Miss Universo ante 4,7 millones de televidentes. Sus ojos son muy oscuros y redondos y sus pestañas son tan largas que resulta difícil creer que sean de verdad. Pero todo en ella es natural. Ni una cirugía, ni una sola pose protocolaria. Tal como la conoció el comité de belleza del Atlántico, adonde la mandó su abuela sin siquiera un poquito de rubor en las mejillas. Es larga, muy larga, más después de haber cambiado los zapatos bajitos con los que la vi llegar por unos tacones de unos siete centímetros. Y se mueve con gracia y seguridad.
Cuando empezamos la entrevista, su mánager, que es su chaperona, le pasa una ensalada y una botella de agua. “Yo nunca como ensalada con agua”, dice ella. Eran las cuatro de la tarde y no había almorzado. La agenda del día no se lo había permitido. Primero el trabajo.
Escuchó cada pregunta con todo el cuerpo, con los ojos bien abiertos y asintiendo con cuidado, midiéndome y midiéndose a ella misma. Se toma su tiempo para hablar, pero es explosiva para reír. Y lo hace varias veces. Con una risa sincera de quien se sabe el centro de atención y lo disfruta. Hace chistes y de vez en cuando se le sale uno que otro madrazo leve, en inglés y en español. “Es que así somos los latinos”, le dice a su mánager, que le reprocha cuando la oye diciendo malas palabras. Claramente, a la colombiana no le importa decir lo que piensa. Confía en su cabeza.
El 25 de enero de 2015, Paulina Vega Dieppa, Señorita Colombia, fue coronada como Miss Universo en Doral, Florida, y así rompió lo que los colombianos habían considerado una maldición de 57 años. Esa noche desfiló sin mover mucho la cadera, como le enseñó su abuela, y con una gracia desparpajada que no se le había visto antes a una candidata colombiana. Su papá insiste –lo ha dicho varias veces, para todos los medios–, y también lo dice su abuela, que ese talento lo tiene desde los cuatro años, cuando participó sin ninguna práctica en el desfile de un centro comercial Vivero, en Barranquilla, y se robó el show. “Todos se levantaron a mirarla”, dice su papá, completamente convencido de que esto era una señal irrefutable del nuevo título de su hija.
Hace casi tres meses que Paulina vive en Nueva York y no tiene tiempo para nada que no haga parte de su contrato. Comparte un apartamento con Miss USA y Miss Teen, a dos cuadras del Parque Central y a dos de su oficina. Aunque no tiene una vista del otro mundo –se puede ver una puntita del parque, no mucho más–, su casa es práctica y está donde debe estar. La primera semana que pasó allá se alimentó de domicilios porque no sabe cocinar. Porque era Nelby, su nana, su mano derecha desde chiquita, la que siempre le preparaba los platos que le gustan, sobre todo pasta. Recibe una mensualidad y el contrato cubre su transporte, manutención e incluye una eternidad de vestidos y zapatos, productos para el pelo, para la piel, así como una beca para estudiar actuación en la Academia de Cine de Nueva York y algunos pasajes para viajar a Asia durante su reinado.
Dice que es medio costeña y medio cachaca, porque desde los once años vive en Bogotá. Su familia, compuesta por ocho hermanos –Laura, Cristina, Gastón, Juliana, Rodolfo, Valeria y Juan Pablo, más Paulina– y sus padres, Laura Dieppa y Rodolfo Vega, se trasladaron de Barranquilla a Bogotá por cuestiones de trabajo. Cuando se graduó del colegio Andino escribió en su página del anuario una cita de Albert Einstein (que Internet reconoce como del escritor norteamericano Jack Kerouac, ¿pero, qué importa?): “I don’t know, I don’t care and it doesn’t make a difference”, que significa: “Yo no sé, no me importa y da igual”, con la que, dice, todavía se siente identificada.
