Billie Holiday |
Por Helena Celdrán
El desamor, la fatiga, la desolación, la soledad, la mala fortuna de caer siempre en la casilla equivocada del juego. Billie Holiday (1915-1959) cantaba con el único estilo personal que podía emanar de su pecho. Cada canción que escogía era un himno a ella misma.
Víctima de una madre que no sabía tener a una hija a su cuidado, violada por un vecino a los 11 años, prostituta a los 13 (junto a su madre) hasta que la policía cerró el burdel… Holiday inició su carrera artística en los bares del Harlem neoyorquino. En 1931, descubierta por el productor y cazatalentos John Hammond, su fama comenzó a crecer y no la abandonó hasta la muerte. Cantaba como lo haría un instrumento de jazz con cuerdas vocales: Improvisaba en cada actuación. Hacia cambios constantes en las canciones, que nunca interpretaba igual dos veces.
1. Hija no deseada. Sarah Julia Harris (Sadie) tuvo a Eleanora Fagan con 20 años. Se había quedado embarazada y su familia la rechazó. Se puso a trabajar en un hospital de Filadelfia como limpiadora a cambio de que la atendieran en el parto. En la partida de nacimiento de la niña figuraba el nombre de Frank De Veazy (que la madre escribió mal en los papeles, poniendo DeViese). Sin embargo, sostuvo de por vida que el padre de Eleanora era Clarence Holiday, un hombre que nunca se casó con Sarah, pero que visitó con frecuencia a ella y a la niña. La madre desorientada buscó refugio en casa de su hermana mayor. Eleanora se crió olvidada por su madre, que la dejaba largas temporadas con Martha Miller, la madre del marido de la hermana: era una niña-carambola, olvidada en una esquina. Billie Holiday supo desde bien pronto lo que significaba no sentirse querida. Tanto era el dolor que el abandono le causaba, que más tarde cubrió el relato de su infancia con datos confusos y falsos.
2. El personaje. Cambió su nombre artístico por Billy en homenaje a Billie Dove (1903-1997), una actriz estadounidense de los años veinte a la que admiraba. El apellido es el de Clarence Holiday, su supuesto padre, también músico. John Hammond, el productor que la descubrió recuerda el día en que escuchó la voz de Billie en el Covan’s, un club de Nueva York: “La manera en que cantaba alrededor de una melodía, su asombroso sentido armónico y el sentido que daba a las letras eran difíciles de creer en una chica de 17 años”. Él tenía tan solo cinco años más, pero fue el responsable de su debut como artista, acompañada de la orquesta de Benny Goodman, cantó Your Mother’s Son-In-Law y Riffin’ the Scotch. Esta última está lejos de ser sólo una colección de fraseos que homenajean a la música escocesa: habla de un desengaño amoroso. El compositor Johnny Mercer hizo la letra a medida de la intérprete, que empezó a desarrollar el personaje de la mujer traicionada casi de manera espontánea, como si intuyera las malas experiencias que llegarían más tarde. La voz era danzarina y joven, diferente al espesor de tristeza que le añadiría con el tiempo.
4. Hombres nocivos. My Man no fue solo una de sus canciones más representativas, sino una realidad. Su relación con el saxofonista Ben Webster fue el principio de su fascinación por los hombres que la perjudicaban. Webster era guapo y talentoso, pero tenía estallidos de violencia cuando bebía. Ella se sentía atraída por la oscuridad de esos momentos e incluso lo provocaba cuando iba borracho. Unos años después James Monroe -buscavidas, traficante de drogas, playboy… – que veía en Billy una solución económica, se casaría con la cantante. Necesitaba ser dominada por el hombre al que amaba y esa dependencia malsana se acentuó con la muerte de su madre en 1945: el miedo a la soledad disparó sus inseguridades. El trompetista Joe Guy -el siguiente en la lista de desastres- se aprovechó de esa situación. Al final de la vida de la artista fue el turno de Louis MacKay, marido y mánager, el único que hizo todo lo posible por sacarla de las drogas, pero manipulador y mafioso.
5. Autodestrucción. Antes de saltar a la fama, con 17 años, consumía marihuana y alcohol rodeada de instrumentistas de los que aprendía lecciones vitales y musicales. El ambiente festivo y emocionante de esos comienzos se mezclaron con la falta de cariño y la incertidumbre, que Billy había combatido con alcohol desde los comienzos de su carrera. La heroína fue otro de los parches para el dolor: una droga directamente relacionada con los músicos debe-bop y jazz, que comenzó a consumir de manera discreta y ocasional en 1944. Un año después todos sabían ya de la adicción, que comenzaba a perjudicar sus actuaciones: le costaba seguir el ritmo en los devaneos entre relajantes y eufóricos de cada viaje. Joe Guy le proporcionaba la droga que necesitaba y controlaba el dinero de Holiday, mientras ella se dejaba llevar por los supuestos cuidados del amante, con el que se casaría. Ambos fueron detenidos por posesión de drogas, pero ella se declaró culpable para exculpar a su marido. La condenaron a un año y un día en un reformatorio de mujeres, aunque salió libre tras unos meses por buena conducta.
6. Racismo. A pesar del limitado repertorio que ella se imponía, basado en el blues de la mujer devastada, Holiday quedó cautivada en 1939, en el ascenso de su fama, por una canción con letra del simpatizante marxista Abel Meeropol (que firmaba como Lewis Allan) sobre los linchamientos de negros en el sur de Estados Unidos. Strange Fruit, hablaba de los ahorcamientos, de los cuerpos suspendidos de los árboles como “frutas extrañas“. Cuando le propuso a Columbia grabar el tema, recibió una negativa. La compañía tenía miedo de las reacciones en los estados del sur y de algunos sectores de su propia empresa, pero sí permitió a la artista liberarse del contrato de exclusividad por un día. Commodore records, una discográfica pequeña especializada en jazz, grabó la canción. En directo, ella interpretaba el tema con preparación previa. Los camareros de los locales pedían a todos los clientes que guardaran silencio y el escenario se oscurecía, dejando sólo una luz sobre la cara de la artista. Los blancos de clase media que formaban el grueso de su público se enfrentaban así al horror de los linchamientos: Escena pastoral del galante sur / Los ojos abultados y la boca torcida / Aroma de magnolias, dulce y fresco /Y de pronto el repentino olor de la carne quemada.
7. Deterioro. Con tan solo 40 años se había autodestruído. Consumía heroína y alcohol, pero irónicamente era el tabaco lo que estaba limitando su capacidad para sostener los tonos. Ella lo solucionaba dejando que su voz vibrara y la textura rota daba un semblante todavía más profundo a sus canciones. Su registro seguía limitándose, pero Holiday se zafaba de los daños refugiándose en los registros graves. All or Nothing at All (1958) y I’m a Fool To Want You, del mismo año, son ejemplos del error convertido en virtud.
8. El final. Un año antes de morir actuó en el popular festival de jazz de Monterrey (que celebraba su primera edición) ante un público de 6.000 personas. Apenas se sostenía en pie. En la gira europea en la que se embarcó después fue abucheada. El alcohol había sido un asesino silencioso que pasó desapercibido, al contrario que los escándalos por drogas. Estaba ida,se balanceaba en el escenario, los amigos se iban alejando de ella, ya no le quedaba ni un dólar en el banco… Cuando la ingresaron en el hospital Metropolitan de Nueva York fue arrestada por posesión de drogas y dos policías vigilaban su habitación como si fuera a escapar. Murió allí, desahuciada en cuerpo y espíritu, a causa de una cirrosis.
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