Ahora estudia, o estudiaba, porque, por obvias razones, hace dos años que tiene suspendidos sus estudios de Administración de Empresas en la Javeriana, en Bogotá. Le gusta trabajar bajo presión y dice que algún día le saldrá el tiro por la culata. Prefiere trasnochar a madrugar, y heredó de su papá quedarse despierta hasta las dos de la mañana leyendo o viendo películas. Pareciera que no le tuviera miedo a nada, pero es una gallina para las películas de terror, a tal punto que viendo REC le destrozó de los nervios una camisa a su papá. No lleva un diario porque no cree que sea ese tipo de persona, pero le gusta hacer videos y payasear frente a su propia cámara. No ha practicado el alemán desde que salió del colegio, pero dice que quiere usar esos viajes interminables en avión para repasar el idioma en vez de ver películas repetidas. Le emocionó conocer a Vargas Llosa y si pudiera salir con un guapo de Hollywood, lo haría con Bradley Cooper.
Para finales del mes pasado había hecho unas cincuenta entrevistas y había viajado a cuatro países –Indonesia, Canadá, Italia y Francia– para cumplir con sus deberes de Miss Universo: grabar comerciales, atender eventos y otros reinados, y trabajar en una campaña de concientización sobre el VIH. Sus días son muy largos y llenos de eventos y personas que van y vienen, nombres que seguramente al final de la semana ya ha olvidado. Casi todos los días va a la oficina y atiende los compromisos que le sean impuestos por la organización de Miss Universo, por su jefe, Donald Trump. Porque ser Miss Universo es como estar en El Aprendiz y trabajar sin descanso. Porque a esa oficina de la Sexta Avenida de Manhattan la gente va a trabajar.
Después de la coronación salió en la prensa que usted había dicho que estaba lista para asistir a La Habana a participar en los diálogos de paz y que las Farc la habían invitado.¿Esto pasó así?
No. Eso fue pura confusión, un malentendido, y los medios cambian mucho lo que uno dice. A mí alguna vez me preguntaron si apoyaba la paz y el proceso de paz. Yo obviamente quiero la paz para mi país. También comenté cuáles puntos me gustaban y cuáles no de lo que están dialogando. Y sí, las Farc terminaron invitándome a La Habana, pero yo dije que no. Igual, yo hablando con las Farc... no va a ayudar. La verdad que sería una visita innecesaria.
¿Está pendiente de lo que se dice de usted en los medios?
No he tenido tiempo. Pero sé que se han dicho un montón de mentiras. Además se extienden en textos que dicen cosas que son de no creer. He leído cosas que supuestamente pasaron en el reinado y que no pasaron, que sentía cosas que nunca sentí, rollos con mi novio, cosas de mi familia, cosas que dice la organización de Miss Universo, pero eso nadie puede saberlo. La verdad, siento que cada vez pierden más credibilidad.
¿Qué fue eso que hizo que se convirtiera en Miss Universo?
Tal vez que no me importaba equivocarme ni decir “no sé”. A mí no me importaba no sabérmelas todas. Yo no pretendo ser una enciclopedia. Hay periodistas de 60 años que me preguntan cosas que ni siquiera ellos saben y pretenden que yo, de 22 años, las sepa, porque sí. Solía responder: “No sé, cuéntame tú”.
Se dice que las barranquilleras nacen con una corona en la cabeza. ¿Usted siempre quiso ser reina?
En la cultura de la costa, de Barranquilla, los reinados están tan relacionados con el día a día, y a la gente alrededor le gustan tanto, que uno siente que es una gran posibilidad. Pero yo nunca vi un reinado completo. Nunca jugaba a los reinados. No sabía los nombres de las reinas ni las fechas del reinado. Tal vez lo veía con mi papá si tenía prendida la televisión, pero no era mi tema.
¿Ni por su abuela que fue Señorita Atlántico?
Mi abuela tiene la corona en la casa, entonces, como cualquier niña que ve una corona, me la ponía. Y ella me contaba algunas cosas. Pero en realidad me enteré de su experiencia cuando ya estaba en el reinado.
¿Entonces cómo encontró la corona de Señorita Colombia?
En diciembre, casi siempre paso las vacaciones en Barranquilla o Cartagena. Y en Barranquilla uno ve a todo el mundo en la calle, todo el mundo se conoce y el comité del Atlántico me vio y me buscó. Entonces llamaron a mis papás cuando estaba en Cartagena y ellos me dijeron que el comité quería verme, sin compromiso. En ese entonces yo no tenía idea de qué hacía una Señorita Colombia. Me preguntaron que por qué quería ser reina, que si conocía la misión social y yo “mmm”, ni idea. A todo decía “no sé, no sé”, y salí pensando que me había ido muy mal en esa entrevista con el comité. Pero también lo que pasaba es que yo solo estaba pensando en que me quería devolver a Cartagena a seguir con mis vacaciones, entonces no me lo tomé muy en serio. Pero me llamaron otra vez, me dijeron que me querían ver en vestido de baño. Y en ese momento ni iba al gimnasio ni comía saludable, ni nada. Pero luego me citaron y me dijeron que sí querían que fuera Señorita Atlántico.
Ahí sí le sonó...
Me lo dijeron de una manera tan particular que yo no sabía si sí o si no. Y lo dudé mucho porque me tocaba parar la universidad. Además, no sabía uno qué tenía que hacer como reina. Luego me enteré de la misión social y, bueno, esto no es solo estar sonriendo y poniéndose maquillaje todos los días.
¿En el camino lo siguió dudando?
Dije que sí porque, por alguna razón, yo sabía que tenía que estar ahí. Yo me veía ahí, ganando. Tenía el presentimiento de que iba a terminar acá donde estoy. No es que me haya preparado ni haya cambiado mi personalidad. Seguí siendo yo. Obvio que si uno dice que sí, tiene que esperar el resultado positivo, pero había algo más.
¿Y había alguna reina que fuera su modelo, su reina de niña?
Me acordaba mucho de Adriana Tarud porque cuando fue reina yo ya estaba un poquito más grande y me la nombraban mucho porque era de Barranquilla. Tal vez Valerie Domínguez... Sabía quién era Paola Turbay porque era una ex Señorita Colombia, pero en ese momento yo estaba en otro cuento, en el colegio, pensando en otra cosa.
¿Y cómo se prepara una reina que no sabe nada de ser reina?
Fue un enredo porque dependía muchísimo de mí. Tenía que aprender a maquillarme y peinarme, pero nunca aprendí. Tenía que aprender de pasarela, pero no sabía cómo manejar unos tacones. Tal vez haber sido modelo me ayudó.
¿Y el modelaje también fue una casualidad?
Sí. También me llamaron. [Risas]. Lo cierto es que yo no he buscado nada. Yo estaba tan contenta en el colegio, con mis amigos, luego tan contenta en la universidad, que la verdad no tenía cabeza para esas cosas.
¿Recuerda su primer casting?
Era en vestido de baño y fui con mi mamá. Cuando llegué vi a todas las demás superproducidas, superbronceadas, “superfit”, y yo era una niña de quince años. Y no quise hacer el casting. No lo hice. Y en el modelaje nunca dije que sí a ropa interior ni a vestido de baño, pero porque nunca me sentí cómoda. Si hubiera dicho que sí, no hubiera podido participar en el reinado.
¿Qué quería ser de grande cuando era chiquita?
Yo siempre decía que quería ser dueña de una empresa tan grande como Coca-Cola. Siempre soñaba con eso. Así de específico. Algo así de grande. Todavía quiero eso.
¿Más empresaria que modelo?
En el colegio siempre viví con el estereotipo de que si era linda era bruta y siempre me gustaba demostrar que era lo contrario. Claramente no soy una sabia o un genio, pero soy mucho más que bonita. Haberme quedado en el modelaje hubiera sido darle la razón a la gente.
Pero los reinados también reciben muchas críticas, sobre todo el hecho de que las candidatas desfilen en vestido de baño...
Cuando gané Señorita Colombia mi primera entrevista fue con La W. De un momento a otro empezaron a decirme un pocotón de cosas: que las reinas son objetos sexuales, que por qué salían en vestido de baño. Yo les contesté que cómo podían decir eso si uno solo ve por cuestión de milésimas de segundo a alguien sin ropa, cómo pueden decir que eso las hace un objeto sexual. Las mujeres en las calles caminan en vestido de baño y sin nada, con trasparencias… ¿Cómo me van a decir que solo porque una mujer desfile en vestido de baño debe ser considerada un objeto sexual? Si la gente va a criticar un reinado, a unas mujeres que tienen que hablar, responder preguntas, representar a su país como embajadoras y tienen que mostrar su cultura y usar su cabeza, pues mejor critiquen al modelaje que solamente es belleza. Hay mil cosas que se pueden criticar antes que los reinados.
¿Le tocó presenciar trampas o juego sucio entre candidatas?
Había ciertos espacios en los que debíamos compartir con muchas candidatas, momentos bien estresantes en un espacio muy limitante y había muchas que no respetaban el espacio; se echaban unas cremas espantosas y luego otras se resbalaban y se rasgaban el vestido. No sé si esto pasaba a propósito, a mí no me tocó, porque hubiera hecho una revolución ahí. Había mucha falta de conciencia, cosas que no habían aprendido en la casa, el mínimo de educación.
¿Cómo se ganó la fama de antipática en Miss Universo?
Tuve un problema con un peluquero que trabaja en el reinado. El primer día me peinó, me maquilló, me abrazó, me dijo que iba a ganar. Al día siguiente, me encontré con más maquilladores y peluqueros latinos y colombianos que me buscaron y pues yo me dejé maquillar por ellos. Ese primer peluquero se molestó y empezó a decir varias cosas de mí, que era antipática, que creída, que diva, pero en realidad no tuve ningún problema.
¿Ninguno?
Pues me quemé con la plancha del pelo de mi roommate y me tocó desfilar con una marca en la nalga. Todavía la tengo. Todos los días dejaba la llave del cuarto y mi chaperona se ponía muy brava. Siempre me quedaba por fuera. Una vez tenía una entrevista, un evento importantísimo y yo juraba que mi roommate estaba ahí y no estaba, y me quedé como una hora en la puerta, esperando. Había otras candidatas esperándome a mí en una limosina, todas listas y maquilladas, y yo sentada en la puerta viendo a ver si podía abrir la puerta del cuarto con una tarjeta de crédito.
¿Cómo es su contrato con Donald Trump?
Mi contrato es con la organización. Tengo que hacer lo que ellos me digan, tengo que vivir en Nueva York, tengo que seguir sus horarios. Tengo que representar a sus marcas y siempre promocionarlas. Ellos son dueños de mi vida y de mi tiempo y de mi todo.
¿Es impresionante el mundo de Donald Trump?
Es impresionante que muchas veces él ha querido que vaya a eventos y diga algunas palabras. Es intimidante. Son ocasiones en las que estoy rodeada de gente que tiene el triple de conocimiento y experiencia que yo y él quiere que me mantenga a la misma altura. Me exige muchísimo.
¿Es buen jefe?
La verdad, no tengo ninguna queja. Ha sido superchévere conmigo. Que él me haya puesto en esta situación significa que confía en mi potencial, que confía en que no lo voy a hacer quedar mal, porque si la embarro, él es el que queda mal. Pero a él en ningún momento le ha importado si me quedo hablando con sus amigos o sus socios. Confía plenamente en lo que tengo en la cabeza, no solo en cómo me veo.
¿De qué se va a perder este año? ¿De qué se ha perdido ya?
¡Uf!, muchísimas cosas. De tener una vida normal. Quisiera decir: “Este fin de semana quiero hacer esto y el otro fin de semana quiero hacer esto otro”, pero eso no lo puedo hacer. Para cualquier cosa tengo que pedir permiso, si es que hay tiempo libre. No puedo hacer nada por fuera de la agenda, así mi abuelita cumpla cien años. De verdad que me hace mucha falta ser dueña de mi tiempo, de mi vida, de mis planes. Me perdí el matrimonio de mi hermana. También hay ciertas cosas que no puedo hacer legalmente porque estoy representando a una organización.
¿Como qué?
Tomar y fumar en público.
¿Cuáles han sido las mejores y las peores fiestas a las que ha ido en Nueva York?
He ido a un montón de fiestas aburridas, pero no voy a nombrarlas. Hay muchos eventos con gente que no habla, con la que no puedo hablar. Muchas veces estoy incómoda, con un vestido que no me deja ni respirar y me toca estar sentada tres horas mirando al techo. Pero hay bastantes que son divertidos, en los que aprendo, donde he conocido a gente espectacular.
¿Cómo es la vida con una chaperona?
Al principio, cuando era Señorita Colombia era muy duro, hasta me acompañaban para ir al baño, pero ya me he acostumbrado. Uno definitivamente se la tiene que llevar bien con ella porque no es solo una acompañante, sino la jefa. Imagínate que te la llevaras mal con la persona que maneja tu tiempo, que está contigo en todas partes, en todos los carros, en todos los hoteles, sería una total pesadilla.
¿Se acostumbró?
Sí. Cuando no esté mi chaperona de ahora, mi mánager, me voy a sentir sola. Estoy acompañada desde que me levanto hasta que me acuesto y ando con ella en todos los eventos. Por eso cuando se acaban los eventos quiero encerrarme en mi cuarto y no ver a nadie.
¿Extraña su casa?
Sí, pero también me va bien estar sola.
¿Su café favorito sigue siendo el de Starbucks?
[Risas]. ¡Qué bobada! Lo que dije es que el café que me gustaba era el de Starbucks porque es el que tomo todos los días, el que me queda a media cuadra de mi casa. No más.
¿Le han dado ganas de escaparse de su rutina de Miss Universo?
Uy, claro que sí. Cuando tengo un día libre, lo primero que hago es caminarme la ciudad. Me pongo audífonos, me pongo a oír música y a caminar. Ni siquiera veo hacia dónde estoy yendo, simplemente camino, camino, camino para alejarme. Cuando estoy trabajando, estoy con personas todo el tiempo. Casi las 24 horas de los siete días de la semana. Porque además cuando llego al apartamento sigo trabajando, no es un espacio para mí. Cuando estaba en Bogotá, llegaba a mi casa, con mis papás, y ese era mi espacio personal, acá no. Acá todo el mundo puede entrar cuando quiera y decir “necesitamos hacer esto” y no puedo decir que no. Entonces cuando tengo libre aprovecho y salgo a despejar mi mente.
¿Qué tiene en el iPod?
Tengo de todo. Me la paso bajando música. En un momento pongo una canción de champeta que nadie conoce y en otro momento música clásica. Luego puedo poner Frank Sinatra y luego reguetón. En mi iPod suena mucho Chocquibtown. También me gusta la electrónica.
¿Ya tiene algún rincón favorito de Manhattan?
La verdad es que no. He salido pocas veces porque no he tenido ni tiempo. Pero he visitado cuatro países en estos dos meses -Indonesia, Canadá, Francia, Italia- y allá también he tenido tiempo de caminar por ahí y conocer.
¿Se le quedó en la cabeza alguna imagen en particular luego de esos viajes?
Cuando estaba en Indonesia tuve que hacer un comercial en vestido de baño con dos ex Miss Universo, Olivia Culpo y Dayana Mendoza. Indonesia tiene una gran cantidad de musulmanes, entonces las mujeres que nos ayudaban a cambiarnos y a mojarnos y a hacer la producción para que nos viéramos sexis estaban todas completamente tapadas, solo mostraban la cara. Esto me pareció un contraste muy interesante.
¿Cómo sigue la vida después de este reality privado que está viviendo?
A mí me emociona tanto vivir en otros países y conocer gente diferente, que me va a parecer raro volver a Bogotá a la vida que tenía hace dos años. ¡Hace dos años! Ya soy una persona completamente distinta, entonces volver a hacer lo mismo, ir a las mismas clases, con los mismos profesores, sería raro. Algo que siempre he sabido, incluso antes de los reinados, es que en algún punto quiero irme a vivir a otro país a seguir con mi carrera, así sea un año o dos.
¿Cree que los reinados tienen la misma importancia que hace unos años?
No. Creo que los tiempos han cambiado. Antes ser reina era un sueño inalcanzable. Ser Miss Universo era irreal. Pero no es lo mismo ahora. Hoy en día hay tantas cosas que se alcanzan compitiendo…, hay mucha competencia en todo. Antes ser top model era una cosa extraordinaria, ahora, ¿cuántas top models hay? Es muy difícil que algo en particular se robe la atención.
¿Es necesaria todavía la idea de Miss Universo?
Tal vez la palabra “necesaria” es muy fuerte. Sí pienso que una Miss Universo le da un tono muy diferente al cambio que está teniendo la sociedad. La gente sigue pensando que ser Miss Universo es solo belleza, pues entonces el rol de Miss Universo consiste en cambiar esa perspectiva y mostrar que la belleza va más allá de lo que se ve.
CAROLINA VENEGAS K.
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